Ya la describí como una chica perfecta, quizás ya logren imaginarla de pies a cabeza, pero, ¿Qué hay? Igual ella se merece un gran lugar en mi pequeña historia. No voy a hacer una autobiografía de mi relación con Luna, sino que quiero contarles cada instante, cada momento que fue importante en mi vida para llegar a hoy. Estuve gran parte del día mirando las fotos y no sé bien qué momento contarles, hasta que me decidí por el martes 26 de Mayo.
Habíamos discutido no recuerdo por qué, seguramente por algo sin importancia, a pesar de lo mucho que nos queríamos siempre discutíamos, pero las personas que se quieren hacen eso, ¿no es cierto? Nos sentamos a oscuras en el sillón del living, la miré, pero ella seguía algo enfadada por eso ni siquiera me miraba. A veces se ponía media caprichosa, ella nunca iba a ceder en una discusión, sino que siempre esperaba a que la otra persona venga de rodillas a pedirle perdón, pero bueno, conmigo era difícil conseguir eso, pero a la vez no quería estar todo el día así, entonces le pedía disculpas o le agarraba la mano y le sonreía, ustedes saben lo que les gusta a las chicas, y una sonrisa enternecedora a todos nos puede ganar. Luna y yo, pasábamos mucho tiempo juntos, era como que la vida nos había unido para que lleguemos a algo importante, hacíamos de todo un poco, mirábamos películas de todo tipo, nuevas, viejas, de acción, de terror y hasta a veces las cursilerías que ella quería. Nos encerrábamos en mi habitación, apagábamos las luces y nos quedábamos en silencio escuchando música, a ella le fascinaba The Cure, mientras que a mí me gustaba más la música de personas como John Lennon o Kurt Cobain. Ella amaba cantar, y nada me hacía perderme más en un mundo tan diferente como cuando ella cantaba. Era un ángel y yo simplemente el poeta que la vio vestirse de negro, yo conocía a Luna como nadie la conocía, sabía de su amor por la paz en el planeta, como de sus mentiras a su padre al anochecer, sabía de su extraña simpatía por la escuela, como también que odiaba la monotonía de la vida, pero, sabía cosas que nadie sabía, conocía su bipolaridad, su histeria y sus ojos al llorar, conocía su filosofía, su angustia y su novela sin terminar, conocía hasta su último sueño, su amor vegetariano y su pasión por los escenarios. Luna era increíble al amanecer. Solíamos sacarnos fotos los días nublados, ella decoraba todo su cuarto con varias fotos de extraños, decía que con sólo un instante se podía ver que sentía cada persona, le gustaba ver el interior de las personas. En su pared había una foto que en verdad me encantaba, era una nuestra, sentados en el suelo una tarde de lluvia, ella riendo como si nada pasara y yo mirando hacia un costado, no recuerdo en que pensaba, pero sí recuerdo esa foto como si me la hubiesen sacado mil trescientas veces. Es extraño, al ver una foto, enseguida vienen a tu cabeza los días en el paraíso, días que creías haber olvidado, y los momentos se olvidan, desaparecen de tu mente de un día para el otro, las personas te quieren, te odian y desaparecen, me encantaría que toda mi vida esté recuadrada en fotos, así no tendría que olvidar nada, mi cabeza estaría repleta de recuerdos, pero, que más, si a veces recordar es mejor que vivir. Por el único motivo que me gustaría ser viejo, es para pasarme sentado en un sillón contando mis días como si nunca nada ni nadie se hubiese ido, toda mi vida estaría ahí, intacta.
Luna y yo éramos perfectos el uno para el otro, yo era su parte rebelde y ella mi inocencia, yo la hacía romper las reglas y ella valorar lo que yo tenía. Me acuerdo que un día me dijo que la vida podía ser sencilla, vivíamos y después moríamos, era la naturaleza del hombre sin sueños, pero también podíamos darle la vuelta al tablero, jugar con cada uno de los deseos partidas simultáneas, enroque, alfil por caballo, jaque mate, nunca decía tablas. Decía que la vida era como una partida de ajedrez, donde cada uno era el rey y cada uno de los peones, pocas veces entendía sus metáforas, pero sí me miraba en la forma que me miraba, me resultaba imposible concentrarme, me perdía en sus ojos verdes.
