jueves, 12 de enero de 2012

22 - La Hamaca


   “-No” susurré en medio de la nieve  al escuchar la puerta cerrar. Podía ver mi aliento congelarse contra el espejo y dibujar lo que yo quería, pero nada, nada dibujé porque no quería ver mi horrible reflejo deshacerse bajo tanto frío.
   Desde mi cielo siempre pude ver lo que yo quería, pero un día alguien cortó mis alas y dejé de ser un ángel para pasar a ser sólo un poco de viento, no era nada en un mundo tan grande como este; entonces, corrí, corrí bajo la tormenta y vi caer cinco o seis ángeles más, mis amigos estaban tan perdidos como yo en esta profunda niebla.
   Me senté en la hamaca de mi patio y fingí una sonrisa, rápidamente pensé que si forzaba a mi rostro sonreír podía hacer lo mismo con mi alma, pero el doble más rápido me arrepentí al darme cuenta que todo era tan absurdo. Dejé caer una lagrima bajo mis pies, bajo mis pies había un charco sucio que hoy se había formado, hoy se había formado una gris tormenta, una gris tormenta hizo perder mi cabeza, mi cabeza estaba en el suelo, en el suelo estaba mi alma, mi alma y mi cabeza tan juntas no podían tocarse y si no podían tocarse yo no podía existir. Dejé de existir aquel día, mejor dicho aquella tarde triste en la que caí del cielo y di mi cuerpo contra el suelo, había perdido mi nariz, mi roja nariz que me dejaba mentir todo lo que yo quería, era un escritor de emociones, un inventor de colores, pero hoy, ya no era nada, no era nada porque ya no existía, era un fantasma que había dejado de sentir cualquier cosa, ya no sonreía, ya no lloraba, solamente me desesperaba al ver pasar mis días y yo en la hamaca moviéndome de un lado a otro extrañaba tanto mi antigua vida. Agarré un lápiz y rápidamente dibujé un payaso, a su lado una mujer, una mujer hermosa que quería verlo reír por tanto tiempo, del otro lado la misma mujer, aquella mujer que quebrajó su corazón el día que en silencio le dijo “Adiós”. Rodeado de sueños, rodeados de almas, rodeado de tantas cosas el payaso dejó de sonreír en aquella triste tormenta y mierda, agachó su cabeza y dejó caer otra lágrima.
   Ocupando cada espacio de mi alma, la tristeza no quería irse. Recordaba verla dibujándome una sonrisa en mi rostro y a mi padre saludándome antes de partir, mis padres desearon todo para mí, pero me dejaron solo el día que mi padre enloqueció y en silencio le disparó a mi madre, su cuerpo cayó y el sonrió, miró para ambos lados y gritó: siempre quise algo mejor. Yo estaba ahí y me quedé duro al ver la peor historia hecha realidad, mi padre al verme ahí asustado, temblando y llorando, me dijo: Perdón, y disparó en su cabeza, su cuerpo cayó al suelo, justo al lado del de mi madre, los dos ensangrentados ya no se veían tan enamorados como en aquellas vacaciones en la playa. ¿Loco? No, yo no estoy loco, simplemente perdí mi cabeza el día en el que el mundo me dejó solo, porque cuando el mundo te da la espalda y vos no podes darle la espalda al mundo, enloquecer es la única salida para encontrar respuestas que no existen, porque a veces la felicidad se vuelve miseria, y la miseria nunca felicidad. Entonces, invicto por cada noche derramar una lágrima, pinté todo mi rostro de blanco, extrañando las sonrisas en mi cuarto, dejé envejecer mi angustia, ocultándola como el mejor tesoro, guardándola como si fuera un milagro, el milagro que hizo descarrilarme de la vía de la vida real, inventándome una vida, la vida del payaso más triste y loco que existió en este mundo, porque en mi mundo la inocencia no puede ser interrumpida…

    Agarré una mariposa, vi como ella desesperada buscaba volver a volar. Yo quería volver a sentir, pero el efecto “desesperación” me había afectado tanto últimamente. Veía mis dedos y ya no tenía uñas, solamente un poco de carne, mis ojeras eran gigantes y oscuras, había pasado tantas noches deseando el regreso de aquel ángel que antes era que me olvidaba de dormir y de empezar a vivir de otra manera. Entonces caminé, caminé tranquilo como nunca había antes caminado, mirando mis pies, mis enormes pies que mi mundo loco había deseado, había deseado que aquella estrella vuelva a caer, que vuelva a caer mostrándome un camino nuevo, un camino nuevo para empezar a sentir, sentir como nunca antes me había sentido ayer, porque ayer perdí mi alma y mi alma hoy ya no existe y si ella no existe, yo no existo, y si no existo, no soy nada.

