miércoles, 11 de enero de 2012

7 - Invierno. Infierno. Mamá... Papá...


   No sé si ésta es la parte más triste de mi historia, pero sí, que es una de las más difíciles de contar. El martes negro que conocí el infierno. Mamá, Papá, no crean que hicieron ustedes las cosas mal, siempre fueron los mejores, intentaron conocerme en todo momento, pero vuelvo a repetirlo, las personas nunca se conocen por completo. Todos cometemos errores Mamá y el mío fue el más grande, nacer. Sé que van a ser juzgados socialmente, pero la única enseñanza que les puedo dejar, es lo que mejor me salía, cagarse en el mundo y seguir adelante, no se sientan culpables, el diablo por un tiempo supo cómo cuidarme. Me dio sueños, pero desesperó a mis amigos, nos dimos cuenta que dejamos de ser niños, el día que esa aguja entró en nuestras venas. Pero aún tampoco éramos grandes, entonces, ¿Qué éramos? Bueno, esa es la pregunta sin respuesta. Los sueños en el infierno no eran tan reales como cuando dormía, el sueño era seguir estando ahí por siempre.
   Bueno, les voy a contar sobre aquel martes que estreché mi mano con el diablo. Llovía, llovía como siempre llovía en ese otoño frío, yo estaba con Sofía y Tomás mirando una película de David Lynch en mi habitación, acababa de comprarme un televisor bastante grande con pantalla plana, no puedo decir cuántas pulgadas eran, ya que poco entendía de tecnología. La película era realmente genial, “Mulholland Drive” se las recomiendo por eso no voy a contárselas, además lo que Juan me enseñó es que todos odian saber el final de una película sin haberla visto. Juan se enojaba a tal punto que podía no hablarte por unos días si le contabas el final de una peli, por eso delante de Juan yo no hablaba de lo que más me gustaba hablar que era el cine. Sonó el teléfono y era Nacho, preguntó que estábamos haciendo, y antes de que responda de que estábamos terminando de ver una película de David Lynch, lo vuelvo a nombrar porque en verdad lo sigo admirando, me dijo que vayamos a su casa que era urgente, era una sorpresa. Quise decirle que espere, o intenté meter alguna excusa hasta que termine la película por lo menos, no podíamos dejarla ahí por la mitad, pero Nacho estaba demasiado ansioso a que vayamos corriendo a su casa a pesar de la lluvia. Cortó el teléfono sin darme oportunidad de excusarme.
   Sofía me miró como preguntando que era lo que pasaba, puse pausa y les conté. Todos estábamos demasiado entretenidos y a la vez con pocas ganas de movernos de la cama, pero sin embargo tardamos diez minutos nada más en levantarnos, prometimos volver a retomar la película. Agarré el auto de mi papá para no mojarnos y fuimos hasta lo de Nacho, en el camino me encendí un cigarrillo y le di uno a Sofía que iba sentada en el asiento de acompañantes, siempre dejábamos que se sentara ahí por ser la mujer del grupo, Tomás iba atrás hablándonos de las partes que no había entendido de la película.
   Llegamos a la casa de Nacho, Isa no estaba. Estaba solamente Nacho y un primo que nunca habíamos visto ni sabíamos de su existencia, por el olor parecía que ya habían estado fumando y por el color de sus ojos me terminaba de asegurar. Preguntamos qué pasaba y por qué estaba tan apurado, pero Nacho quería esperar a los demás para responder nuestras preguntas. Sofía y yo nos pusimos a hablar a un costado de todo, ella miraba de reojo al primo de Nacho y yo no podía dejar de pensar en que era lo que querían. Llegaron los demás, Luciano, Simón y Juan.
   -Bueno, ahora sí, ¿Qué pasaba? ¿Por qué tanto apuro?- preguntó Sofía. Y todos miramos a Nacho como preguntando lo mismo.