Como podrán darse cuenta, suelo irme siempre por las ramas, dije y vuelvo a decir que no quiero que esto sea muy extenso, no tengo muchas ganas de hablar. El 26 de Mayo fue un día totalmente diferente, habíamos olvidado aquella estúpida discusión cuando subimos a mi habitación, pusimos música fuerte para que ningún otro ruido nos moleste y empezamos a besarnos y sentir que todo de nuevo comenzaba. Me puse encima de ella y antes que Luna dijera una palabra o hiciera una mueca extraña, me quité la remera. Le hice una mueca graciosa y al verla sonreír de esa manera rápidamente le quité la suya, quizás sea un obsesionado y sólo piense en eso, pero, las ganas que me daban de verla desnuda en mi cama eran increíbles, pensaba en el resto de su piel, pensaba en sus pezones, pensaba en sus gemidos, pensaba en que podría haber sido aún más feliz si no hubiese tenido tanto miedo de hacerlo. ¿Pero conmigo? Yo aún no sabía si era el indicado para ella, pero lo que si estoy seguro es que ella era perfecta para mí. Porque aunque la lastimara sin que se diera cuenta, y yo mismo se la clase de mierda que soy, la quiero, la quiero como nunca creí que iba a querer a alguien, y no se si estoy preparado como para sentir algo así, pero es verdad, la quiero.
-No digas nada, no digas nada…- le decía mientras besaba su cuello porque me daba cuenta que ya me estaba por parar. Las chicas siempre dicen: -más despacio-.
-Pero…- ella parecía tartamudear, pero, pero, pero, siempre era igual, antes que de que empezara a hablar prefería volverla a callar, entonces la volví a besar.
Me daba cuenta que ella no quería que siga, pero a la vez yo no quería frenar, y cada vez estaba más arriba de ella, quería desabrochar mi bragueta y sacarme los pantalones para cada vez besarla mucho más, pero como era de esperarse me corrió y no pude decirle nada porque a pesar de que me enfade lo más posible, ella tenía razón, aún no estaba preparada.
La miré.
Ella me miró.
Y luego los dos nos empezamos a reír.
-¿Querés quedarte a dormir?- le pregunté sonriendo.
-¡Estás loco, mi mamá me mata, y tus papás si me ven acá te matan a vos!- me contestó de una manera seria pero a la vez riéndose un poco.
-Primero, mis padres no están. Segundo, le podés decir a tu mamá que te quedás a dormir en lo de Carolina. Y tercero, quiero que te quedes mi amor, quiero sentir lo que se siente dormir una noche con vos-. Le contesté dandole los motivos que para mí eran más que suficientes.
Ella pareció pensarlo toda una vida, pero realmente fueron unos minutos hasta que me contestó, -Bueno mi amor…- y al escucharla dar esa respuesta era como si todo tomaba un sentido diferente, o por lo menos para mí, todo era diferente.
A la hora de cenar, pedimos una pizza, ya que ninguno de los dos tenía ganas de cocinar. Luego nos acostamos un rato a escuchar Nirvana, yo le quería demostrar el por qué me gustaba tanto, haciéndole escuchar la gran mayoría de sus canciones.
Pero de repente, después de tanto hablar, creo que me dormí.
Ese era un ejemplo claro de los momentos que me gustaría tener recuadrado en una foto, los dos dormidos tan cerca, abrazados, tranquilos. Y dejaría que el tiempo pasara y sin nada envejecer en mi cuarto la vida se iría como un pájaro en invierno. Nada podía interrumpir aquel momento, hasta creo que si hubiese habido un terremoto en mi ciudad, seguiríamos dormidos esperando el final. Yo fui el primero en despertar, encendí un cigarrillo y mientras fumaba veía como dormía. Tomé su cámara y le saqué un par de fotos, me hacía sentir bien de alguna manera ver su forma dormir, era algo relajante, me traía paz. Pensé más de cien cosas para hacer, pero ninguna me daba las suficientes fuerzas como para empezar, ahí sentado mirándola mientras fumaba me sentía perfectamente bien. Luego me puse a pensar como sería mi vida con Luna, le diría si le gustaría vivir en diez lados al mismo tiempo, París, Roma, Madrid, quizás Río de Janeiro o México. En la playa, en las montañas o en la ciudad, ella elegiría cualquiera, pero les aseguro que hubiésemos estado en los diez a la vez, no soy muy bueno para las metáforas, lo sé, pero tranquilos, yo me entiendo. Me imagino un atardecer en una cabaña en las montañas, Luna podría dedicarse a las fotografías mientras que yo escribiría y viviríamos cada uno de lo que tanto nos gusta, nos olvidaríamos de tener que trabajar en oficinas para un jefe que ni siquiera le veríamos el rostro y el dinero nos importaría una mierda. Llevaríamos la vida menos estructurada del mundo, no se trata de un pensamiento de vagos, sino de ser felices de la manera que soñábamos cuando éramos niños.