    -Los chicos no lloran…
   -Los chicos no lloran…
   -Los chicos no lloran…

 
Y, mierda, no dejaba de repetir esa frase con tal de tranquilizarme un poco, “-Los chicos no lloran…” dije nuevamente moviéndome de un lado a otro, abrazando mis rodillas, dejando caer mi alma al suelo, llorando desesperado y gritando a más no poder. “¿Qué me pasó?¿Que nos pasó?¿Que le pasó a mi vida?” preguntaba mientras estaba en el medio de la niebla sin siquiera imaginar un futuro capaz de poder sonreír.
   “-No, no te vayas. Quedate conmigo. Abrazame, sentate a mi lado y decime en el oído que todo esto ya va a terminar. Dale, no seas tímida, decime que todo esto es una mentira, que es uno de mis tantos delirios. ¡Oh mi agonía, mi tristeza, mi angustia!” decía mientras asustado me agarraba la cabeza, desesperado sentía que mi vida poco a poco terminaba, me paré rápidamente y aún más rápido me volví a acostar, ya nada me daba las suficientes fuerzas como para salir a empezar a vivir de nuevo.
   Horas bajo la lluvia, ya detestaba ese maldito olor a canela, lluvia de verano interminable, caminaba mientras mi cuerpo se desgastaba con el choque de las gotas contra mí. “-Me voy para no volver…” escribiste en un papel sin pensar en la gran cantidad de otoños que dejaste caer, ya no me interesan tus poesías, ni los sueños sin cumplir, te llevaste todo de mí tras cerrar los ojos y regalarme tu angustia, robando mi cordura e imponiendo aquel dolor inmenso dentro de mí. Sabía que todo algún día se termina, pero idiotas los que me enseñaron, ya que nunca aprendí cuanto valor tenía la palabra dolor; porque hoy el dolor es inexplicable tras darme cuenta el tiempo que pasé sin siquiera vivir como antes lo hacía. Reflejos del destello al amanecer en mi ventana, abro los ojos y los vuelvo a cerrar,- los chicos no lloran- aprendí aquella vez, los chicos dejamos morir nuestro corazón y aprendemos a mentir. Mentimos pensando que ocultando nuestra alma somos fuertes, somos el ejemplo de este mundo podrido, ¡Santos payasos! Cuanta mentira detrás de mi maquillaje.
   “-Me muero…” te dije.
   “-Yo también…” dijiste y tu mirada cayó al suelo.
   “-Soñemos…” juntos dijimos y dejamos pasar el tiempo.
   El reloj aceleraba cada paso de mi vida, el almanaque había perdido todos sus meses y el mejor de los Septiembres se perdió cuando juntos dijimos “-Adiós…”.
   Grité al despertar.
   Había recordado exactamente todo lo que fui alguna vez. Una música lúgubre de un piano desafinado, una tormenta fría y gris, mi pequeño gato imaginario, los terribles monstruos de mi armario, mi cama desarmada y nuevamente, otro grito. Corría desesperado buscando mi corazón, su lápida: “-Maldito…” dije, has muerto y lagrimeando recorrí el cementerio de cada una de mis emociones, enfrenté la locura frente al espejo y en ese maldito reflejo me ví, era yo, era yo lo que nunca quería ser mientras sentado mordía mis dedos, abrazando mis rodillas buscando un poco de calor bajo tanto frío. Quería sangrar, buscaba llorar, deseaba que algo logre tapar el dolor tan inmenso que nunca fui capaz de imaginar. Si me pasaba escribiendo día y noche tantos momentos imaginando algo parecido a hoy, hoy no puedo dibujar aunque sea una lágrima, porque miles de lágrimas se fueron con vos al soltar mi mano y no volver a verte.
   “-Nunca voy a olvidarte…” susurré mientras corría mi maquillaje intentando sonreír escapando de tantos monstruos que ayer ni siquiera existían. Me tapé completamente con la sábana rota, parecía un fantasma, no por mi extraña apariencia, sino porque parecía muerto en verdad, al verme tan pálido por resistir tanto tiempo esta horrible tormenta, y en mis manos, una carta, una carta que decía: Gracias por existir, y el dibujo de un corazón roto.
   Volví a sentarme en la hamaca y en mi hamaca pude ver como el mundo caía, sentado mi cuerpo sin mi alma podía verse tan débil y “-¿Dónde estás?” grité extrañando y extrañando cada uno de mis sentimientos, pero mis sentimientos se habían ido con el tiempo, y el tiempo había parado hace mucho, entonces estancado en un paisaje en blanco y negro me quedé lagrimeando en silencio mirando mi reflejo en aquel charco bajo mis pies.
   ¿Por cuánto tiempo vas a quedarte? Pregunté sabiendo que también él iba a irse como lo hicieron todos los demás, porque mis padres juraron siempre cuidarme y mis amigos acompañarme por igual, mi corazón nunca imaginé que algún día lo iba a perder y mis sueños jamás pensé que tan rápido iban a caer, por eso, ¿Por cuánto tiempo vas a quedarte?, volví a preguntar así calculaba cuanto tiempo me quedaba de su compañía y cuanto tiempo más iba a tener que resistir la soledad, porque lo que sí sabía era que a veces la soledad era insoportable y si yo solo iba a estar intentando pelear, mi vida iba a pasar a ser mucho menos. Así que deseé que se quede, que se quede para nunca tener que estar completamente solo, porque si la tormenta hoy es tan fría, no puedo imaginar cómo sería cuando ella se multiplique, porque si hoy imaginar un futuro me duele, no puedo si quiera pensar cuanto más me va a doler tener que vivirlo.
