miércoles, 11 de enero de 2012

4 - Filosofía Adolescente


   Al terminar mi cigarrillo, tiré la colilla en un charco, -¿Qué hacés? ¿sos tarado?- preguntó Nacho y: -creo que no…- le contesté. Nacho era uno de esos cuidadores del planeta, si te veía tirar un papel en el suelo, enseguida aparecía y lo juntaba de nuevo, o quizás te lo ponía en la mano y te obligaba a que fueras a un tacho a tirarlo, comprender a Nacho era complicado, pero no estaba mal lo que hacía, en verdad no estaba mal, solamente que se me hacía difícil respetar tantas reglas.
   Llegamos a la casa de Lucho, no estaba. Tuvimos que esperarlo alrededor de quince minutos a que llegara, nos abrazó con un gran cariño, Lucho siempre fue muy simpático y amigable. Fuimos a su habitación, -¿Cómo están chicos? Cuéntenme de sus vidas…- nos hablábamos como si hacía años que no nos veíamos, pero la verdad era que para nosotros estar casi un mes sin vernos fue demasiado, cada uno en su planeta éramos todos invisibles, pero, ¿Qué debíamos hacer? Si sabíamos que en esta vida estábamos de más. Nacho y yo nos miramos y sin decir nada Lucho ya había entendido que era lo que nos pasaba. No estuvimos mucho tiempo en casa de Luciano, enseguida salimos los tres a caminar hasta la casa de Juan que vive a la vuelta de la casa de Lucho.
   Él se encendió un cigarrillo y me ofreció uno, -acabo de terminarme uno, pero bueno…- le dije y lo agarré. Nacho no aceptó, decía que de a poco iba a dejar de fumar, pero en el fondo nadie le creía. No sabíamos que nos esperaba, pero eso era lo bueno, no saber que es lo que te espera para así de alguna manera dejar sorprenderse por el destino, nos gustaba hacer todo tipo de cosas, pero esa tarde sabíamos que íbamos a llenarnos de mierda las venas para olvidarnos de todo y sentirnos como antes. Es triste darse cuenta que teníamos que drogarnos para volver a sentirnos vivos, pero que más, si éramos mierda para el mundo y el mundo era mierda para nosotros, por eso nunca nos entendíamos y nos alejábamos de todo. Fuimos a la casa de Juan, Simón también estaba ahí, quizás teníamos suerte y ya estaban fumando un poco de marihuana. Simón vivía fumando o fumaba para vivir, siempre se quedaba tildado enfermando su cabeza con cosas que iba pensando, había veces que se pasaba alrededor de diez minutos colgado de una nube que nosotros no veíamos, pero bueno, la imaginación de Simón era algo que pocos entendían, siempre le dije que tenía un buen futuro en el campo, para molestarlo, sabía que odiaba el trabajo que hacía su padre. Todos sabíamos que Simón tenía un buen futuro en lo que quisiera ponerse a hacer, escritor, pintor, dibujante, cualquier cosa le iba a resultar perfecto siempre y cuando logre plasmar en un papel su mente delirante, había veces que le ayudaba a Nacho en sus dibujos, Nacho hacía esos cuadros tan propios de él y Simón le agregaba su toque enfermizo, una dupla de enfermos mentales era esencial para un mundo tan cerrado como éste.
   Nos recuerdo en una fiesta intentando ser como los demás, nos habíamos vestido tan bien que mi mamá todavía tiene la foto en su mesa de luz. Comimos, bailamos un poco, mis amigos amaban bailar, mientras que yo era lo que más odiaba en el mundo, por dos cosas, no sabía moverme bien y además tenía la extraña sensación de que todos me miraban. Luego nos volvimos a sentar, y no aguantábamos estar así como si nada, entonces con Simón nos miramos y al sonreírnos de esa manera, enseguida nos dimos cuenta que era lo que necesitábamos, marihuana. Fuimos a dar una vuelta y de su bolsillo sacó un porro casi gigante, empezamos a fumarlo mientras filosofábamos un poco, siempre hablábamos cosas interesantes mientras levitábamos y en un abrir y cerrar de ojos ya estaba completamente en otra realidad, quería quedarme ahí por siempre, ya no quería volver a esa estúpida fiesta, pero bueno. Simón me contó los lugares que había visitado su padre en Europa y hasta me dijo que cuando terminemos la escuela podíamos ir un par de meses, amaría conocer lugares como España, Francia o Italia. En España preguntaría por Almodóvar, en Francia por Godard y en Italia sin duda iría a conocer los lugares en donde estuvo Federico Fellini. Obviamente que me encantaría conocer a Werner Herzog en Alemania, pero me daría escalofríos conocer el pueblo nazi. Creo que no se los dije antes, pero mi pasión por el cine es algo increíble, digamos que siempre soñé con ser el director de la película más triste que existió.
