Si quieren saber la verdad, ya no lo somos. No quiere decir que dejamos de ser una mierda en este mundo del asco, sino que cada uno es, porque van a entender que sólo quise dejar de hablar un poco en pasado y hacer como si las cosas ahora estuviesen pasando. Me angustia hablar siempre en pasado, pero es la única forma de hablar sino quiero seguir mintiendo, pude mentirle a todo el mundo de la manera que se me dio la gana, hasta pude mentirme a mí mismo las veces que quise, pero ya no más, dejamos de ser perfectos el día que Sofía perdió la vida.
Quizás primero quieren saber un poco más de mí, ¿Cuál es mi apellido? ¿Dónde estudié? ¿a que se dedican y cuanto ganan mis padres? Pero eso no es lo importante sino que ni siquiera llega a ser secundario, ni a penas terciario en esta historia, por eso empezaré a hablar un poco, pero muy poco de Sofía, no es que ya no me importe porque haya muerto, sino que no quiero entristecerme y dejar de escribir esto y hacer otra cosa sin sentido.
Sofía era hermosa, era una más del grupo a pesar de ser mujer, podíamos confiarle cualquier cosa y ella sentirse libre de hacer cualquier cosa. Era parecida a un poco de cada uno de nosotros, era sensible, extraña, madura y hasta a veces perversa. Muchas veces me hice varias preguntas sobre cosas extrañas, pero la pregunta que siempre me repito es ¿Cómo alguien así puede dejar de vivir? Pero, bueno, nada, no voy a adelantarme.
Ella veía el mundo diferente. Escribía poesías como lo hacía yo, amaba dibujar como Nacho, era una demente como Lucho, te sorprendía como Juan, volaba como Simón, te divertía como Tomás y era adicta a la heroína como lo éramos casi todos, digo casi por, pues ya saben, Tomás no consumía absolutamente nada. Un día la notamos bastante pálida, nadie se animaba a preguntarle que le pasaba, porque éramos demasiado varones para preguntar sobre el metabolismo femenino y a pesar de la extrema confianza, hay cosas que dan vergüenza hablar con una mujer. Siguió pasando el tiempo y encontramos aún más rara a Sofía, su ánimo no era el mismo de siempre y su silencio era aún más silencioso, ella decía que no le pasaba nada, pero que le preocupaba a veces lo extraña que se sentía. No le gustaban los doctores, por eso le costaba tanto visitar a uno, pero una tarde la madre la llevó, la hicieron hacerse varios estudios, hasta tuvo que hacerse uno del corazón. Cuatro doctores de diferentes ciudades le diagnosticaron lo mismo: cáncer. Sabíamos y ella también sabía que no había vuelta atrás, la vida ya no la quería en ella y de la peor manera la intentó sacar. La recuerdo en esa fría habitación con esa gorra que yo mismo le había regalado, no quería mostrar su cabeza sin cabellos avergonzada por lo triste que se la veía y más en un hospital como lo era ese. La recuerdo cantando aquella canción triste mientras escribía quizás su última poesía, decidió regalármela y terminaba diciendo:
Todo fue tan corto…
todo fue…
todo.
No tenía que irse, fue muy injusto que Sofía tenga que morir. Nuestras vidas cambiaron por completo, cada día más nihilistas, cada noche más vacíos.
Me pasé días llorando tras la muerte de Sofía. El mundo me decía que salga de mi habitación y que siga con mi vida como si nunca Sofía hubiese existido, pero que perverso y absurdo puede ser a veces el mundo, ¿cómo olvidar a alguien que darías tu vida para estar de nuevo con ella? Tan sólo un rato en silencio, mirándola, unos segundos riendo. Mis padres entraban y salían de mi habitación sabiendo que tanto tiempo de soledad iba a hacerme aún peor, pero nada podía calmar mi angustia. Intenté con la religión, con la psicología, y hasta a veces fingir esquizofrenia como si Sofía siguiera viva, pero nada de nada podía consolarme, hasta que un día decidí escribirle una carta, sí, una locura, una idea extraña, una paradoja, un delirio sabiendo que nunca iba a recibir respuesta…
Sofía en cielo con diamantes…
Lloré seis días más, a tal punto que ni siquiera fui a la escuela.