Al despertar dijo que ya era tarde, su mamá debía estar preocupada por ella. –Te acompaño- le dije, y empezamos a caminar, ese día era sábado, -¿Qué vas a hacer a la noche?- pregunté, y ella me dijo que iba a ir al bar seguramente, yo iba a estar ahí y lo estuve. Por eso paso directamente a contar la noche del sábado. Una remera, una camisa, un buen pantalón y mis zapatillas favoritas, mi mamá me dijo que estaba muy bien vestido, y bueno, las madres siempre se encargan de hacer sonreír a sus hijos. Fumé uno o dos porros con mis amigos antes de entrar en el bar y dentro todo era distinto a lo que había fuera, el mundo un sábado por la noche cambia completamente, todos se olvidan de sus preocupaciones, la única preocupación en mente es emborracharse, conseguir a alguien para salir del boliche y tener sexo, intentar no hacer enfadar a nadie y divertirse obviamente, un sábado por la noche todo es distinto a lo que es en la semana. ¿Escuela? ¿Trabajos? ¿Familia? ¡A la mierda todo! nada importa un sábado por la noche. Estaba un poco loco y un poco borracho, la marihuana había pegado un poco y esos tres vasos de vodka habían logrado marearme de verdad. Di dos o tres vueltas al bar buscando a Luna, afuera llovía así que tenía que estar dentro, seguramente en la pista, ella amaba bailar, un día me dijo que bailando ella sentía que se desprendía del mundo, era como si dejaba de ser una muñeca para pasar a ser un poco de gelatina, de fresa por cierto, ¡campos de fresa por siempre! Esa frase la tenía escrita en uno de mis tantos cuadernos de Septiembre.
-¿Viste a Luna?- le pregunté a Lucía, una de sus amigas.
-Hola Teo ¿Cómo estás tanto tiempo?- ella preguntó. Lucía siempre encontraba la manera de quedarse hablando con un poco de gente, no es que le encantaba hablar, sino que amaba celar a Martín. Y Martín era un chico bastante terco, siempre que Lucía esté hablando con un chico, algo iba a pasar y yo no quería más problemas de los que tenía, siempre me gustó la paz.
-Bien, por suerte todo bien. Entonces ¿no la viste?- volví a preguntarle como para ver que me respondía e irme enseguida, no tenía ganas de hablar con ella, solamente quería ver a Luna.
-Mmm… creo que sí, hasta hace un rato estuve con ella, fumamos un cigarrillo sentadas en aquella mesa…-
-¿Luna? ¿Fumando? Ella no fuma…- dije.
-Tenés razón, era Micaela.- dijo riendo y sosteniéndose de mi hombro.
-¿Me hacés el favor de que si la ves le decís que la estuve buscando? Por favor es importante.- Muchas veces dije que eran importantes cosas sin importancia, pero en el momento de que alguien le tiene que dar un mensaje a otro, es conveniente siempre decir que es importante, sino nunca lo van a recordar y al carajo todo.
-Bueno Teo querido… quedate tranquilo que Luna te quiere mucho…- ella dijo agarrando mi cachete como si fuera un idiota.
-No dudo de eso.- dije sonriendo.
-Es que bueno, venís desesperado a buscarla como si fuera la única persona en el mundo, mirá todas las chicas que hay en el bar, ¿solamente querés hablar con Luna? Contáme que tiene de especial…- dijo ella apoyando su mano en mi otro hombro.
-Creo que no es lugar para hablar de las cosas especiales de las personas…- sabía lo que buscaba la idiota de Lucía, por eso me alejaba cada vez que acercaba su boca a mi oído, ya que cada vez se acercaba más a mis labios. Yo no iba a caer en su juego, a pesar de que un poco me calentaba.