   Bueno, ya era hora de volver a la fiesta y con Simón ya casi ni nos reconocíamos, mil veces pensamos en no volver, pero la verdad, era que teníamos que hacerlo, todos estaban ahí y siempre es difícil arrancar pero una vez que estás dentro y en ese estado era seguro que la íbamos a pasar de lo mejor, y no me confundí, porque al volver todo era de otro color, todo giraba para otro lado y todos se reían como si fuera el mejor día de sus vidas. Tristes payasos en un mundo indiferente. Con los ojos rojos de delirios no nos podíamos acercar a nadie más que no sean nuestros amigos, Lucho estaba borrachísimo, Juan estaba tan loco como nosotros y Tomás hablaba con una chica tan puta que me hacía sentir que estaba un cabaret. No sé porque le hablaba tanto, si era obvio que se la iba a terminar llevando, no sólo por el hecho de que Tomás es bastante atractivo, bueno… eso sonó medio homosexual, vamos otra vez: No sé porque le hablaba tanto si era obvio que se la iba a terminar llevando, no sólo por el hecho de que Tomás tiene mucha chispa con las mujeres, sí, él siempre tenía suerte, sino más que porque ella era una tremenda puta. No me gusta juzgar, pero algo que odio, es cuando chicas como esas juzgan a los demás por sus acciones, viven para criticar a los demás y de su vida hacen lo que tanto critican de los otros, yo solamente juzgo a los que juzgan, creo, espero no confundirme y el mundo me importa muy poco, que cada uno haga lo que quiera mientras no me molesten a mí. Un pensamiento egoísta, lo sé muy bien, pero a veces cuando el mundo te dio la espalda más de tres veces, poco te importa compartir.
  
   Volviendo al camino. Después de haber encontrado a todos, faltaba Tomás pero ya estaba por venir. Fuimos a sentarnos a las vías del tren, más bien en el andén. Cuando queríamos alejarnos de todo, la estación de trenes era un lugar perfecto ya que nadie iba ahí, era un lugar tranquilo, medio tétrico por lo avejentado, y medio triste por la soledad, pero que mejor lugar para sentarse a filosofar un rato. Como era de esperarse nos pusimos a hablar de Sofía, nunca imaginé que iba a hacer tanta falta en el grupo. Parece que fue ayer el día que la conocimos, era un día común, mucho alcohol, mucha marihuana y diez en diversión. Habíamos ido a la fiesta de un amigo de Nacho, ya nos habían contado de una chica con cara de ángel, corazón de poeta y carácter de bestia, pero creo que ninguno se imaginó a Sofía de esa manera aquel día, todos nos enamoramos de ella en cierta forma, a mi me atrajo su mirada, de esos ojos celestes nunca iba a saber lo que esperaba. Le ofrecí un cigarrillo y ella lo aceptó, -me llamo Sofía- ella me dijo y: -Ya lo sabía- le respondí. Ella me miró y enseguida nos agradamos el uno al otro. –Soy Teo… y ellos son mis amigos- le dije señalando a los chicos y Sofía saludó con la mano.
   -Y… ¿qué hacen? ¿Qué les gusta hacer?- preguntó interesada.
   -Específicamente nada- le respondí y todos reímos.
   -Pues, algo deben hacer, o ¿son de esos chicos que viven la vida de hoy sin pensar en mañana?
   -Claro, al carajo el mañana.
   Sofía sonrió y largó el humo de su boca esparciéndolo por toda la habitación. Miró a cada uno de los chicos y los chicos la miraron a ella, vuelvo a decir que Sofía nos enamoró a todos de diferente manera, y como para que no, ella era perfecta.