Pero un día decidí empezar de nuevo, me costó muchísimo levantarme, estaba demasiado débil tras pasarme tiempo comiendo muy poco, días en oscuridad y con el diablo dentro mío. El primer día que salí a cambiar mi vida después de la muerte de Sofía, fui a la casa de Nacho, quería saber cómo él estaba, quizás sentía lo mismo que yo o quizás podía ayudarme un poco. Llovía como ya era de costumbre, pero, ¿a quién le importa mojarse un poco cuando ya no hay nada que perder? Entonces caminé bajo el frío del otoño hasta llegar a la casa de Nacho…
-¡Hola Teo! Hacía mucho que no te veía- dijo la madre de Nacho al abrirme la puerta.
-Bien Isa, me encuentro bien- contesté, y como verán a veces hay que mostrarle la mejor cara al mundo a pesar de que por dentro quieras morir para dejar de sentirte así.
-Me alegro tanto, decime, ¿Cómo están tus papás? Hace tanto que no sé nada de ellos, no salgo mucho a la calle, el frío me trae derecho a casa después del trabajo y bueno sabés como son las cosas, Nachito a veces es tan raro, tengo que estar muy encima de él.- A las madres les encanta hablar, quizás en el fondo saben que tu vida se volvió una mierda, pero ellas quieren hablar y sacarte de alguna manera una sonrisa, no importa lo fingida que pueda ser pero ellas ven lo que uno les muestra y con eso se conforman.
-Pasá, Nacho está en su cuarto, estuvo mucho tiempo decaído después de lo de Sofía, aún no puedo creerlo, era una chica tan buena, inteligente y de tan buena familia. ¡Como a veces la vida se va en un segundo! Pero hay que rezar Teo, hay que pedir por nuestra salud y la de nuestro seres queridos- mientras la escuchaba pensaba muchísimas cosas y en la única que coincidí es en la frase que dijo: Como a veces la vida se va en un segundo. Porque tiene razón, quizás mañana ya no sabemos que nos va a pasar. Al escuchar hablar de Sofía se me llenaron los ojos de lágrimas, sé que Isa no lo hizo apropósito es una mujer extremadamente buena, y quizás sí, como dijo, Nacho es algo extraño, pero lo que le falta saber es que necesitamos más personas como él para que el mundo gire de otra manera. Pero la odié cuando dijo que había que rezar, ¿Por qué meter a Dios con Sofía? Si ellos apenas se conocían, y no se mucho de religión pero una vez me dijeron que para Dios éramos todos iguales y no creo que porque Sofía no creía, Dios eligió matarla, por eso odio que digan que hay que rezar como si rezando la suerte estuviese de nuestro lado. Sofía era demasiado buena y hermosa como para recordarla solamente como alguien que murió de cáncer.
-Me alegra volver a verte Isa, voy al cuarto- dije con una pequeña sonrisa y sujetando su mano.
