Mi
paraíso. Muchas veces intenté imaginar el significado de aquella palabra que
tantas personas usaban: Paraíso; ¿Qué mierda significaba? Me rompía la cabeza
día y noche mientras me drogaba descomunalmente intentando entender aunque sea
a que se refería aquella extraña sensación en la que uno sentía una enorme
emoción de alegría, supongo, para extender el momento y hacerlo perfecto para
poder llamarlo así. ¿Perfección? Mejor no hablemos de eso, nada para mí era del
todo perfecto, pues siempre tuve la teoría de que la vida era una mismísima
mierda y que todo tarde o temprano tenía su final. Nada arriba, nada abajo, no
hay futuro, sólo pasado; un pasado que te atormenta tras pasar horas acostado
en el suelo mirando como el techo se viene encima de uno, recordando y
recordando tras sólo recordar como tu vida se fue arruinando sin que pudieras
darte cuenta, pero bueno, ese era el juego del reloj del que tanto me habían
hablado: Cuando menos lo esperás el tiempo te aplasta, te pisa la cabeza, te
corta las alas y te dice lentamente que ya no pienses en nada, porque eso es lo
que sos: nada. Un tiempo nihilista en el que no existen oportunidades para
entender tantas cosas que te pasas preguntando hacia dentro mientras corrés por
el cielo con tus amigos. Jugando al paracaidismo fui el único en descender, lo
malo es que aterricé demasiado lejos de todo lo que hacía sentirme bien,
sentirme puro, sentirme libre. Los doctores me abrían los ojos y con su
linterna me enceguecían, le decían a mi madre que no veían nada de otro mundo,
que estaba pasando un momento de depresión, que no se preocupara porque eso el
tiempo lo curaba. ¡Váyanse a la mierda doctores! Ustedes no saben absolutamente
nada de mí.
-Muchísimas gracias, me quedo más tranquila…- decía mi madre.
-No hay de qué. Cualquier duda estoy a su disposición- respondió el doctor.
Tranquila mamá escucháme a mí, yo soy tu hijo, sí… el que está bajo la mesa acostado con los ojos por el suelo. Sé que nunca hubieses deseado verme así, pero mamá, ¿Qué hago con los recuerdos de mi propio paraíso prendido fuego?
-Muchísimas gracias, me quedo más tranquila…- decía mi madre.
-No hay de qué. Cualquier duda estoy a su disposición- respondió el doctor.
Tranquila mamá escucháme a mí, yo soy tu hijo, sí… el que está bajo la mesa acostado con los ojos por el suelo. Sé que nunca hubieses deseado verme así, pero mamá, ¿Qué hago con los recuerdos de mi propio paraíso prendido fuego?
Intenté frenarlos, pero era en vano porque la decisión ya estaba tomada.
Los ángeles de mi paraíso envenenaron sus cuerpos para decirle: -Ya no más- a
todo este juego. No los imaginen como unos locos suicidas, ellos eran mucho más
que todo eso, ya que sus palabras siempre quedaron tatuadas muy dentro de mí.
Las miradas de mis amigos iban perdiendo sentido tras caer en el suelo nevado
que ya no era sólo nieve, sino que también había enormes pozos repletos de
hormigas asesinas que marcaban el final de sus vidas. Murieron soñadores,
flores y colores, no sólo sus cuerpos, sino que hasta enojos, risas y llantos
son los que nunca más voy a sentir fluir tras nunca más escucharlos decir
alguna idiotez. Aquellas idioteces que tanto nos identificaban. Como cuando
deseamos que el tiempo se pare. Caímos al suelo. Largamos el humo y abrimos
nuestra mente. Dijimos: -Al carajo el mundo…-, no nos importaba nada de lo que
pasaba porque sintiéndose puro, uno se siente a gusto hasta siendo un inquilino
en las tantas habitaciones que compartíamos en el infierno. Mis venas parecían
reventar, pero: -Tranquilo- me decía yo mismo hacia dentro porque todos estaban
ahí y yo estaba ahí, con ellos, conmigo, con todo. Tras cada frustración de la
vida, pude darme cuenta que nada fue tan frustrante como dejar de sentir la
frustración misma. Daría lo poco que me queda con tal de volver a compartir una
jeringa con cualquiera de mis amigos, y si digo eso, pueden pensar que daría
hasta lo que no tengo por volver a sentirnos niños otra vez. Poco a poco los vi
crecer, pero en menos de tres minutos cayeron. Crecieron en un instante y no lo
resistieron.