   -¡Tomemos algo chicos!- ella dijo
   -Mmm… pues, teníamos ganas de fumar un rato, ya sabes, un poco de flores- admito que tenía miedo de que le caiga mal lo que acababa de decir, pero tenía que decirlo para que me dijera en que lugar podíamos ir a fumar sin que nos molestaran.
   -Si es una invitación, te digo el lugar perfecto- susurró.
   Y… -Claro, ¿por qué no?- contesté y todos volvimos a reír como si ya estuviéramos volando. Seguimos a Sofía como si en nueve minutos que habíamos estado hablando pasó de ser una completa extraña a una hermana perdida, nos llevó a un cuarto lleno de cuadros hermosos. Nacho se detuvo a pensar cada uno de ellos y todos también mirábamos pero un poco más de lejos.
   -Éste lo pinté yo… se llama “El club de los Payasos Melancólicos…”- dijo Sofía señalando un cuadro bastante grande que le había regalado al amigo de Nacho. Como el título bien lo decía, eran cinco payasos acostados en el suelo, el cuadro me traía cierta angustia, no sabía por qué, pero nunca me había sentido tan identificado con una pintura. Nacho y Sofía se pusieron a hablar del cuadro, mientras que yo y los demás prendimos dos o tres porros. Es extraño como en minutos todo cambia de color cuando fumás marihuana, puede ser el peor día de tu vida, te sacaste un cero en un examen, tu perro murió, tuviste una fuerte pelea con tu familia, no encontraste la inspiración para escribir aunque sea un puto poema, pero bueno, todo es perfecto cuando fumás marihuana con tus amigos. Admito que hay un punto en que no entiendo nada, lo entiendo a mi manera, y eso me gusta más. Sofía fumaba como nosotros y enseguida nos hicimos amigos de ella y ella de nosotros, nos sentamos en un viejo sillón que había en el cuarto, Nacho, Sofía y yo en el sofá, los demás en el suelo haciendo una ronda. Ella tuvo ganas de contarnos toda su historia porque nos confesó que enseguida se sentía parte de nosotros, y cuando la escuchamos decir eso, Simón le dijo que tenía que estar más seguido con nosotros, ella aceptó formar parte de nuestro grupo, ya no éramos para nada extraños, más bien, como dije, ya éramos como hermanos.

   Al día siguiente pasamos con Nacho por la casa de Sofía, ella con su campera azul y su gorro de invierno nos causaba mucha gracia pero no se lo decíamos. Veíamos a las demás chicas de nuestra edad como la miraban, todas demasiado producidas la veían como un bicho raro. Siempre le dije a Sofía que me gustaban más las chicas naturalmente, que pintadas de arriba abajo, Sofía sonreía cada vez que la halagábamos, teníamos que cuidarla, ella era como una especie de las cuales pocas quedaban. Ese día no recuerdo muy bien lo que hicimos, pero sí, que en un momento quedé sólo con ella y le leí un poema que tenía todo arrugado en mi bolsillo. Ella era demasiado sensible, siempre decía que odiaba ser frágil como un cristal pero que odiaría ser dura como una piedra, buscaba un equilibrio entre el llanto y la frialdad, pero nunca pudo, Sofía siempre caía para el lado de la sensibilidad. Cuando leía, cuando miraba películas, cuando nos escuchaba, cuando veía algo que no le gustaba, cuando pintaba y hasta a veces cuando fumábamos Sofía lloraba, siempre se nos dio por hablar las mejores cosas bajo el efecto de la marihuana. Le conté que de pequeño quería ser un poeta pero con el tiempo ese poeta y yo nos separamos, nos alejamos y nunca, jamás volvimos a vernos. Ella asintió con su cabeza como diciendo cuánto me entendía, y sabía que sí lo hacía, porque todo lo que habíamos hablado en tan sólo dos días Sofía lo entendía perfectamente como yo quería.
