jueves, 12 de enero de 2012

23 - Vivir Rápido, Morir Joven y Dejar un Bonito Cadáver



   Sin duda me sentía totalmente inhumano, estaba arruinado por las cosas que habían pasado pero a la vez algo en mi decía que todo iba a ser blanco, como un barco de hielo. Sentía que ya nunca más iba a sentir, pues, mi asteroide B-612 se había convertido en una cosa extraña de explicar, pero imaginen el dolor de haberse convertido en un desconocido para el mundo después de haber perdido todo y nunca haber contado nada. El diablo había ganado el juego, logró desesperarme una vez más. Desalmado por la nieve grité una y otra vez. Muchas veces me pregunté ¿qué carajo iba a ser la muerte para mí? Si un payaso debía sonreír… pero el payaso dentro de mí eligió nunca ver crecer las flores del jardín.
   Había pasado un mes. Un mes de total soledad, visitas constantes al psicólogo para ya saben: hablar de todo lo que me pasaba por la cabeza, para evitar deprimirme y que mi vida pueda ser la vida que lleva un chico de mi edad. Yendo a farmacias a cada rato, no sólo por la terrible jaqueca que siempre tenía al despertar, sino por las alucinaciones constantes que me agarraban cuando recordaba el momento exacto en que tantos payasos dijeron “adiós” y yo sin poder responderle lo mismo, el miedo me invadió y me convertí en el traidor que soy hoy, ir casi todos los días por una nueva tableta de pastillas para dormir, otra adicción más, pero ésta por lo menos me tranquilizaba cuando me desesperaba el verme tan distinto a lo que me veía cuando tenía todo lo que en verdad quería. Aprendí que las pastillas para dormir eran como un regalo que alguno de mis amigos donde sea que estuvieran me las había mandado. ¡Qué envidia! Seguramente ellos estaban todos juntos en una especie de habitación donde todo era hermoso. Recuerden, soy ateo, pero también un soñador. Cada uno de mis amigos se había unido a mi gran lista de las personas que ya lamentablemente no estaban pero en un paraíso creado por mi imaginación nunca deberían faltar.

   Como dije, había pasado un mes. Fue un mes muy difícil, el mes más difícil de mi vida. Venía gente todo el tiempo a mi casa para acompañarme, familiares que yo nunca había visto y amigos que hacía mucho tiempo que no compartía ni un cigarrillo. Pero yo no tenía nunca ánimo para nada, imaginen que mi corazón estaba pálido por constantes resurrecciones seguidas de nuevas heladas, me había convertido en nieve, en lluvia y en nubes, pero nunca más fui el cielo de mi propio mundo; y no sólo necesitaba el cielo, sino que el suelo de a poco también se iba desvaneciendo. Intentaba recomponerme día a día, buscando motivos para seguir así, todo se borraba en mi cabeza cuando de a poco pensaba que no, no, no, esto no podía estar pasándome a mí.  Un día mi celular sonó: “Estoy abajo, abrime…” era Luna y ¡Mierda! Yo estaba tan arruinado y avejentado.
   -Vine a verte-
   -Me alegra encontrarte después de tanto tiempo-
porque era la verdad, hacía mucho que no sabía nada de ella.
   -¿No vas a invitarme a pasar?-
   -Sí. Total ya conocés todo tipo de desorden en mi cuarto.-

   Ella sonrió y pasó directo a mi habitación, se sentó en la cama y miró todo a su alrededor. –Qué extraño se siente volver acá- ella dijo.
   -Algún día tenía que volver a pasar-
   -Sí. Lo sé…-
y un silencio infernal interrumpió nuestra conversación.
   Me preguntó cómo me sentía, me dijo que sabía que a pesar de todo no tenía que pensar que estaba realmente solo, que ella siempre iba a estar para lo que necesite a pesar de no estar juntos como antes y bla bla bla; Luna no había cambiado en absoluto esa cualidad de querer hacer sentirme mejor cuando las cosas se ponían mal. Pero mi amor, esta vez todo había cambiado y yo ya había dejado de ser quien era para pasar a ser sólo esto: nada.
   -Me gusta el color de tu pelo-
   -Al fin alguien me lo dice, todos en esta casa lo odian, me tratan de loco-
   -El rojo es un lindo color-
   -Gracias-
admito que en ese momento casi me pongo colorado.
  