-Sí, claro. ¿Querés algo caliente para tomar o para comer? Estoy haciendo una torta de chocolate riquísima, es la preferida de Nacho, le voy a dar una sorpresa. Sé que va a encantarle. ¡Ay! Se va a poner tan contento cuando empiece a comerla- dijo ella. Y ven, como dije, es una madre estupenda y ahí sí sonreí en verdad sin tener que fingir. Me alegraba darme cuenta que existían personas tan amables. Me saqué mi abrigo, lo colgué en el perchero y: -No, muchas gracias, acabo de merendar. Pero estoy seguro que la torta va a estar deliciosa, quizás pruebe un poco cuando Nacho la coma…- y caminé hacia el cuarto para ver a mi amigo que hacía tiempo que no lo veía. La casa de Nacho siempre fue extraña, era un poco antigua pero a la vez un poco moderna, tenía una escalera que parecía la de la casa de mi abuelo y la vez unos cuadros como si los hubiesen pintado en un día que todavía aún no ha llegado, pero bueno, ya conocieron a Isa, imaginen que pasa por su cabeza. En el pasillo había fotos de Nacho de pequeño, fotos de Nacho cuando hacía karate, fotos de Nacho en la playa, en la montaña, en la nieve, bueno, fotos de Nacho por todas partes, era único hijo, por eso sólo habían de él. Al llegar al final del pasillo había un enorme cuadro dibujado y pintado por él que era mi favorito, podrán ponerme cuadros de todos los pintores muertos y vivos del mundo, pero sin embargo mi favorito siempre va a ser el que Nacho hizo, no sólo por el hecho de que él sea uno de mis mejores amigos, sino que por qué ese cuadro me hacía sentir dentro. Era una especie de circo ambulante, pero los personajes no parecían de circo, los personajes estaban tristes como Nacho al pintarlo, me acuerdo el día exacto en el que me dijo que estaba trabajando en eso. Fue cuando recibió la visita de su padre sólo por un momento, lo saludó agarró un par de cosas y se fue para nunca más volver, en el cuadro había muchos payasos, payasos tristes, grises, blancos y negros, gatos por todas partes, cuervos y gente con máscaras sonrientes, quizás si uno se encuentra en una de esas etapas depresivas de la vida, al ver un cuadro de Nacho sería la gota que derrama el vaso para ir corriendo a la casa, agarrar una pistola y perforarse la sien de un disparo. Mi amigo tenía ese don que a través de la pintura te metía en el mundo gris que él había creado. Bueno, abrí la puerta de su habitación y ahí estaba, acostado en su cama dibujando en su cuaderno como lo hacía siempre, el cuarto estaba oscuro y sucio, y estaba escuchando la canción favorita de Sofía. No quiero decir el nombre.
-Tanto tiempo amigo…- dije para levantar aunque sea un poco el ánimo, pero él apenas me contestó con un: -Aaamm…- siempre solía decir eso. Cuando estaba enfadado, cuando estaba triste, cuando estaba exaltado, hasta cuando estaba drogado Nacho decía: -Aaamm…- me irritaba un poco, es verdad, me enojaba que él conteste con una simple expresión sabiendo que los dos estábamos pasando por el mismo momento, pero bueno, no les conté un detalle importante, Nacho estuvo siempre enamorado de Sofía.
Agarré su cuaderno y fue lo más enfermizo y triste que vi en mi vida. Eran retratos casi perfectos del rostro de Sofía en diferentes perspectivas y lugares. Sofía triste, feliz y sin hacer una mueca, el cuaderno de Nacho estaba completamente lleno de dibujos de Sofía. Lo miré y él me miró: -Sabías cuánto la quería- dijo lagrimeando.
-Lo sé hermano- contesté poniendo una mano en su hombro, agachando mi cabeza y dejando caer mi corazón.
-La extraño tanto, no puedo creer que esto pasó- dijo llorando, sujetando su rostro y tirando el cuaderno de la cama al suelo. –Yo también la extraño, pero el ciclo de la vida nos indica que tenemos que morir, Sofía sigue estando con nosotros, lo sabemos. Cuánto aprendimos de ella, no vamos a olvidarla por el hecho de que esté muerta- dije algo sin saber si yo me entendía, que estúpido, pero que más, quería verlo bien. –Tenía sólo dieciséis años, no puedo hablar de ella como si fuera una persona mayor, no tenía que morir, ¿Por qué las personas buenas se mueren?- dijo destrozado y yo no pude evitar llorar por un buen rato. Pero ¿Cómo no estar destrozado? Si recuerdo cada palabra que le dije mientras estaba en esa inmunda cama con los ojitos cerrados…
-Si podés escucharme… no te vayas, te necesitamos…- dije angustiado.
