jueves, 12 de enero de 2012

20 - El Club de los Payasos Melancólicos



   Todo comenzó con una promesa: -Por siempre amigos… Y luego el tiempo solo siguió.
   Solíamos viajar en el tiempo, recordando y recordando buenos momentos, recordábamos tantas cosas que de repente parecía que en un abrir y cerrar de ojos volvíamos a vivir en el ayer. Me paraba en medio de la regla cronológica del tiempo y miraba para ambos lados sin importarme las reglas del reloj. Recordaba aquella tarde triste de Abril, donde parecíamos sólo siete personas en el universo, dentro de esa habitación nuestro mundo ya no era tan extraño, sino que cada uno le otorgaba los elementos justos para que todo pase a ser perfecto. –La perfección no existe; decía mi madre tras darnos sus sermones existenciales, pero si quisiera corregirme volvería a describirlo con el mismo adjetivo, perfecto. Porque era la verdad, porque era lo que pensaba, sentía y hacía tras estar con ellos, cada paso que daba sentía que era el correcto, cada palabra que decía sabía que era adecuada, y en cada lugar en el que estaba algo dentro de mí me aseguraba que era maravilloso, estar con mis seis amigos era lo mejor que yo podía hacer, porque a pesar de la gran cantidad de personas que aparecieron y murieron en mi vida, ellos eran increíbles.
   Los días de lluvia solíamos filosofar sobre las cosas especiales de la vida, las gotas chocaban contra la ventana mientras las palabras y los delirios revoloteaban en el aire, nuestros ojos brillaban, sabíamos perfectamente que lo esencial de la vida estaba en nuestras mentes y odiábamos lo superficial. Obviamente como sabrán en nuestro pedacito de cielo, el diablo aún reinaba, pues cuando todo estaba perfecto, las paredes se prendían fuego y comenzaba a nevar. Una perfección horrorosamente hermosa era vernos recostados todos en silencio mientras congelados por el hielo no sabíamos que decir aún. En mi cabeza pasaban miles de cosas: mariposas, personas, escenas de películas, cuadros, canciones, llantos, gritos, montañas, flores, zorros, risas, amarillo, azul, blanco, gris, negro, negro y negro otra vez. Pero ¿Cómo explicar lo que pasaba dentro mío si aún no sabía ni si quiera como asimilar el hecho de que mi cabeza esté unida a mi cuerpo? y que mi cuerpo tenga un alma y que mi alma ya no existía y si yo mismo sentía que mi alma no existía entonces ¿quién era yo? ¿Quiénes éramos nosotros en un mundo tan inmenso cómo este? En mi caso, varias veces mientras mi hermano hacía ejercicio o estudiaba para progresar, yo encerrado en un absurdo cuarto escribía pero nadie aún imaginaba lo fuerte que estaba gritando, así que imaginen cuán absurdo era descargarse si nadie iba a venir a darte una mano, no por egoísmo ni individualismo, sino que ni si quiera se les asomaba por su cabeza todo lo que podía llegar a provocar tanto silencio en mí.
   Pero el motivo de este capítulo no es el contar todo el desastre emocional que yo sentía, sino la aclaración de tantas metáforas que fui utilizando por el llanto de tantos payasos. Bueno… acá culmina casi mi historia, y para ser sincero me sirvió muchísimo contar mi vida en estas hojas. Los siete éramos uno, la vida nos golpeó demasiado. Cada uno con su historia y su pasado, no quiero hablar de mí ni de ninguno en particular, sino que me gustaría empezar a generalizar. Los siete alguna vez perdimos el corazón por un amor no correspondido, soñamos más de mil maneras pero de esas mil, dos mil fueron las que fracasamos, vimos caer quinientas estrellas mientras fumábamos cigarrillos acostados en la laguna, pasamos más frío en el verano que en el invierno, porque en el verano decidimos crear nuestro club, el club de los payasos melancólicos, donde cada uno podía contar su angustia sin miedo al rechazo, sin miedo a las personas, sin miedo a las risas, sin miedo al miedo, porque el miedo no existía en nuestra extraña organización. Nos decíamos payasos, porque fuera del club éramos otras personas, intentábamos mostrarle la cara al mundo que él quería, esa sonrisa fingida mal lograda, forzada, obligada por nuestros pares para no ser diferentes y evitar la soledad que tanto nos lastimaba, pero dentro del club éramos payasos literalmente, tapábamos nuestro rostro con gran cantidad de maquillaje blanco, nos dibujábamos una mueca feliz con diferentes colores, rojo, azul, verde, el color dependía de las ganas de mentir que cada uno tenía, usábamos vestimenta triste, negra, gris y blanca, colores sin vida, porque nosotros mismos nos sentíamos así, agonizando día a día ocupando en vano un lugar en el espacio, quitándole aire a los demás cuando respirábamos, robándole amaneceres y arrebatándoles tristeza, porque toda la pena y el desconsuelo del mundo estaba dentro de nosotros y parecía que nunca se la íbamos a devolver a las personas, porque nuestro mundo era así, un mundo gris.