Me desesperé demasiado al ver los cuerpos. Era una sensación tan difícil de explicar que fue el motivo principal de cada uno de mis llantos en este último tiempo, no poder borrar la imagen fija que fingía ser una especie de parásito que de a poco se iba devorando cada una de las imágenes que verdaderamente eran perfectas. Se estaba borrando de mi cabeza aquellas escenas en las que reíamos sin parar y enseguida la locura y la adrenalina por sentirse cada vez más, más y más lejanos al mundo nos llevaba a hacer cosas que después ni entendíamos el por qué lo habíamos hecho. Siempre peleábamos mano a mano para reírnos un buen rato, o se reían de que mi mente se perdía por alguna que otra historia que alguno contaba, pues ¿Cómo no perderme? Si siempre me interesó estar lejos de mi oscura visión de un mundo hecho hielo. Temblando de arriba abajo cerré los ojos. Estaba muriendo en vida, mis amigos en el suelo y yo solo en la niebla. Solo, solo, solo.
Las cosas a lo último no venían del todo bien, cada día más desanimados, no había ánimo para levantarse y volver a ser los de antes. Recuerdo esa noche en la que nos pasamos horas escuchando Ramones, nuestra metrópolis quedaba lejos de toda cercanía social, éramos filósofos que se hundían en el suelo y se pinchaban los brazos para evitar el paso del tiempo, luego era cosa de despertar angustiados, pocos soportábamos ver nuestra ronda de debates emocionales donde queríamos algo más de los que el destino nos brindaba: Trabajo, dinero, envejecer y morir. Eso no era ser feliz para nosotros, sino que locas sensaciones habíamos aprendido a sentir tras cada día sentirnos invencibles en nuestro propio mundo de sueños. La cosificación de nuestros cuerpos, los ataques constantes de depresiones, los miedos despiertos, la inmensidad, la lejanía, la soledad y otra angustia al despertar viendo la foto de Sofía en mi mesa de luz. Sofía ya no iba a estar sola en la película que mi mente reproducía todos los días para lastimarme con mi continuo miedo a seguir perdiendo el corazón, ahora cada uno de mis amigos se habían ido y exigieron un lugar en el guión. El club de los payasos melancólicos quedaría por siempre grabada en mi cabeza, tras cada llanto, tras cada encuentro con el diablo, tras cada idea de dejar el mundo, mi diario iba a ser todo lo que pasaba dentro de mí. ¿Teo que te pasa? No quiero seguir llorando, los chicos no lloran.
Y mientras más me arrepentía, más me costaba levantarme y seguir con mi vida. ¿Dejar los cuerpos de mis amigos en el suelo hasta que el mundo los encuentre? ¿Levantar uno por uno y hacer una especie de ceremonia colectiva en mi habitación? ¿Destrozarlos, hacerlos pedacito, practicar canibalismo y ponerme a mirar televisión? ¿Qué podía hacer? Nunca me enseñaron a reaccionar en estos instantes. Me encendí un cigarrillo y escogí la primer opción, sentía que los estaba abandonando por segunda vez: La primera tras no seguir la escena de la aguja en nuestras venas y un nunca más; y la segunda al irme de ese cuarto en el que ellos estaban descansando eternamente como cinco de mis héroes que nuevamente se desvanecieron con el tiempo como lo hicieron los demás, ya no tenía que creer en el silencio, porque el silencio se apagó en el momento en que todo se derrumbó cuando mis amigos empezaron a decir su último adiós.
-Voy a extrañar levantarme, abrir mi ventana mientras escucho alguna canción de Nirvana y tener esa extraña sensación de que iba a tener un día bastante loco. Voy a extrañar salir de mi casa, patear un par de hojas de otoño y esperar a que se haga de noche para desvanecer mi cabeza con alguna historia que me ponga a leer. Voy a extrañar gritar en silencio y desesperarme tras verme cada día más viejo, cada día más flaco, cada día más triste, cada día más cansado, cada día más gris. Pero si mi mundo cambia de colores, ¿por qué mierda resistir?- dijo Simón apagado con la mitad de los ojos cerrados.