   Pasaron las noches y los llantos se volvían tan monótonos, la escena triste detrás de mi ventana ya era la escena que más se repetía en mi película, me aburría, lo admito, me aburría tanto que mis noches sean todas iguales, pero más que aburrirme, me entristecía, me destrozaba pensar que la puerta de mi felicidad nunca más se iba a volver a abrir, y las noches de las sonrisas fingidas ya eran todo para mí, entonces cuando el cielo volvió a caer mi roja nariz pasó a ser parte de mi cuerpo, ya no una simple mentira, empecé a vivir en un mundo ficticio donde la vida no era vida, sino algo que no se podía explicar. Escribía una y otra vez una nueva hoja del guión, pero ese maldito guión me condenaba a vivir por siempre en un sitio horrendo y extraño, tan extraño que me negaba a conocerlo por completo y nada, nada, nada, no quería ver nada excepto mi reflejo en el charco sucio que estaba pisando. “-Idiota” dije, y pisé mi reflejo enfadado conmigo mismo, me pasé horas y horas insultándome, llorando y deseando una y otra vez que la película de mi vida vuelva a comenzar, que aquella flor vuelva a florecer, que aquel payaso vuelva a sonreír y que mi vida vuelva a ser como yo siempre deseé.
   Saludé a aquel pájaro negro que se llevaba mi última oportunidad de crecer, el pájaro gritaba desesperado mientras se perdía en el cielo y las hojas de otoño seguían cayendo en ese oscuro verano. Eran alrededor de las tres de la mañana, la tormenta ya había pasado pero la lluvia seguía intacta dentro de mí, la escalera ya no tenía ni un escalón más para llegar al cielo y volver a ser ese ángel, entonces entendí que tenía que seguir así, pero, ¿cómo? Si no sabía de dónde juntar fuerzas, porque no tenía nada, ni amigos, ni familia, ni cosas, ni cielo, ni alma, simplemente ese charco en el que podía verme, y hasta puedo decir que apenas podía diferenciar mi propia existencia de la fantasía.
  Un día me dijeron que una persona que estaba loca, demente o con cualquier otro tipo de trastorno, nunca iba a darse cuenta de su locura, el diagnostico “Locura” es en vano, un loco puede crear su propia realidad paralela a la real. Y ahí estaba, sentado en ese banco, el loco hablando con ese extraño duende, yo podía acercarme y preguntarle con quien hablaba, porque para mí él estaba hablando solo, hasta que me alejé y pensé, porque negarle su realidad e imponerle la mía. Si él con su raro duende podía estar riendo en su mundo tan singular. Un día me dijeron que aquel duende de ese loco yo nunca iba a poder verlo, ese duende jamás iba a existir para mí, no iba a conocer su voz, ni alguna de sus historias, no iba a poder verlo saltar, ni tampoco reir, necesitaba enloquecer y meterme dentro de la mente de aquel loco para poder ver lo que él veía, lo cual era imposible. Un día me dijeron que nada era imposible, que si me lo proponía podía ser lo que yo quería, pues, necesitaba intentarlo, necesitaba buscar más de mil maneras de cómo sonreír e imaginar un mundo diferente. Cerré los ojos y me dejé caer al suelo, imaginé el cielo con el color del césped, y el césped con el color del cielo, sonriendo casi atontado me olvidé un poco de mis angustias, las lágrimas querían salir, pero por suerte yo era el único que tenía la llave de la puerta que las encerraba un tiempo más dentro de mí. “-¿Podés verlo?” le pregunté a mi reflejo, pero él nada contestó. “-No es necesario que respondas bajo tanta inmensidad…” dije, viendo el cielo del color que yo quería. A veces me pregunto sobre la verdad, a veces sobre la mentira, si a veces nosotros mismos podemos crear una propia verdad, ¿Por qué todos dicen que es mentira? De pequeño tenía un gato, Chester, amaba ese nombre. Chester era una mascota increíble, era muy blanco y tenía sus ojos amarillos, su mirada impactaba al anochecer, y durante el día él dormía, pues al caer la noche y los monstruos salir de mi armario y debajo de mi cama, nadie me acompañaba porque mis padres solamente decían que yo los imaginaba. Chester me acompañaba en aquellos momentos en los que nadie me acompañaba, me protegía de esos monstruos que nadie podía ver, pero para mí tan reales. Mis gritos solamente hacían enojar a mis padres y Chester me miraba y sabía que él también lamentaba que nadie podía verlo y quererlo como yo lo hacía. Un día crecí, crecí sin darme cuenta cómo ni cuando, mis padres empezaron a hablarme y explicarme que Chester solamente era uno de mis tantos amigos imaginarios, me obligaron a matarlo, a dejar de darle de comer y lastimarlo, no me dejaron seguir jugando con él, porque ellos buscaban que su hijo aprenda a razonar por sí solo, pero si ayer mi razón era no encontrarla, y hoy mi razón hizo morir mi corazón, ¿Por qué tuve que convertirme en esto? Aún cuando me acuesto miro debajo de mi cama para ver si aquel horrendo bicho verde busca volver a morderme, o las noches de luna llena miro por la ventana para ver si Chester vuelve a aparecer e impactarme con su mirada, pero no, él hace tiempo se fue y me ha dejado solo, me lo merezco, lo sé, pero yo nunca quise hacerle daño. Cada noche lamentaba a ver perdido a mi gato, cada amanecer lamentaba que mis padres ya no estén conmigo, cada mañana lamentaba la muerte de mi alma, cada tarde lamentaba no tener con quien hablar, harto de tanto lamentar decidí cerrar los ojos y volver a ver nacer a Chester, pero ya era inútil, él ya no estaba más conmigo, pero a pesar de eso, voy a contarles un secreto: Los monstruos aún no me han encontrado.