-Quedan muchas películas por ver, quedan miles de lugares donde ir, quedan muchas tardes para sentarnos en mi patio y filosofar, quedan las noches de verano Sofía, quedan muchas vacaciones más, queda que nos rompan el corazón a pedazos, queda llorar día y noche abrazados, quedan miles de distracciones y miles de errores, tenemos todo el tiempo del mundo para equivocarnos. Quedan los celos de cuando presentes tu primer novio a nosotros, cómo hermanos siempre vamos a querer lo mejor para vos, quedan muchas noches para emborracharnos e irnos cantando nuestra canción a la madrugada a nuestras casas, queda todo lo que hicimos juntos hasta hoy, quedan los momentos en que aún nos tenemos que aburrir, queda el miedo de perder el amor y el miedo también de nunca volver a encontrarlo, queda el miedo de perder nuestros mundos y juntos volvernos a encontrar, queda llorar juntos, reír juntos, soñar juntos… por favor no te vayas si me estás escuchando…- dije lagrimeando y luego tosí, no quería quebrar en llanto por miedo a que ella me estuviese viendo, aseguro que nunca le hubiese gustado verme llorar así.
La enfermera dijo que era tiempo de que tenía que irme, ya no podía estar ahí. Era el último momento en que iba a ver a mi mejor amiga y tenía que verla así: tan fría, tan débil, tan triste… ella nunca hubiera querido morir así. Imaginen que si es espantosa la sensación de saber que nunca más vas a volver a ver algo, piensen cuánto aún más horrible es saber que nunca más vas a volver a sentir un ángel. Agarré fuertemente su mano, quería que ella esté donde esté lo sintiera de alguna u otra manera y me fui, me fui para no volver a verla jamás con vida, nunca más escuché mi nombre salir de su boca, nunca más vi salir humo de su cigarrillo mientras reía como loca, nunca más la oí cantar una de sus canciones, nunca más la vi sonreír con el Sol en su mirada, nunca más recibí uno de sus llamados en la que entusiasmada me decía: -Teo ¿Qué onda? ¿tenés el auto?-, nunca más pasé por su casa para recibir un abrazo como diciéndote fuertemente: “No estás solo en el mundo”, nunca más escuché uno de sus gritos de felicidad y locura adolescente al sentir una canción muy dentro de un corazón, nunca más la escuché decirme: Te quiero hermano, nunca más la vi llorar por más de una razón, nunca más me hizo poner la piel de gallina hablando de lo “imposible” y a la vez lo posible que es el perder la cabeza por algo insignificante que se vuelve inmenso y luego añicos con un abanico de tristeza, nunca más dijimos de hacernos el mismo tatuaje, nunca más prometimos el vivir juntos, nunca más soñamos el morir al lado, nunca más Sofía, nunca más…
Y era triste… era tener su última imagen callada, como una película muda, pero nosotros sabíamos que dentro de ella algo estaba llorando, y si ella lloraba a nosotros nos derrumbaba, porque ella siempre fue un sostén de la felicidad en cada uno de nosotros…
Salí de la habitación y ahí estaban todos, mi mamá me abrazó y: -se muere mamá, se está muriendo Sofía y no puedo hacer nada para salvarla…- dije quebrando en llanto y ella intentó decir algo, pero en el fondo sabía que iba a ser en vano, por eso me abrazó otra vez. Luna fue corriendo hacia el hospital y se sentó a mi lado. –Los doctores nos dijeron que ya era irreversible- le dije y ella mirando para abajo dejó caer una lágrima. Sujetó mi mano. -¿Puedo pasar a verla?- preguntó y yo asentí con mi cabeza, nunca le pregunté que había sentido al verla así frente a ese maldito aparato extraño que indicaba su frecuencia cardíaca pero era seguro que sentía lo que sentíamos todos fuera de ese cuarto: angustia, soledad y silencio. Mis amigos estaban destrozados, creo que nunca nos enseñaron a decir: -Hasta luego…- y no volver jamás… no quería decir más nada, quería callar por siempre y dejar todo en su lugar.