-Nunca es el lugar de nada… ¿no?- ella susurró en mi oído. Y mierda, como le encantaba ser una perra. Lucía es de esas chicas que no te apetece llevarlas de la mano a tomar un helado, sino de las que te encantaría meterlas en el auto, tener sexo con ella y sin hablar llevarla a su casa y a otra cosa mariposa, olvidarse de ella.
Yo sólo sonreí un par de veces, no sabía que decir. Podía haberle dicho disimuladamente que salgamos del bar juntos sin que nadie se diera cuenta, pero a la vez no quería serle infiel a Luna, y además sabía muy bien que pueblo chico infierno grande, en mi ciudad cualquier cosa que pasara todos se iban a enterar, por eso no era de mandarme cagadas y menos con Luna.
Ella había tomado mucho y mientras me hablaba de lo bien que la estaba pasando, olía mi perfume y me decía lo mucho que le gustaba ese aroma. -¿Qué perfume es?- me preguntó y: -No sé, le contesté, es de mi hermano. Creo que se llama Carolina Herrera…- nunca supe las marcas de las cosas y además no quería acostumbrarme porque si mi hermano se daba cuenta que le sacaba su perfume, estoy seguro que me mataría, no me deja mucho usar sus cosas. De un momento a otro, Lucía se abalanzó hacia mí y besó mi cuello, mis hormonas parecían saltar de un lado a otro, estaba demasiado excitado, lo admito, pero un hombre a veces tiene que saber decir Hasta luego. Se acercó un poco más a mí, el efecto del alcohol en chicas como Lucía las hacía convertir en otras personas, yo no quería abrazarla y apoyar su entrepierna en mí, pero ella me lo hacía bastante complicado, les juro. Parecía un juego de fidelidades que estaba a punto de perder. Pero por suerte, de un momento a otro, sentí que alguien se colgó de mi cuello abrazándome. Y: -Hola mi amor- dijo con su vocecita de ángel. –Qué bueno que apareciste…- le dije al igual que me dije eso por dentro. -¿Qué hacían?- preguntó, y Lucía enseguida respondió que nada. Le dijo que la estaba buscando, a pesar de todo, ella mantenía sus códigos. Fue un alivio encontrar a Luna, no podía soportar la impotencia de tener que resistirme y hacerme el duro con Lucía, un hombre tiene sus propios atentados contra sus principios, eso todos lo sabemos creo.
Luna se puso a bailar a mi lado, me sonreía, me abrazaba y sin embargo seguía siendo la persona más tierna del mundo a pesar de moverse de esa manera.
-Te quiero- me dijo.
-Yo también- le contesté.
Ella quería bailar conmigo, pero a mí no me gustaba bailar. Así que para hacerla pensar en otra cosa, la abrazaba y le decía cosas en el oído. Luna era tan linda cuando ponía esa cara que me hacía perder en un mundo de sensaciones locas, subía su ceja y sus ojos volaban, jugaba con su cabello mientras movía su cabeza. Estaba seguro que ella era la persona más hermosa de todo el universo. Llovía, pero a ella eso le encantaba, así que a las cuatro y media de la madrugada, sin siquiera preguntarme me agarró de la mano y me sacó corriendo del bar.
-¿Dónde dejaste el auto?- preguntó.
-A la vuelta, no había mucho lugar para estacionar…-
-No importa, tengo ganas de caminar- contestó y se los dije, ella amaba caminar bajo la lluvia. Yo sólo contesté con un abrazo. Era de película esa escena, los dos abrazados bajo la lluvia estaba seguro que el tiempo se había detenido para mirarnos, con Luna nos comprendíamos perfectamente a tal punto que los dos éramos una sola persona. Nos subimos al auto, puse la calefacción y prendí la radio. Estaban justo pasando una de sus canciones favoritas, no me hagan decir su nombre, porque no recuerdo alguna vez saberlo, solamente sé que a ella le gustaba demasiado. Luna se puso a recordar todos los momentos que pasamos juntos, juró una y otra vez quererme por siempre, hasta en un momento me dijo que nunca creyó que iba a estar tan feliz. -Septiembre fue el momento justo para enamorarnos- ella siempre decía, pero yo haciendo a un lado la cursilería me encendí un cigarrillo. Cuando estaba con ella, no tenía que fingir en absoluto, porque el vacío se había llenado, y nada era para nada absurdo, totalmente todo era increíble. Maldita bipolaridad que tanto tiempo rompió mi cabeza. Levantarme de mi cama al saber que Luna me esperaba, era como levantarse para vivir el mejor día de mi vida, todos mis días eran Septiembre cuando Luna estaba a mi lado.