  
   Mientras más rápido seguía pasando el tiempo, Sofía, mis amigos y yo éramos cada vez más unidos. Se puede decir que ella era el complemento que faltaba para llegar a la perfección, cuando estaba con ellos me sentía mejor que nunca. Nos recuerdo acostados en la laguna en ronda una cabeza pegada con otra, sí, parecía que imitábamos el cuadro de “El club de los Payasos Melancólicos” que tanto me había gustado…
   -¿Qué se sentirá ser un pájaro? Me encantaría serlo… dijo Sofía
   -Sin preocupaciones, solamente volar todo el día…- Tomás agregó y todos lo miramos porque ese comentario era más de alguien como Simón, ya saben, él siempre vive en el aire.
   -¿Nunca imaginaron una vida sin preocupaciones?- Simón preguntó.
   -Escribiría todo el día, me compraría un auto, muchos libros de filosofía y me iría a conocer el mundo, sin importar cuánto tarde, quizás meses o años, el tiempo no me importaría porque no habría apuro en crecer…- dije.
   -Yo pintaría a cada persona que me parezca extraña y llenaría mi cuarto de esos rostros extraños. Me sentaría días y días sin un reloj, escuchando música en mi habitación mientras fumo un cigarrillo, nada me motiva más a gritar que ver una pintura de un rostro…- Nacho susurró mirando fijo el cielo.
   -Quizás los pájaros deseen ser personas, quizás nunca nadie está conforme con lo que es… Imaginen, yo deseo ser un pájaro, un pájaro desea ser una persona, un niño desea ser un hombre, un hombre desea ser un niño. Cuántas veces deseamos estar muertos y a la vez varias veces lloramos a los que se murieron, estaríamos deseando que vuelvan a estar vivos, pero a la vez nosotros queremos morir, es ilógico, porque no estaríamos con ellos al anochecer.- dijo Sofía mirándonos acostada.
   -Pues, el deseo es infinito y a la vez es tan finita la línea por la que hay que caminar para cumplir lo que buscamos ser…- agregó Luciano.
   -¿Cómo es eso? No lo entiendo- preguntó Juan.
   -Y… claro, es difícil mantener vivo el sueño pero a veces aún es más difícil hacerlo realidad. Siempre que veo a mis padres, me pregunto si es eso lo que desearon para sus vidas. No quiero ser un doctor, ni un abogado, no quiero que un título universitario le diga al mundo lo que soy. Yo quiero ser esto, quiero estar siempre con ustedes acá acostados, quiero esto para el resto de mi vida…- dijo Luciano y todos sonreímos. Nos tomamos de la mano y Sofía nos hizo prometer que siempre de alguna u otra manera íbamos a estar como lo estábamos ese día, juntos.

   La noche y el humo nos abrigaban como la mejor sábana, eran alrededor de las tres de la mañana y aún todos queríamos seguir ahí. El tiempo no corría en nosotros, mientras que el mundo necesitaba dormir, para que al otro día se pueda empezar nuevamente la rutina. ¡Puta rutina que sabía que nos iba a terminar matando!
   Mientras ellos seguían hablando, yo me quedé pensando en lo que había dicho Luciano. Un día me preguntaron quien era y dije sólo mi nombre y luego me sentí vacío. Si hoy me vuelven a hacer esa pregunta les diría tantas cosas, les diría que soy John Lennon, Tim Burton, mi papá, mi mamá, Kurt Cobain, mis hermanos, mis monstruos imaginarios, les diría que soy Nietzsche, Sartre, cada uno de mis amigos. También que soy un piano desafinado, soy un invierno frío, un corazón negro, un payaso extraño, un poco más de mil canciones y un poco menos de trescientos sueños, soy una noche de llanto y una tarde de risas. Soy el Sol a las diez de la noche y la luna al amanecer, y podría pasarme horas y horas diciendo quien soy nombrando cada una de las cosas que formaron lo que soy, lo que ven, lo que sienten… y así nunca más volví a sentirme solo en realidad. Bueno… a veces me sirve y otras veces no.
   Nos quedamos todos dormidos acostados en el lugar donde estábamos. A las ocho de la mañana el Sol recién estaba saliendo y eso fue lo que nos despertó, empezamos todos a caminar, cada uno rumbo a su casa pero sin hablar, en el fondo sabía que todos estaban pensando lo mismo que yo. ¿Quiénes éramos en ésta vida? ¿Qué teníamos que hacer? Y si, ¿estaba bien lo que ya habíamos hecho?