   Puso un poco de Nirvana y se sentó cerca de mí.
   -No quiero que seas el siguiente, no hagas idioteces- y bueno, dijo lo que sabía que en algún momento iba a decir. Todos temían lo mismo: que yo sea el próximo en suicidarme. Mis padres no se animaban a decírmelo pero se notaba que de algo tenían miedo por la extraña forma en la que se estaban comportando. Y luna lo dijo y yo no supe que contestarle, por eso permanecí en silencio para que ella logre darse cuenta que por dentro yo ya estaba muerto.
   -Esta noche hay una fiesta, quizás te sirva para despejarte un rato. Ale, Fer, Nico y los demás van a ir y estoy seguro que quieren verte…-
   -No estoy para fiestas Luna…-
   -¿Y para que estas entonces?
   -Eso mismo me pregunto todo el tiempo-
dije hacia dentro.
   -¿Y?- volvió a preguntar
   -Bueno… lo pienso y te escribo-
   -Genial. Nico pasa por tu casa once y media. No te cuelgues escuchando Joy Division como siempre hacés, sabes que no tienen problema y te dejan a pie.-

   No dije nada. No dije nada porque no supe que decir ya que nada últimamente me emocionaba. Mi mamá entró a mi cuarto y: -Hoy Teo va a salir conmigo- dijo Luna.
-Me parece perfecto- respondió ella. Yo sólo las miré sabiendo que ni se imaginaban lo destrozado que aún me sentía por no dejar de pensar en las noches que con mis amigos compartíamos varias pastillas y alcohol. ¿Y ahora qué? ¿Tenía que adaptarme a un nuevo mundo? pero… ¿Cómo empezar a hacerlo? Si no podía sacarme de mi cabeza a Luciano cuando me invitaba a pelear con él, a Nacho cuando me gritaba, a Juan cuando me insultaba, a Tomás cuando se reía de mi puta virginidad, a Simón cuando deliraba, ni a Sofía cuando se enojaba. Si no podía dejar de pensar en lo que menos iba a extrañar de mis amigos ¿Cómo empezar un nuevo mundo sin poder olvidar sus sonrisas?
    Luna se quedó un rato conmigo intentando reanimarme. Quería decirle que deje de hacerlo porque malgastaba su tiempo, pero en el momento que mis cejas caían Luna me abrazaba y me decía: -Por favor, no llores…- y acariciaba mi mano como a mi tanto me gustaba, me tarareaba aquella canción y hacía pasar rápidamente un año en mi habitación. Por momentos el dolor se iba, pero eso no quería decir que había recobrado mi corazón, no, para nada, fue un cambio injusto: Alma por frío y tiempo por nieve. En el único momento que dejaba de ser una cosa era en el momento que… ya saben… cerraba los ojos y me olvidaba de todo.
   -¿Querés que vayamos a verlos?- Luna preguntó y enseguida me puse a pensar en el día de los cinco funerales. No alcanzaban las rosas para llorarles a tantos ángeles. Sus familias estaban destrozadas, Isabel arrodillada decía a cada rato: -Mi nene no… mi nene…- y se me partía aún más el corazón mientras todos llorando no podían entender el club de los payasos melancólicos. No había motivos, no había motivos racionales para llenar el vaso del entendimiento ajeno, simplemente queríamos algo distinto para ser niños por siempre.

   Vivir rápido, morir joven y dejar un bonito cadáver.
   Al llegar al cementerio el día se había vuelto aún más gris, parecía escena de película, lo sé, pero por cada paso que daba me destrozaba aún más tras recordar las miradas de las personas como diciéndome: -¿Por qué no lo hiciste?- Yo también tenía que estar ahí bajo tierra. Pero no pude, en ese momento me invadió el miedo y no dejé entrar aquel veneno en mis venas. Nico no dejaba de fumar, siempre que se sentía mal se prendía un cigarrillo tras otro: -No puede ser cierto- decían tanto él como Fer sin poder creer lo sucedido, pero sí, todo lo que veían era verdad, nuestros amigos ya no estaban y no había vuelta atrás.
   Estaban las cinco lápidas unas al lado de otras, que imagen más horrible. No podía dejar de preguntarme ¿qué fue lo que nos había pasado? Luna me tomaba de la mano y: -tranquilo…- me decía, -yo estoy con vos…-. Ir a ver a todos mis amigos al mismo lugar era algo que no se podía explicar, todos en el cementerio, la tumba de Sofía estaba un poco más para el fondo, junto con la de aquella chica que también murió esa noche en el hospital. No quería ir a verla. No quería llorar más porque sentía que ya me estaba ahogando; entonces me senté al lado de las tumbas y me encendí un cigarrillo, Luna decía que quizás era el momento de que nos vayamos y yo le contestaba que se vaya, que no había problema, yo quería estar ahí un poco más. Pensé las mil y un maneras de cómo hacer para disculparme, a pesar de ya haber sido demasiado tarde acaricié cada una de sus lápidas como si los tuviera frente a frente mirándolo a los ojos. Podía sentir a mis amigos diciéndome: -Teo no estés triste…- pero ¿Cómo no estarlo? Si el mundo seguía girando a pesar de que ellos se habían ido. Obviamente lograron lo que quisieron, impactaron a la ciudad y va a quedar en la historia, pero no hubo cambios amigos, el mundo sigue su curso y las rosas siguen llorando. Estaba anocheciendo y: -Vamos Teo por favor, ya me está dando miedo- decía Luna intentando levantarme, pero yo totalmente nulo no quería seguir envejeciendo.
   Caminamos hasta mi casa.
   -¿Vas a estar bien?- preguntó.
   -Sí. No te preocupes-
   -Te quiero. ¿Lo sabías?-
   -Sí. Yo también te quiero Luna.-