Mierda. Todo estaba terminando. ¿Y las veces que juramos que podíamos cambiar el mundo? Todos nuestros superhéroes se habían ahorcado al ver el genocidio de nuestros sueños, soñábamos con un mañana distinto que ayer se fue desvaneciendo.
Luciano interrumpió las lágrimas de Simón y susurrando dijo: -Yo voy a extrañar aislarme de todo cuando no sé que hacer, cuando no encuentro respuestas, cuando no encuentro un lugar. Voy a extrañar corregir mi pensamiento tras cada momento aprender algo nuevo, voy a extrañar sentir la excitación de perderme en un mundo de hormonas bizarro creado por mi imaginación mientras me masturbo en mi habitación, sacudir mi pene de arriba abajo jugando con las revistas pornográficas. Voy a extrañar la sensación de desear ser un pájaro, volar todo el día. Hasta voy a extrañar la preocupación de conseguir un lugar tranquilo en donde llevar mi vida, ya nunca más voy a crecer, que raro, que inhumano- y basta, basta, basta; no podía seguir escuchando eso, no podía seguir pensando que mañana ya no los iba a volver a ver, porque no volver a verlos, no era sólo no ver sus cuerpos, sino que no sentirlos cerca, era dejar de ver un ejército de soldados peleando por el derecho de que el mundo se vuelva psicodélico. Tal caleidoscopio dejó de funcionar cuando tantos de nuestros pares nos dijeron: -No se puede vivir así. Algún día hay que madurar- pero si nosotros nos creíamos maduros por llevar tal filosofía, defendiendo nuestra bandera que decía “No más banderas” y nuestro punk interior dejó de rebelarse al asegurarse que todo iba a ser en vano. Ya no quedaba esperanza. Ya no existía la chispa que encendía nuestras llamas. ¿Acaso estábamos creciendo? O ¿nos estábamos perdiendo en el destino? Más perdidos que nunca nos quedamos un momento en silencio.
Me desesperé demasiado al ver los cuerpos. Era una sensación tan difícil de explicar que fue el motivo principal de cada uno de mis llantos en este último tiempo, no poder borrar la imagen fija que fingía ser una especie de parásito que de a poco se iba devorando cada una de las imágenes que verdaderamente eran perfectas. Se estaba borrando de mi cabeza aquellas escenas en las que reíamos sin parar y enseguida la locura y la adrenalina por sentirse cada vez más, más y más lejanos al mundo nos llevaba a hacer cosas que después ni entendíamos el por qué lo habíamos hecho. Siempre peleábamos mano a mano para reírnos un buen rato, o se reían de que mi mente se perdía por alguna que otra historia que alguno contaba, pues ¿Cómo no perderme? Si siempre me interesó estar lejos de mi oscura visión de un mundo hecho hielo. Temblando de arriba abajo cerré los ojos. Estaba muriendo en vida, mis amigos en el suelo y yo solo en la niebla. Solo, solo, solo.
Las cosas a lo último no venían del todo bien, cada día más desanimados, no había ánimo para levantarse y volver a ser los de antes. Recuerdo esa noche en la que nos pasamos horas escuchando Ramones, nuestra metrópolis quedaba lejos de toda cercanía social, éramos filósofos que se hundían en el suelo y se pinchaban los brazos para evitar el paso del tiempo, luego era cosa de despertar angustiados, pocos soportábamos ver nuestra ronda de debates emocionales donde queríamos algo más de los que el destino nos brindaba: Trabajo, dinero, envejecer y morir. Eso no era ser feliz para nosotros, sino que locas sensaciones habíamos aprendido a sentir tras cada día sentirnos invencibles en nuestro propio mundo de sueños. La cosificación de nuestros cuerpos, los ataques constantes de depresiones, los miedos despiertos, la inmensidad, la lejanía, la soledad y otra angustia al despertar viendo la foto de Sofía en mi mesa de luz. Sofía ya no iba a estar sola en la película que mi mente reproducía todos los días para lastimarme con mi continuo miedo a seguir perdiendo el corazón, ahora cada uno de mis amigos se habían ido y exigieron un lugar en el guión. El club de los payasos melancólicos quedaría por siempre grabada en mi cabeza, tras cada llanto, tras cada encuentro con el diablo, tras cada idea de dejar el mundo, mi diario iba a ser todo lo que pasaba dentro de mí. ¿Teo que te pasa? No quiero seguir llorando, los chicos no lloran.