   De su cajón sacó una cajita y yo seguía sin entender cuando la abrió. Tenía una jeringa y una bolsita. -¿Qué hay con eso?- creo que era el único que seguía sin entender. Fue al baño y trajo una jeringa para cada uno de nosotros, y: -Heroína- dijo el primo y todos nos miramos como dudando si lo íbamos o no a hacer. Al caer en todo lo que me estaban diciendo entre comillas, miles de cosas pasaron por mi cabeza, si la marihuana me encantaba, supuse que la heroína iba a ser mejor, entonces acepté, al igual que Juan, Luciano, Sofía y Simón, nosotros como niños siempre queríamos algo más. Tomás dijo que no, él siempre le decía que no a las drogas, pero sin embargo no le molestaba que nosotros lo hagamos. Me daban mucho miedo las agujas, por eso no quise hacerlo por mi cuenta la primera vez, el primo de Nacho ató mi brazo para que se me marcara una vena, mientras Nacho ya había entendido como preparar la heroína, parecía que mientras nosotros veíamos la película, él tomaba lecciones de cómo drogarse más. Tenía un poco de miedo, lo admito, pero cuando sentí el diablo entrar en mí todo cambió. Me imagine en un bosque oscuro lleno de nieve, los pinos blancos y el frío era insoportablemente hermoso, sentía como una sensación de alivio total y a la vez de satisfacción mientras caminaba por aquel infierno blanco, yo desnudo caminaba por un camino contrario al que me habían enseñado en mi vida. Muchas veces me habían hablado del cielo, pero puedo asegurar que nunca lo imaginé tan frío, totalmente desalmado no entendía nada que pasaba a mi alrededor, susurraba el nombre de Sofía, quería saber si ella también estaba ahí conmigo. Mis ojos veían una realidad paralela entre el cuarto en el que nos encontrábamos y el bosque que congelaba mi mente, ¡maldita mierda hermosa que enseguida formó parte de mí!
   Desperté y todos estaban como yo había comenzado, Tomás ya se había ido a su casa, seguramente se había aburrido de vernos tirados en el suelo sin hablar. Veía a Luciano, ¿Qué debería estar pensando?, Sofía en el medio del infierno seguía siendo un ángel, Nacho me causaba gracia y al primo nadie le daba importancia, solamente va a quedar en mi mente como el gordo apestoso que me hizo conocer la heroína. No es que le estoy echando toda la culpa, pero alguien que le presenta un nuevo camino a personas que les importa poco crecer es un poco culpable de lo que pueda suceder después. Soy muy consciente de que en toda decisión siempre existe el “No” como respuesta, pero mi destino siempre estuvo destinado a no saber que elegir, y el no elegir es también una opción, así que yo también soy bastante responsable aunque de contradicciones se base mi angustia. Probablemente si nunca hubiese conocido el infierno, no sería lo que soy hoy, o quizás de alguna u otra manera todo se hubiese ido a la mierda, pero, ¿de qué manera justificarme bajo tanto frío? Si pocos conocen lo que es estar debajo de todo tipo de individualismo inconsciente, tan abajo, tan abajo, tan abajo que ya casi ni nos veíamos, perdidos en un mundo sin sentido, nada nos importaba el mañana, entonces sujeté fuertemente la mano del diablo y dejé que él me paseara por el parque en el que alguna vez soñé. No hay futuro para personas como nosotros, esa era la idea que más clara tenía en mi mente y si mi mente ya había perdido todo tipo de esperanza, ¿Qué me quedaba por cumplir después? Quizás pocos comprendan lo que leen, pero les aseguro que escribir esto es la única salida que encuentro para poder pertenecer al grupo de los poetas perdidos en el otoño que aún no nacieron, y sí, soy el poeta muerto que va a nacer mañana otra vez, en cada llanto de un niño, en cada poema escrito con sangre, en cada despedida de este mundo indiferente, yo busco ser un buen referente. No pido que me entiendan, solamente que me tengan compasión y sin juicios de ética o moral, por favor, dedíquenme aunque sea una lágrima.