   Ella acarició mi rostro y besó mi mejilla. De su bolsillo sacó mis cigarrillos y: -te los devuelvo, se te habían caído…-
   -Pensé que los había perdido-
   -Nunca está mal fumar un poco menos-
   -Ja ja-
   -Nos vemos en un rato.-
   -¿Eh?-
pregunté porque había olvidado ya lo de la fiesta.
   -Me sigue encantando cuando te hacés el desentendido- y besó mis labios y se despidió. Otra vez sus labios, otra vez sus ojos, pero esta vez no había nada en mi interior. La miré con mi extrañamiento emocional y ella sólo sonrió. Mis ojos caían a cada ratito un poco más y en verdad no podía soportar la idea de que se había ido todo a la mierda, las ventanas estaban rotas, las puertas cerradas y las flores muertas. Entré a mi casa y no dije ni una palabra, todos ya estaban acostumbrándose a mi forma silenciosa de llevar mi vida, por eso nadie me preguntaba qué era lo que pasaba por mi cabeza en el momento exacto que corría una y otra vez las hojas de mis viejos cuadernos. Decidí cambiarme y hacerle caso a Luna yendo a la fiesta.
   Puse Joy Division y dicho y hecho once y algo Nico estaba tocando bocina. No tardé nada en bajar, entré al auto y nada, no dije nada. Me pasaron el porro que estaba girando en el auto, intenté estar totalmente drogado para llegar a la fiesta riéndome a carcajadas. Fer y Ale debatían sobre política mientras que Nico me decía a cada rato que esa canción le encantaba. Yo sólo miraba por la ventana sintiendo que el mundo se derrumbaba.
   Llegamos a la fiesta y como era de esperarse el descontrol deseado por todos. No podía evitar ver el rostro de cada uno de mis amigos en las otras personas. Todos bailaban, gritaban, cantaban y ebrios de adrenalina la noche empezaba a desvanecerse.
   Me senté en un costado y miré para abajo, a cada rato venía alguien a ofrecerme algo: Alcohol, baile o drogas; yo no quería absolutamente nada que lo que ya tenía dentro de mí, bastante con lo hecho mierda que ya estaba, para seguir sintiendo que podía estar peor. Mi personalidad con el tiempo se había vuelto sinónimo de autodestrucción.
    Pasó alrededor de una hora en la fiesta hasta que decidí pararme y salir afuera. Me apoyé contra la pared y empecé a vomitar, no era que había tomado mucho, sino que ya sentía una repugnancia entera por seguir viviendo así. Me senté en el cordón y carajo, no podía estar así. Empecé a caminar y justo Luna venía de la esquina, me alegro verla, lo admito.
   -Hola-
   -Teo ¡Viniste! ¡Que bueno!
   -Siempre tuviste ese extraño poder de convencimiento conmigo-

   Ella se rió y me dijo que tenía que contarme algo. Yo estaba un poco distraído por todo lo que había fumado por eso sólo hablaba de lo que yo quería contar. La abracé y le di a entender que esa noche me hacía acordar a la noche que la había conocido, ella rió murmurando como queriéndome hacer entender que no era tan así. Pero bueno… a veces las personas jugamos a replicar momentos para no querer entender que la vida había cambiado. Seguí hablando yo, yo y sólo yo, Luna siempre tan comprensiva no dejaba de escucharme, de la nada apareció un chico más grande.
   -Te espero adentro- dijo y Luna nerviosa sonrió.
   Yo me quedé paralizado porque seguramente lo que ella tanto me quería decir era que había conocido a alguien más. Me di vuelta y ella me agarró la mano. Sentí en ese momento la misma sensación que sentí cuando nos dimos a entender que lo nuestro había terminado. Ambos con los ojos llorosos no sabíamos que decir, por eso empecé a caminar para mi casa y ella: -Teo, esperá, no te vayas- decía gritando como si se sintiera culpable de empezar a reconstruir su vida. Ella no estaba haciendo mal, el que vivía errando era yo porque no quería adaptarme a la realidad, por eso seguí caminado y ella siguió atrás mío siguiéndome. No podía entender cuando había sido que me había convertido en este tipo de escoria, por más que piense, razone seriamente y vuelva a pensar nunca iba a llegar a la conclusión que me deje claramente el por qué todo últimamente me estaba pasando a mí. La suerte se dignó a no volver a pisar mi camino. Me senté en el cordón y ella se sentó a mi lado. Se apoyó en mi hombro y sintiendo sus lagrimas mojar mi remera, dejamos pasar el tiempo…