Y mientras más me arrepentía, más me costaba levantarme y seguir con mi vida. ¿Dejar los cuerpos de mis amigos en el suelo hasta que el mundo los encuentre? ¿Levantar uno por uno y hacer una especie de ceremonia colectiva en mi habitación? ¿Destrozarlos, hacerlos pedacito, practicar canibalismo y ponerme a mirar televisión? ¿Qué podía hacer? Nunca me enseñaron a reaccionar en estos instantes. Me encendí un cigarrillo y escogí la primer opción, sentía que los estaba abandonando por segunda vez: La primera tras no seguir la escena de la aguja en nuestras venas y un nunca más; y la segunda al irme de ese cuarto en el que ellos estaban descansando eternamente como cinco de mis héroes que nuevamente se desvanecieron con el tiempo como lo hicieron los demás, ya no tenía que creer en el silencio, porque el silencio se apagó en el momento en que todo se derrumbó cuando mis amigos empezaron a decir su último adiós.
-Voy a extrañar levantarme, abrir mi ventana mientras escucho alguna canción de Nirvana y tener esa extraña sensación de que iba a tener un día bastante loco. Voy a extrañar salir de mi casa, patear un par de hojas de otoño y esperar a que se haga de noche para desvanecer mi cabeza con alguna historia que me ponga a leer. Voy a extrañar gritar en silencio y desesperarme tras verme cada día más viejo, cada día más flaco, cada día más triste, cada día más cansado, cada día más gris. Pero si mi mundo cambia de colores, ¿por qué mierda resistir?- dijo Simón apagado con la mitad de los ojos cerrados.
Mierda. Todo estaba terminando. ¿Y las veces que juramos que podíamos cambiar el mundo? Todos nuestros superhéroes se habían ahorcado al ver el genocidio de nuestros sueños, soñábamos con un mañana distinto que ayer se fue desvaneciendo.
Luciano interrumpió las lágrimas de Simón y susurrando dijo: -Yo voy a extrañar aislarme de todo cuando no sé que hacer, cuando no encuentro respuestas, cuando no encuentro un lugar. Voy a extrañar corregir mi pensamiento tras cada momento aprender algo nuevo, voy a extrañar sentir la excitación de perderme en un mundo de hormonas bizarro creado por mi imaginación mientras me masturbo en mi habitación, sacudir mi pene de arriba abajo jugando con las revistas pornográficas. Voy a extrañar la sensación de desear ser un pájaro, volar todo el día. Hasta voy a extrañar la preocupación de conseguir un lugar tranquilo en donde llevar mi vida, ya nunca más voy a crecer, que raro, que inhumano- y basta, basta, basta; no podía seguir escuchando eso, no podía seguir pensando que mañana ya no los iba a volver a ver, porque no volver a verlos, no era sólo no ver sus cuerpos, sino que no sentirlos cerca, era dejar de ver un ejército de soldados peleando por el derecho de que el mundo se vuelva psicodélico. Tal caleidoscopio dejó de funcionar cuando tantos de nuestros pares nos dijeron: -No se puede vivir así. Algún día hay que madurar- pero si nosotros nos creíamos maduros por llevar tal filosofía, defendiendo nuestra bandera que decía “No más banderas” y nuestro punk interior dejó de rebelarse al asegurarse que todo iba a ser en vano. Ya no quedaba esperanza. Ya no existía la chispa que encendía nuestras llamas. ¿Acaso estábamos creciendo? O ¿nos estábamos perdiendo en el destino? Más perdidos que nunca nos quedamos un momento en silencio.
Un
cigarrillo tras otro, yo no quería ser un robot. Me daba cuenta que cada vez
sentía menos por dentro, tal cosificación me había destrozado en tan sólo dos
momentos: Cuando perdí todo y cuando me dejé llevar. Cubierto de hielo quería
volver a empezar a caminar, pero era imposible, mis pies se negaron a funcionar
una vez más y temblando quedé llorisqueando en aquel banco bajo la lluvia de
ranas.