   “¿Por qué me mirás tanto?” dije hacia abajo mirando ese charco mientras de un lado a otro me hamacaba, me hamacaba pensando que si alguien después de muerto otra vez iba a poder volver a nacer, inútil. Inútil era pensar que la vida era vida cuando uno se establecía en lo real, mentira. Era mentira porque yo sonreía mucho más cuando todo imaginaba, cuando mi mundo era mi mundo  y sin mi mundo no existía, porque aquella flor nunca más quiso volver a hablarme cuando le di la espalda, porque mi gato jamás apareció el día que fingí no verlo, porque los monstruos ya no me buscan porque no quieren encontrarme, todo porque la vida dejó de ser vida el día que elegí ver morir mi corazón, agachar mi mirada y aceptar lo que sabía que podía venir. “-Adiós…” escuché una vez más mientras los llantos retumbaban en mi habitación, ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? Repetí preguntando y buscando las respuestas de por qué todos tan rápido se habían ido, me sentía incompleto, triste y desarreglado al ver mi reflejo en ese sucio charco. Buscaba las palabras justas para despedirme de él, porque ya no me agradaba su rostro melancólico, las ojeras debajo de sus ojos y su ropa sucia. “-No quiero volver a verte…” dije enfurecido ya que él no me brindaba las respuestas que yo tanto necesitaba. A pesar de que él era lo único que tenía en mi mundo, hoy mi mundo ya no quería seguir teniéndolo en el, así que: “-Podés irte, corré extraño payaso de ojos negros…”susurré lagrimeando al atardecer viendo como el cielo cambiaba de color.