Me preguntó si Sofía había ido al bar, le dije que no, que se había quedado viendo una película en lo de Nacho. Sofía y Luna se llevaban muy bien a pesar de que no eran mejores amigas. Las dos chicas más importantes en mi vida. Debajo de mi cama, tengo una caja, ahí hay varias cosas, tengo una foto con ellas dos, yo abrazándolas fuertemente sonriendo en la laguna el día de la primavera, nunca imaginé que iba a pasar un momento en que las dos de diferentes maneras iban a desaparecer de mi vida, pero bueno, no quiero angustiarme, no por lo menos en este capítulo.
Luna empezó a filosofar. Al igual que Sofía ella tenía el don de hacerme perder en el mundo que ellas buscaban, chicas así no se encuentran todos los días, pasando de Enero a Julio en tres oraciones era sentir el Sol como un gran copo de nieve. Luna podía hacerme angustiar y a la vez enseguida enloquecer, ella era la dueña de mis emociones cuando quería tocar el punto más alto de mi cordura. Lo derrumbaba, les juro, el punto más alto de mi cordura era como un cubo de hielo aún sin hacer que enseguida se hace agua y la locura de saber que la podía perder me entristecía pero enseguida me volvía a poner mejor cuando me decía que quería que nuestra historia nunca terminara.
-¿Me vas a recordar por la mañana?- le pregunté.
-Y hasta que el cielo se venga abajo…- contestó sonriendo y luego me besó.
Nunca fui bueno para contar historias de amor, siempre todo lo que escribo termina mal, con un lápiz en la mano y un corazón roto en el placard se complica decir: todo va bien… mientras que afuera de tu habitación llueve y llueve sin parar y el diablo te espera una y otra vez en el baño a que llegues desilusionado, agaches la cabeza y lo dejes entrar. Ahí uno se olvida el dolor, lo sé muy bien, pero ¿qué hay de las veces que prometiste no volver a dejarlo entrar? También te olvidas, las personas olvidan lo que no les conviene recordar y entre día y día mi vida se consumía bajo la nieve, llorando, usando mi memoria como una película en la que ya no participaba más, ahora sólo la veía cómo algo lejano, lamento nunca haberme dado cuenta que mi vida sin mí iba a convertirme en sólo esto… un extraño.
Hoy tu amor… Mañana el mundo… decía su remera, mientras que enseguida le dije que siempre amé la música de Ramones. Sentir a Luna muy dentro de mí, era sentir lo mejor que podía sentir. -Hoy tu amor… Mañana el mundo…- le dije y ella sonriendo contestó: -que poca creatividad-
-¿Ah sí? ¿Por qué?
-Y… porque lo acabas de leer
-Pero lo siento también
-No lo sé, no lo sé- ella dijo jugando a hacerse la que ni se imaginaba que yo era capaz de dar mi vida por ella. El amor a los dieciséis años es increíble, joven y puro.
-Te quiero…- dije.
-Basta…- contestó, abrió la puerta del auto y empezó a correr bajo la lluvia riendo. Amaba su locura, entonces yo también empecé a correr detrás de ella. Cantando como una demente, Luna abrazó todo mi cuerpo, besó mi cuello y metió la mano dentro de mi camisa. Sabía que no era una señal que podía venir el sexo, pero bueno, tenía que aprovechar cada oportunidad, entonces imité su movimiento. Podía decir que todo de repente cambió su rumbo y tuve la mejor noche de sexo con Luna, pero no, todo fue increíble de otra manera. La lluvia a su lado era perfecta, imaginen que si puedo ponerme cursi hablando de ella, ¿Cómo no iba a intentar hacerla feliz por siempre?
Al llevarla a su casa encendí otro cigarrillo, tosí un poco tras haber fumado tanto últimamente, nada me venía mal estando tan bien por eso seguí fumando. Me acosté feliz y nada, fue bueno recordarlo. Es bueno recordar las cosas que a uno le hicieron bien, pues, si olvidamos lo mejor de nosotros no seremos nada y si no somos nada, ya no podemos existir…