Pero que más, estaba con mi amigo y entonces lo abracé… los dos nos quedamos en silencio, hasta que su mamá interrumpió con su sorpresa.
-Mirá lo que te hice Nacho, tu torta favorita- dijo Isa con una sonrisa de oreja a oreja, ella sabía que todo estaba muy mal, pero sin embargo sonreía como para contagiarnos su fingida felicidad. Que extrañas a veces son las personas, demuestran como si no quisieran aceptar que la vida a veces es una mierda. –Gracias mamá, igual no tengo hambre, dejala ahí después seguramente la comemos con Teo- dijo Nacho. –Pero mirá que van a dejar que se enfríe ésta torta, ya se las traje cortada y todo, sólo tienen que comerla y ponerse bien. Después pueden ir a dar una vuelta por el centro, ver chicas, tomarse una gaseosa- Isa una vez más parecía una idiota, con lo mal que Nacho y yo nos sentíamos, ¿Cómo podíamos salir a dar una vuelta como si estuviéramos en nuestro mejor día? Quizás si dábamos una vuelta era sólo para fumar marihuana bajo las estrellas al anochecer. –Dejala ahí mamá, después comemos un poco…” Nacho mostraba amabilidad al responder. –Pero no, a ver, tomá Teo, este pedazo para vos y este para vos Nachito, no pueden estar encerrados sin comer nada como si la vida ya hubiese terminado- dijo ella y apoyó un pedazo de torta a mi lado y otro cerca de mi amigo. -¿No entendés lo que no querés entender no? Te dije ya dos veces que no queríamos torta, llevala de una vez por todas, no tenemos hambre y queremos hablar, salí de mi cuarto por favor- dijo Nacho enfadado levantando su tono de voz. Isa solamente se quedó muda, agarró los dos pedazos de torta y se marchó angustiada.
Bueno, yo hubiese hecho lo mismo, Isa es muy buena madre, pero a veces de tan buena que empieza a ser un poco pesada y la gente pesada no escucha a menos de que le grites un poco, la insultes o le seas indiferente.
Pasó una hora entera en la que Nacho me habló de Sofía, recordando cada momento que había vivido con ella, nunca supe de que dos veces habían tenido sexo, ni que juraron escaparse del mundo cuando terminen sus estudios y se irían a vivir a Italia. Sofía siempre hablaba de Italia. Mientras más lo escuchaba, más me angustiaba y por momentos pensaba en cómo sería mi muerte, espero que sea una muerte rápida, quiero sufrir lo menos posible. Les diré algo, a veces me gustaría estar muerto y ver como la gente vive en mi ausencia, pero mi funeral va a ser tan triste, viendo llorar a tantas personas que nunca me conocieron de verdad, conocieron sólo una parte, la que pudo adaptarse a la verdad, pero que nadie olvide mi parte poeta, la parte de aquel niño triste sin corazón, la parte gris, blanca y negra.
Nacho seguía contando sus experiencias sexuales con Sofía, no es que no me interesaban, sino que medio que me molestaba no haberlo sabido antes, pero no importa, como les dije e Isa también dijo, Nacho era algo extraño. -¿Me estás escuchando?- dijo algo enfadado. –Sí, por supuesto amigo…- dije volviendo a la realidad. –Aaamm…- contestó y yo sonreí. Después de un rato, fuimos a dar una vuelta, por supuesto ambos agarramos un pedacito de torta sin que su mamá se diera cuenta sino empezaría de nuevo a hablar, nos pusimos los abrigos y empezamos a caminar. Llovía un poco menos, ya casi nada pero sin embargo hacía frío, me encendí un cigarrillo y Nacho otro mientras caminábamos en silencio, seguramente ambos pensábamos en la misma persona, Sofía, ¿y como no? Si ese extraño ángel tocó gran parte de nuestros corazones.