   “¿Florecerá algún día mi corazón?” pregunté mirando hacia arriba al pararme de la hamaca y darle la espalda a mi reflejo. Volví a preguntarme tres veces lo mismo, ya no quería escuchar sus llantos, porque me dolía darme cuenta que yo también iba a extrañarlo, entonces empecé a silbar, silbé una triste canción para tapar su llantos y mientras entraba a mi oscuro hogar me propuse no volver a encender la luz nunca más. La noche estaba tan fría, todas las sábanas estaban mojadas por mis lágrimas tras dejar escuchar el sonido de algunas de las campanas. No podía pegar un ojo, tantas cosas pasaban por mi mente que ya no sabía como reaccionar, ¿vivir o dejarme morir? No lo sabía, por un momento se me pasó por mi cabeza el quedarme tanto tiempo acostado en mi cama hasta dejar de respirar, pero necesitaba desahogarme, hablar con alguien para volver a vivir, y enseguida pensé en el triste payaso de ese sucio charco, entonces sonreí. Me miré al espejo y acomodé mi maquillaje, fingí mi sonrisa para volver a agradarle, inflé un globo para mí y otro para él, y tras caer el amanecer el Sol me dio la señal para salir a hablar con mi único amigo en este mundo. Bajé las escaleras riendo, encerrado en una mentira tan grande ya no me importaba abrir los ojos, desayuné y: -Que hermoso día, dije alegre por volver a ver el Sol brillar después de estar tanto tiempo lejos de él. Hice varias cosas más hasta que de repente caminé por el sendero que me llevaba al columpio en el que tantas cosas había pasado: -Antes de que digas una palabra, quiero pedirte perdón, perdón por haber sido un idiota y no valorarte como lo merecías. Dije con los ojos cerrados frente a la hamaca. –Entiendo que no quieras volver a hablarme, pero eres tú lo único que tengo, sonrío al verte sonreír, lloro al verte llorar, y siento que mi corazón nace tras volver a sentir que puedo contar con alguien. Por eso traje esto. Le dí uno de los globos junto con una flor que había arrancado por otra parte del jardín. –Nuevamente te pido perdón, extraño payaso de ojos negros, espero que sepas que todos nos confundimos alguna vez, espero que entiendas que a veces no vemos lo que tenemos enfrente y espero que valores mi arrepentimiento. Y dejé caer una lágrima y abrí los ojos.

   Una brisa helada de otoño pasó por mi cuerpo y calló al silencio.   

   Ya no estaba. El payaso ya no estaba debajo de mi hamaca en aquel charco, el Sol había secado el agua y mi reflejo se fue junto a todo lo que se fue alguna vez. Quedé totalmente impactado. “-¿Dónde estás?” pregunté mirando desesperado para todos lados, corrí buscando un charco, pero ya no podía ver mi reflejo en ningún lado, pues tantas noches de melancolía me habían obligado a romper cada uno de los espejos que había en mi casa. Volví a sentarme en la hamaca y viendo el azul del cielo lamenté haber tratado tan mal a mi único amigo, frágil como un cristal, volví a dibujar una sonrisa en mi rostro ya casi destrozado, soñaba verte darte la vuelta y mirar para atrás, un ángel caído, una sonrisa fingida, colores opacos, nada más.
   Mi padre sonreía cuando abrazaba a mi madre en el mar, yo corría por la arena sin siquiera imaginar que alguna vez iba a vivir así, solo. Y vuelvo a decirlo, aún no estoy loco, porque un loco nunca se da cuenta de su locura, yo simplemente estoy riendo porque recuerdo aquel niño que juró reír por siempre el día que dejó de ser un ángel para pasar a ser simplemente un poco de viento. Agarré mi cabeza y con fuerzas equilibré mis ojos, tanto dolor en el alma pasó a ser somático después de su muerte, mis manos temblaban, mis piernas también. Sinceramente no sabía cómo mañana iba a despertar, pero lo que más me preocupaba era no tener con quien hablar al anochecer. Extrañando y extrañando cada tipo de emoción en mí, cerré los ojos para no querer volverlos a abrir, tranquilos, no lloren por mí, yo ya estoy muerto.
   ¿Un fantasma? No, simplemente un poco de viento.