Con tanta facilidad parloteaba Nacho, y no es que no estaba de acuerdo con él, porque sí lo hacía, pocas veces no coincidíamos. Pero creo que su error es nunca utilizar el término “quizás”, bueno, sí, es admirable su seguridad, pero, ¿Qué pasa con los que verdaderamente piensan diferente? –Ay mierda- dije hacia dentro, Nacho tenía razón. A la mierda el mundo, a la mierda los demás, ¿Por qué escuchar cuando uno nunca fue escuchado?
Creo aún en los niños enfermos mentales, tan delirantes que van a cambiar el mundo, así que supongo que todo niño sensible con el corazón en manos va a saber qué es lo que quiero decir. En mi colegio somos pocos los que recordamos la ansiedad de haber llegado al quinto grado, y les aseguro que somos dos o tres lo que seguimos pensando en el señor Álvarez ¿Qué será de él? Lo recuerdo de pie, escribiendo en el pizarrón con su pantalón lleno de tiza en la parte trasera. Era muy gracioso, tras cuatro cálculos matemáticos nos contaba un chiste para hacernos reír a todos y ver con otro humor su materia. Nunca me gustaron mucho las matemáticas, pero sí que me agradaba mucho el señor Álvarez y más aún cuando se ponía su cortaba celeste, se peinaba con gel y se sacaba la camisa fuera del pantalón. Recordar cosas divertidas es como una especie de placebo mientras te masturbás con una mano y con otra sostenés un cigarrillo. Quizás para llegar más rápido a tener un orgasmo tenía que pensar en una chica como Sara y no en el señor Álvarez, pero si quieren saber la verdad, a mí siempre me excitaron los momentos divertidos. Obviamente que Sara se ha ganados muchas noches desnuda en mis fantasías, entre montañas y juegos sexuales, Sara en mi mente siempre me hacía acabarme. ¡Ay! Qué hermoso era sentir el placer de mojarse los pantalones. Cada dos noches tenía reservado un pedacito de cielo inmenso y sólo yo, mi imaginación y el placer que me traía masturbarme mirando las estrellas. Estoy en contra de los que dicen que la masturbación es un pecado ¿cómo se puede pecar al hacer algo tan placentero? Y además ¿qué mierda es un pecado? Creo que es más terrible el fingir ceguera y no querer detenerse a leer las paredes escritas en las calles, es cómo no querer aceptar otro tipo de poesías. Si los mayores aman a los poetas, no entiendo por qué viven diciendo que somos delincuentes por expresarnos diferente. Nos tratan de anarcos, perdidos y rebeldes, puede ser que esté de acuerdo con lo de rebeldes, pero no olviden que si existe la rebeldía es porque antes nació en nosotros algo mucho más grande que es la disconformidad.
La revolución está en las calles y muchos se la están perdiendo por sólo el hecho de querer ajustarse a una mierda de sociedad supuestamente perfecta, esa perfección que quiere predecir nuestra conducta como si todos fuéramos robots sin corazón, yo estoy del lado de los niños que buscan cambiar el mundo con amor, dolor y gritos. Obviamente que no e gusta leer en una pared insultos cómo: “Negros de mierda”, ya que los niños de los niños que yo les hablo no creen en un color, lejos del narcisismo, el resto lo dejan en silencio que luego se hace hielo. Muchos murieron sin ser escuchados, otros van a nacer siendo hombre con pañales y al crecer, niños con corbatas, duele crecer de una manera y luego darte cuenta que ese camino era incorrecto, pero tranquilos, hay tiempo, aún la música sigue sonando.
Un día salí a dar una vuelta para reflexionar un poco sobre un libro que había leído. El Sol del Sábado por la mañana en aquel otoño no quemaba para nada. La señora Elsa estaba enfadadísima porque en el muro frente a su casa había aparecido un escrito al amanecer:
“Al despertar me di cuenta que nunca me enseñaron la inmensidad de la palabra soledad…”
Como dije, Elsa estaba enojadísima a pesar de que ese muro no le pertenecía a nadie. Yo le dije que se veía bien un poco de poesía en un barrio tan callado como lo era el nuestro. Pero ella enseguida me contradijo, diciéndome que no se podía permitir esto. Le pregunté el típico “¿Por qué?” si sentido, a pesar de que yo creía que eso no estaba para nada mal, siempre me interesó la opinión del otro. Me dijo que la juventud estaba perdida, cuántas veces ya había escuchado decir eso a tantas personas, es cómo si cuando algo lo quieren hacer más fácil, etiquetan la carátula con esa frase. Elsa me dijo que en sus tiempos al terminar la escuela, ya eran madres y no sólo eso, sino que también trabajaban en algo. Yo sólo la escuchaba porque estaba seguro de que si decía lo que pensaba, enseguida iba a darme el supuesto sermón de organización versus anarquía.
-Es sólo un mensaje…- susurré.
-¿Qué mensaje? Eso es una mierda.- ella respondió señalando la pared.