Salimos de la casa del primo de Nacho aquel día y enseguida al subir al
auto: -¿Qué te dijo?- le pregunté no
de chismoso, sino que en verdad me había molestado demasiado tal actitud de
hacerme a un lado para no escuchar.
-Nada importante-
-¿Cómo que nada importante? Entonces ¿Por qué no quería que yo escuchara?
-No te persigas Teo.
-¿Qué no me persiga? No seas idiota Nacho, decime que te dijo y todo a la mierda.
-Que nada importante- él seguía haciéndose el imbécil para no responderme, cambiándome de tema y poniendo canciones para distraerme.
-Andá a cagar Nacho.
-Bueno. Entonces vas a perderte esto- y me mostró la heroína que yo creía que no había conseguido.
-Sos un idiota- dije riendo.
-Entonces frená acá y voy caminando- dijo entre risas haciéndose el disimulado.
-Callate.
-Nada importante-
-¿Cómo que nada importante? Entonces ¿Por qué no quería que yo escuchara?
-No te persigas Teo.
-¿Qué no me persiga? No seas idiota Nacho, decime que te dijo y todo a la mierda.
-Que nada importante- él seguía haciéndose el imbécil para no responderme, cambiándome de tema y poniendo canciones para distraerme.
-Andá a cagar Nacho.
-Bueno. Entonces vas a perderte esto- y me mostró la heroína que yo creía que no había conseguido.
-Sos un idiota- dije riendo.
-Entonces frená acá y voy caminando- dijo entre risas haciéndose el disimulado.
-Callate.
Por algún extraño motivo Nacho no quería decirme su conversación con su
primo. Quizás me estaba haciendo la cabeza y le había preguntado algo sin
importancia, o quizás por la familia, ya saben, temas de distancia entre
primos, ya que hacía mucho que sus familias no se veían ni tampoco se juntaban
a cenar como siempre lo hacían. Pero no, tenía la puta sensación de que ese
algo lo tenía que saber, no sé por qué, pero quería saberlo. Frené el auto y lo
obligué a que me dijeras.
-La puta madre que estás pesado.
-No seas forro. Sabés que soy insistente cuando algo me interesa.
-Pero ¿para qué querés saberlo? Te estoy diciendo que es al pedo.
-No importa, contámelo igual.
-Sos pelotudo Teo
-Gracias. ¡Dale largá!
Miró por la ventanilla y sin mirarme me dijo que lo que le había dicho su primo era que él tenía que tener mucho cuidado conmigo, a simple vista parecía una persona extraña, le preguntó que hacía, que pensaba, o que sentía de la vida. Nacho solamente le dijo que escribía mucho en mi cuaderno, pero después de eso era alguien normal dentro de los desequilibrados. Me seguía diciendo que el gordo hijo de puta le decía que sólo le estaba diciendo esto porque no quería que su primo terminara mal. ¿Yo era un mal ejemplo para mis amigos? No podía creerlo. Si todos estábamos cortados con la misma navaja. Todos éramos la espina en la mano de este puto mundo.
Cuando Nacho terminó de contarme, no le di mucha importancia, porque él siempre a lo más serio le pone un nivel importante de gracia. Entonces al terminar dijo que su primo estaba loco, que si hablaba así era porque en verdad no me conocía y: -Por siempre amigos- me dijo chocando su puño contra el mío.
-Por siempre- respondí. Y el sin ver mi rostro desilusionado puso ese disco de los Red Hot Chili Peppers que Sofía me había regalado.
-La puta madre que estás pesado.
-No seas forro. Sabés que soy insistente cuando algo me interesa.
-Pero ¿para qué querés saberlo? Te estoy diciendo que es al pedo.
-No importa, contámelo igual.
-Sos pelotudo Teo
-Gracias. ¡Dale largá!
Miró por la ventanilla y sin mirarme me dijo que lo que le había dicho su primo era que él tenía que tener mucho cuidado conmigo, a simple vista parecía una persona extraña, le preguntó que hacía, que pensaba, o que sentía de la vida. Nacho solamente le dijo que escribía mucho en mi cuaderno, pero después de eso era alguien normal dentro de los desequilibrados. Me seguía diciendo que el gordo hijo de puta le decía que sólo le estaba diciendo esto porque no quería que su primo terminara mal. ¿Yo era un mal ejemplo para mis amigos? No podía creerlo. Si todos estábamos cortados con la misma navaja. Todos éramos la espina en la mano de este puto mundo.
