jueves, 12 de enero de 2012

21 - La Cosa

 

   Sabía que para todos era una persona extraña y está bien, lo admito y voy a contarlo.
   Varias veces cuando llovía salía a caminar y recordaba cada atardecer que antes había imaginado, la nieve era tan dulce cuando la ponía en mi boca y la dejaba derretir como si nada, las canciones eran tan perfectas cuando miraba como el mundo caía por mi ventana y sin importarme nada yo silbaba mientras sonreía. Estaba loco quizás, pero, ¿qué hay de malo en enloquecer un poco tras cada amanecer? Entonces me paraba y gritaba, agarraba un lápiz y en mi pared escribía frases absurdas, tales como: Me encantaría volver a sentirte, eran absurdas realmente, eran absurdas porque sabía que yo mismo había dejado enfriar mi alma a tal punto que cada emoción se había congelado y ya no existía el fuego suficiente para derretir el hielo que cubría mi corazón, y con razón tantos me odiaban, porque yo dejé de ser una persona, para pasar a ser solamente una cosa. Una cosa extraña, lo sé, pero no hay nada de malo en alejarse de la realidad y crear una vida paralela a la verdad, porque cuando la vida no te alcanza como tal, la mente y el alma empiezan a jugar por su cuenta, y entre cuenta y cuenta la locura aumenta tras darme cuenta que murió aquel poeta enamorado que escribía con los ojos cerrados sintiendo la luna a sus pies.
   La cosa no era angustiarme por todo lo que había perdido, la cosa era intentar sacar de mi cabeza tantos momentos que había vivido en vano. Sentir, para después sufrir y luego olvidar, hubiese elegido nacer con mi corazón helado y con un cuchillo afilado matar a Cupido el día que eligió ponerla en mi camino. La cosa era yo, porque sonreía, cantaba y gritaba como una persona feliz, pero hoy la cosa solamente llora desesperadamente recordando y recordando cada momento que a pesar de que un día fue lo mejor, hoy en mi mundo ya no es nada, porque hoy el cielo cambió de color, cambió de color para pasar a ser gris como el interior de mi alma extraña y si tan extraña es mi existencia, imaginen cuanto aún más va a ser mi ausencia. Porque mi cuerpo va a quedar quieto, mis brazos van a dejar de moverse al igual que mis labios, ya nunca más voy a poder volver a expresarme en una hoja y si angustiarme vale la pena, moja, moja, moja, moja lluvia mi cuaderno, destroza cada recuerdo escrito en estas inmundas hojas. Traé el otoño y el invierno en un mismo día, traé a mí la peor tormenta de verano, la angustia de un niño tras perder un día soleado. Lluvia, traé lo que te pide esta cosa y juro convertirme en una de tus gotas por siempre, prometo quedarme acá, bajo este árbol esperando que nunca termines de caer. Quiero verme en cada charco al amanecer, hablar conmigo mismo mientras en mi reflejo miro cuánto el tiempo me cambió, cuanto crecieron mis ojeras tras la desesperación y preocupación por tres factores que son insoportables: la soledad, la frialdad  y el recordar. Porque la soledad es imposible saber combatirla cuando tu corazón hecho hielo te obliga a recordar cada momento que pasaste, bueno o malo, las cosas se vuelven inútiles tras obligarte a no sentir, a morir sin siquiera cerrar los ojos, dejar de respirar en una tormenta tan fría como es la de hoy, pero está bien, lo admito, soy una cosa, una cosa más en un cielo oscuro. Una cosa que no puedo explicar cómo se cosificó, porque el pasar de ser un niño a un adulto es difícil, pero piensen cuanto aún más difícil es dejar de ser una persona para pasar a ser nada en este mundo, es insoportable darme cuenta que mis ojos negros nunca van a ser azules, porque ellos nunca van a brillar por nadie, es imposible darse cuenta que la felicidad a veces es como un triste payaso que finge día a día, a veces mis sonrisas son mentiras, mentiras que duelen tras acostarme en una cama tan incómoda como esta, y ahora sentado mirando la noche puedo decir que el viento deja de ser viento si cierro los ojos y en nada pienso. Ya que hoy mi cabeza está vacía, y me siento extraño tras haber cambiado a mi corazón por un poco de frío.
   Si querés acercate, ya no sé cómo hacer daño, simplemente aprendí a mentir el día que el mundo me trató de extraño, por sentir como nadie sentía, por llorar por amor, por reír por locuras, por perder el contacto con la realidad. Y una vez más escuché la puerta cerrar y mi cabeza cayó al suelo, sentí una patada y la cosa misma era que la vida nunca iba a poder ser planeada, sino que cada día tenía que vivirla sin pedir permiso, porque el día que un payaso lloró, un ángel cayó del cielo al suelo, se desangró y formó un pequeño charco rojo. Yo justo encontré aquel extraño cuerpo alado y decidí ser un poco de ángel y un poco del triste payaso, y en esto me convertí, en una cosa. Una cosa que desea ser dejar de serlo para volver a ser una persona.
   Y ahí está el misterio de la cosa, de mí, porque yo soy la cosa, la cosa por ahora no era cambiar el mundo, sino encontrar a alguien que en mi rostro pinte una sonrisa, la cosa no era llorar al ver el tren pasar, sino que en su llegada subirme sin dudarlo, la cosa no era sentir que ya todo estaba perdido, la cosa era pensar que todo algún día iba a poder cambiar y resistir el frío sin tener que lamentar la pérdida de mi alma como el día en el que me cosifiqué y en una cosa de hielo me transformé para pasar a ser sólo esto, una cosa. Y entonces me miré en aquel charco y corté mis alas para dejar de ser un ángel, quité mi roja nariz de mi rostro lastimado para dejar de fingir un mundo de colores, saqué el maquillaje de mi cuerpo y dejé la puerta abierta de mi cuerpo para que el calor entre y de a poco derrita el hielo que cubre mi corazón.
   Y en la larga espera reí, grité, lloré, canté y volví a gritar y volví a llorar. Sí, estaba loco quizás, pero como dije antes, no hay nada malo en a veces enloquecer un poco y ver otra realidad.