Nos recuerdo acostados en el pasto, el Sol derretía la nieve pero algo dentro nuestro se seguía incendiando, y si ni nosotros mismos podíamos evitar al fuego, no podíamos prohibirle al diablo que siguiera sus deberes. Pero hasta el más joven sabe llorar, y Sofía permanecía llorando tras saber que mañana no iba a ser un mañana sino un “quien sabe” o algo más. No podía decir que no, no me salía, estaba demasiado triste tras saber que ella nunca iba a conocer a mis hijos, pero hoy no quiero pensar en hijos, sólo quiero una sonrisa más de ella y que sus ojos cambien las X por el brillo de verdad. Estuve en casi su último instante, mientras ella me miraba yo le recordaba una y otra vez que todo lo que vivimos con ella había sido más que lo mejor, un poco de amarillo, azul y cualquier otro color podía decirle y gritarle que no todo era tan oscuro en su corazón. Si ella era la mejor, de lo mejor ¿Cómo podía sentirse así? Entonces, ¿Qué mierda quedaba para mí? Ella siempre feliz, no se merecía verse tan mal. Hubiese preferido de tortura que me comieran el brazo millones de hormigas antes de que a Sofía le tocara cerrar los ojos antes que a mí. No quería soltarle la mano, ella en el fondo sabía que yo siempre iba a estar a su lado, pero si éramos sólo unos niños que no sabían lo que estaban haciendo, no molestábamos a nadie, ¿Por qué tuvo que irse? Una mirada tan brillante merecía dar luz por siempre, ahora cada día más oscuro, mi brazo tiene un agujero nuevo. Ambos sentados en el árbol, una vez arriba, la nieve ya no era tan fría, nos encendimos un cigarrillo y ella empezó a cantar una canción. No recuerdo bien la letra, nunca tuve buena memoria pero decía algo cómo:
Puedes venir si es el día, puedes decir hasta luego. Prometo que nunca voy a crecer…
Sus palabras siempre quedaron en mí como las palabras de un sabio, Sofía era sabiduría emocional y el resto de lágrimas en su mar intacto por el tiempo. Ella decía: va a estar todo bien… mientras que nosotros llorando nos dábamos cuenta que todo iba a cambiar, y ¿Cómo no? Si cuando ella estaba muriendo, murieron todos en nuestro país del nunca jamás. El día de su muerte, el cielo se puso rojo, hubiese deseado despedirme de una mejor manera, no solamente con un llanto y un “Te quiero” ella me enseñó mucho más que decir “Hasta luego”, ella me enseñó a ver las cosas de otra manera, a ver un mundo diferente, imaginen que compartí desde tardes en bicicletas hasta noches en vela, con Sofía podía hablar todo. Una vez le conté algo que venía pensando hace mucho: el miedo de cómo íbamos a crecer. Entre tanta frialdad nadie iba a soportar el síndrome de Peter Pan, y nos iban a presionar, nos iban a poner trabas porque la sociedad quiere algo mejor que pequeños soñadores que supuestamente nunca llegan a nada, pero si a nosotros nos alcanzaba una ilusión, nadie tenía que obligarnos a llegar a algo concreto, lo único exacto que queríamos era ser niños por siempre y sé que pocos lo entienden pero la verdad es que por ahora no interesaba la verdad, solamente una vela que se mantenga encendida dentro mío.
Sofía decía que íbamos a ser los mismos, pero con distintos cuerpos, juntos nadie iba a poder cortar nuestras alas, íbamos a ser los mismos, pero quizás con otros ojos y sí seguíamos creyendo en extraterrestres y nos seguíamos preguntando ¿Dónde estaban? O ¿por qué no aparecen? Nadie iba a poder cambiar nuestras miradas. Pero ella murió, ¿y eso que quiere decir? Claramente que murió la pureza de soñar con algo distinto, de que mis poesías nunca iban a llegar a un corazón y si Sofía no pudo cambiar el mundo, mucho menos iba a hacerlo yo…