    Dejar entrar a mi vida a la heroína marcó un antes y un después. Nada ya era tan divertido como las veces que pasábamos la noche filosofando en la casa de alguno mientras dejábamos correr el tiempo, esto ya no era para nada divertido, era solamente una continua búsqueda necesaria del placer que nos hostigaba a levantarnos de nuestras camas y conseguir el dinero necesario para volver a sentirse vivo. La segunda vez fue sin el primo de Nacho, y ya no estábamos todos, sino solamente Sofía, Luciano, Simón y yo, agarré de mis ahorros el dinero justo que se necesitaba para comprar un poco más de heroína y en el fondo me reía porque mi hermano siempre me decía que nunca sabía hacer algo bueno con mi dinero, pues, tenía razón, me estaba pagando el boleto que me llevaba a cosas que ni siquiera conocía. Pero que más, sí en poco tiempo, el diablo, mis amigos y yo, nos habíamos enamorado de unos a otros, no podía dejar que mi deseo quede insatisfecho, pues, estaba deseando a cada rato volver a aquel bosque desnudo y sentir el placer de caminar por la nieve. Algo dentro mío me decía que nada iba bien, pero también siempre existe la parte en la que uno puede taparse los ojos y seguir sin escuchar a nadie. Por eso me hice adicto a la heroína mamá, por intentar encontrar un nuevo mundo, pero, ¿Cómo no buscarlo? Si el que se me presentaba antes ante mis ojos no me llenaba absolutamente nada, ni siquiera la estaba pasando bien y mi principito nunca aprendió a cabalgar en la tormenta mamá; por favor, no me mires así, yo sólo sigo siendo un niño que nunca voy a entender el mundo de los grandes. ¿Quieren algo filosófico? ¿Un buen interrogante? Bueno, les voy a hacer la pregunta que me hago cada día al despertar… ¿Qué hice yo para merecer esto? Ésta es la filosofía del payaso oscuro, el que miente día a día como si todo estuviera bien para simpatizarles a los pocos que se quedaron conmigo, a los que no me trataron de invisible, a los que poco les importó las veces que cerré los ojos y no pensé en absolutamente nada, dejándome llevar por el viento como si fuera un espantapájaros que aún no fue clavado en el suelo, los cuervos me picaban igual como si en vez de amigos ya me consideraban lo peor. Todo el tiempo tuve miedo del amanecer al no saber cómo iba a despertar, y una vez que conocí la nieve no tuve la fuerza para echarme atrás y volver a encontrar un Septiembre. Quería que Sofía me agarre la mano y me diga en el oído que no estábamos haciendo lo correcto, pero ella estaba tan sumergida en el hielo como lo estaba yo, cada uno de los chicos agarraron sus caballos y de a poco se fueron alejando, sentía que no me quedaba nada para sonreír, no había motivos, no había futuro para mí.

   Sé muy bien que nadie va a entender el sentido de mi historia, pero debo ser uno de los pocos escritores, si así puedo llamarme, que no les interesa que esto tenga sentido para ustedes, solamente quiero que algo conozcan de mí, lo poco que quedaba de mi corazón. Cada día me estaba volviendo más frío y el único momento en el que volví a sentir fue al conocer a Luna, pero eso voy a contarlo un poco después si me da la gana y si no terminaré acá dejando cero conclusiones sobre mi existencia, solamente diré que para ser exacto, no recuerdo cuando pasó todo. Leía las cartas y decían que ella nunca iba a regresar, pero, ¿Quién era ella? ¿Qué buscaba? ¿Quién soy yo?, y nada, no sabía cómo empezar a responder tantas preguntas que habían en mi mente. Abrí bien los ojos y puse énfasis en la falacia del espejo, intentaba verme como querían verme los demás, supongo, maquillado, sonriendo, colorido, pero, ¿Por qué sonrío? ¿Me sobran los motivos? No lo sé, sólo sé que no recuerdo nada, entonces dejé sorprenderme por la realidad.
   Desperté una vez más sin recordar nada de ella, buscaba durante el día las respuestas justas que me marquen el camino de ese extraño dolor que sentía por dentro, pero al caer la noche, la nieve era demasiado fría y mi cuarto era el centro de la tormenta. Escribí más de cincuenta estrofas para explicar algo relativo al corazón, pero, ¿por qué? Si mi corazón hacía tiempo que había muerto junto con aquellos recuerdos que me imponían algún tipo de emoción, y no sentir el amor, me dolía, pero no me dolía haberla perdido, sino que lo que en verdad me dolía era no recordar que la había olvidado, porque ella ya no era nada para mí, ni siquiera una ceniza del incendio de ayer.
   Discos rayados, fotos rotas, poesías sin terminar, pero ni un rastro de aquella persona que supuestamente robó mi corazón, las pistas no me llevaban a ninguna conclusión, solamente a más de mil hipótesis que decían que ella nunca existió, fue un fantasma, un espectro en mi mente, una imagen que partió para dejar en mí sólo un duda, ¿Quién era yo? Y la gente que me quería se peleaban para responderme que yo era el payaso que sonrió más de cien veces, pero no podía ser, porque ni siquiera anhelo aquellas sonrisas, pero aquellos cuadernos repletos de dibujos eran vestigios de lo que alguna vez fui, feliz. Pero la gran pregunta ahora es, ¿podré algún día volver a sentirme como ayer?
 Eso espero…