Cuando Nacho terminó de contarme, no le di mucha importancia, porque él siempre a lo más serio le pone un nivel importante de gracia. Entonces al terminar dijo que su primo estaba loco, que si hablaba así era porque en verdad no me conocía y: -Por siempre amigos- me dijo chocando su puño contra el mío.
-Por siempre- respondí. Y el sin ver mi rostro desilusionado puso ese disco de los Red Hot Chili Peppers que Sofía me había regalado.
Como ya había contado anteriormente luego nos hundimos nuevamente en el
infierno. Mi paraíso era inentendible para tantos, pero que más, si yo era un
extraño para este mundo extraño. Entonces nunca perdí mucho el tiempo
justificando mis acciones. Podía repetir una y otra vez en mi cabeza las
estrofas de “Creep” mientras tirados en aquel cuarto estaba somnoliento y
aturdido por el viento. Nunca me sentí realmente especial. ¡Mierda, quizás
nunca fui en verdad especial! Luego aparecieron aquellas imágenes que cómo
fotografías retrataban mi vida, parecía que poco a poco iba volviéndome aún más
loco. Empecé a temblar, empecé a desesperarme, empecé a transpirar. Nadie se
dio cuenta de mi malestar, sin querer nos habíamos alejado un poco más de lo
que aún ni siquiera habíamos conocido. Pero siguiendo el lema de mientras más
lejos, mejor; nada nos preocupaba del mundo. Esta vez era yo el que estaba
yéndose, les juro, sentía que moría y que no había vuelta atrás. Todos mis
pensamientos se derrumbaron hasta que de repente empecé a vomitar sin parar.
Realmente asustado, me hice a un costado y abracé mis rodillas mientras veía
cómo mis amigos seguían allá, en donde quien sabe estaban.
-Voy a extrañar ver una película los días de
tormenta, encenderme un cigarrillo y darme cuenta que al otro día es Sábado, no
preocupaciones, no horarios, no límites. Voy a extrañar ver el reloj y que
falten sólo cinco minutos para que suene la bocina de alguno de sus autos y que
sea una noche perfecta. Voy a extrañar estar juntos en la laguna aquellos
domingos de reconstrucción de las noches y reírnos del que no se acuerda
absolutamente de nada. Voy a extrañar recostarme cada noche con la extraña
sensación de que mañana voy a poder levantarme de mi cama y empezar a cambiar
el mundo.- dijo Juan apagando un cigarrillo y todos
agacharon la cabeza. ¿Qué se estaban arrepintiendo? No. En absoluto, tarde o
temprano nos dimos cuenta que el tiempo nos iba a cambiar. Íbamos a crecer,
íbamos a olvidar nuestros sueños, íbamos a dejar de ser invencibles para pasar
a ser destructibles en un mundo que gira siempre para el mismo lado. Nos íbamos
a separar como lo hicieron nuestros padres con sus amigos. Nos íbamos a olvidar
de nuestros mejores momentos juntos para dejarle lugar a otro tipo de momentos.
Nos iban a sumar responsabilidades y eso que ya teníamos bastante con la
responsabilidad de vivir esencialmente en nuestro planeta, ahogados en las
nubes queríamos por siempre vivir en lo cierto. Vivir siendo niños. Puros.
Nacho decidió no hablar y Tomás solamente
dijo: -Perdón mamá-. Y los cuerpos
cayeron al suelo desde un cielo dibujado por nosotros, cayeron las poesías,
cayeron los colores, cayeron los amaneceres, cayeron las canciones, cayeron las
risas, los llantos, los gritos. El suelo se llenó de viento y el tiempo por
primera vez en mi vida fue mío. Que mierda. Mi historia se estaba terminando. Y
pensar que tantas veces me imaginé sentado en un escenario con un fondo vacío
leyendo mis poesías a un público silencioso. Bien peinado, bien vestido, bien
en verdad bien y bajo una lluvia de aplausos me sentiría orgulloso de haber
sido el escritor que siempre soñé ser, pero, ¿Acaso serviría para algo sentir
lo mismo que sentía ayer? Entonces corrí. Corrí después de horas estar sentado
frente a ellos sin saber qué carajo hacer.