Y a pesar de que intenté que no lo hiciera empezó con su discurso conservador del mundo ciego, sordo y mudo, pero perfectos para personas como ella. Me dijo que de lunes a viernes había que trabajar para mantener una familia, trabajar para traer el pan a la mesa y si a uno le gusta descansar que se dedique a no molestar con idioteces como esas. Los sábados había que ordenar la casa y los domingos a la iglesia. ¡Vaya cronograma para el futuro! Prefiero que caiga algo del cielo y nos aplaste a todos ahora para no ver como personas como Elsa intentar callar a los niños defensores de una utopía de un mundo mejor. No pude escuchar mucho más el sermón fascista del cambio de generación, creo que si Elsa se tomara un momento para sentarse en el césped y oír a los niños cantar, olvidaría su discurso de que todo tiempo de antes fue mucho mejor. Sí, yo también extraño lo de antes, pero deseo volver a ser niño para reencontrarme conmigo mismo y sentirme vivo. Me despedí de Elsa, mintiéndole que la entendía, me dijo que era un buen chico, me preguntó por mis padres, por mis hermanos, por el colegio y eso es lo malo, que somos buenos chicos cuando nos quedamos callados y coincidimos, las personas así ven la desobediencia, como algo inhumano y no cómo algo positivo, no es una guerra, nosotros no usamos armas, simplemente queremos hacerles saber a muchos que también existimos.
Caminé casi desvaneciéndome en el parque, levité un rato, pues cada día era más invisible. Mis ideas nihilistas no iban a cambiar el mundo por ahora, lo sabía, pero lo que menos deseaba era que el mundo logre cambiarme a mí. Me alegraba darme cuenta que todos querían enseñarme algo, pues, me daba cuenta que a mí aún me faltaba mucho para aprender, pero, nadie me aseguraba el camino correcto, y… entonces, ¿Qué tenía que hacer? ¿Tirar al azar mi vida como si fuera una ruleta o simplemente adaptarme a una sociedad que pocos entendían? Decidí hacer mi camino, decidí elegir no elegir lo que elegían los demás, sino elegir lo que sentía que mejor me iba a hacer, poco a poco entendí el motivo de mi elección, el estar a un costado del mundo no iba a lastimarme tanto, pero lo que nunca pensé es que la soledad podía congelarme y la felicidad dependía a veces de otro, mejor siempre, siempre dependía de otro.
-Hola señora, cigarrillos por favor…- dije al entrar a un quiosco del centro.
-¿Cuántos años tenés? No vendemos cigarrillos a menores…
-¿Eh?
-¿Qué cuántos años tenés?-
Me parecía absurdo que no quiera venderme cigarrillos sabiendo que en todos lados vendían, no estaba pidiendo marihuana, ni mucho menos heroína, estaba pidiendo sólo tabaco, sabía lo mal que me hacía, pero que carajo, yo quería comprar cigarrillos sin enojarme y mandarla al diablo.
-Diecinueve ¿y usted?- tiré un número para que la señora crea y termine esa escena ridícula.
Me miró de arriba abajo como si fuera un policía y yo su sospechoso. –Tomá, son siete pesos con veinticinco- me dijo y puso el paquete en el mostrador. Saqué mi billetera y le pagué, tenía ganas de ya no estar en ese inmundo quiosco, pero justo entró mi papá a comprarse el diario y: -otra vez fumando- me dijo.
Agarró el diario, miró a la señora y le preguntó: -¿Por qué ponen ese cartel si no van a cumplirlo?- señaló un cartel que decía “No vendemos cigarrillos a menores de dieciocho años”, la señora me miró algo enfadada y le dijo a mi papá que yo le había dicho que tenía diecinueve.
-Pero ¿cómo puede creerle? Si a simple vista se nota que no tiene más de dieciséis.
-Bueno señor, no tengo un aparato donde me dice la edad y fecha de nacimiento de cada chico que entra por acá.
Sabía que a mi padre le molestaba demasiado que yo fumara porque mi abuelo había muerto por cáncer de pulmón, pero tranquilo papá, yo hace tiempo que ya soy un cáncer para vos. Ambos empezaron a discutir y bla bla bla, dejé los cigarrillos en el mostrador y a la mierda con todo, ni siquiera me importó que me devuelvan el dinero, salí del negocio y empecé a caminar. No podía entender como ellos le daban tanta importancia a algo tan insignificante, y las veces que grité escribiendo en mi cuaderno no podían escuchar por lo sordos que estaban, ¿acaso eso no es más importante que un cigarrillo? Si el cigarrillo va a matarme no me importa, pues ¿para qué quiero tanto tiempo acá viviendo esto? Si en el momento de mi muerte todos van a decir: El cigarrillo lo mató. Y estoy seguro que nadie ni va a pensar: Se sentía distinto, necesitaba otro poco de atención. No me importa morir joven, sólo me gusta hacer lo que me gusta y si fumo no es por adicción, sólo lo hago porque… bueno… como dije, me gusta hacerlo. Si necesito tiempo para dejarlo, no iba a dejarlo acá sabiendo que nadie me dejaba en paz como para que pueda sentarme a pensar con que iba a reemplazarlo, ya que hasta la despedida más insignificante podía lastimarme un poco más, y si me pongo a pensar, paso más tiempo fumando que con mamá y papá. Vengo de una generación que aprendí a fumar antes de saber bien matemáticas, pues, descuiden, no importa. Esa fue me decisión, aislarme del mundo y filosofar mientras que el humo y el cielo eran uno en realidad.