   Anoche recordé mientras escribía en mi diario las palabras que Luciano me dijo cuando mi corazón había muerto: -El planeta gira, voltea, rueda y vuelve a girar pero nunca espera… nosotros miles de veces intentamos parar el mundo, pero el mismo mundo nos pasó por encima, sin darnos oportunidad alguna de volver a levantarnos, tomarnos de las manos y juntos gritar: -¡Esperen!, porque algo dentro nuestro nos decía que la vida no nos quería como una hoja más de su gran libro, sino como un pájaro volando en la tormenta más oscura en busca de su nido, pero nosotros sonreímos y engañamos a la vida, inventando un sentido para nuestra supervivencia, el vivir llorando y darnos cuenta de las penas, ser poetas y líricos, pintores y dibujantes, seres razonables y visionarios a la vez, alabábamos la angustia como si alguien valorara nuestra existencia, cada anhelo de la felicidad era una sonrisa interna, cada lágrima derramada era un grito de alegría, cada vez que decíamos: -Te necesito, era darse cuenta que debíamos esperar el día que todo alguna vez iba a cambiar, y si en el fondo sabía que eso podía llegar a pasar, como no iba a esperar…
   Una tarde mientras escuchábamos música y hablábamos de diferentes tipos de personas, me di cuenta una vez más que no estábamos haciendo lo correcto, me encendí un cigarrillo y caí al suelo tras sentir al diablo entrar en mis venas, al principio era sentir un alivio en medio de la nieve, cabalgábamos por el valle que separa la cordura de la locura, la tristeza de la felicidad, la fantasía de la realidad, el diablo ya estaba tan dentro de mí que ni siquiera recordaba su verdadero nombre. –Heroína… gritó Simón y ahí enseguida lo recordé, cabizbajo vi como mi alma se despegaba de mi cuerpo dejándolo por un gran rato mientras me iba de viaje con mis amigos a un lugar donde nadie nos iba a poder alcanzar, acostados en el suelo podíamos sentir la inmensidad del universo, podíamos ser personas que nunca fuimos olvidando la tristeza, y recordando la felicidad que sentíamos cuando éramos pequeños. Después de un rato grité con todas mis fuerzas tras perder de vista al demonio pero viendo su marca muy dentro de mí, eso significaba que en poco tiempo él iba a volver sin avisar ni dar señales, entonces agaché mi cabeza y en estado de shock dije: -No quiero seguir con esto… Juan y Luciano me miraron, los demás seguían tan perdidos como yo hacía un rato, dejaron las agujas sobre la mesa y a la vez se callaron.
   El club de los payasos melancólicos con el tiempo había cambiado tanto, había dejado de ser un lugar de reuniones y oídos para los desesperados, para pasar a ser el mismo infierno, donde el fuego quemaba las poesías y la nieve apagaba el fuego, en la última lluvia de verano al grupo se le ocurrió un plan perfecto para ellos, pero extraño para mí, quitarse la vida en el segundo sábado de otoño, y al principio lo veía como algo bueno, un suicidio colectivo era el suceso que marcaría la historia de mi ciudad, la muerte de los seis payasos tristes iba a ser la inspiración de miles de escritores, pero no entendía por qué no podía seguir pensando como ellos, no comprendía que mi angustia seguía siendo la misma angustia que era ayer, y no había evolucionado tanto como para decidir llamar a la muerte, tenía miedo, lo admito, tenía miedo de que ellos no pudieran pensar en algo diferente, en algún tipo de mejora de nuestras vidas, pero el miedo con el tiempo creció hasta transformarse en el peor de los monstruos.    

   Las hojas empezaron a caer, las lluvias de otoño eran tan frías al darme cuenta que el día final estaba llegando, que nuestra historia terminaba sin siquiera haber visto sonreír de nuevo a mi corazón, sin conocer a la persona que usaba una máscara en mis sueños, que por dentro sabía que me estaba esperando, que yo mismo la estaba extrañando sin haberla conocido, pero el tiempo no me tuvo compasión y los días y las noches siguieron pasando sin escuchar mis gritos. Hojas y hojas llenas de historias tiré a la basura, intenté escribir una carta de despedida, lamentando nunca haberme dado cuenta lo importante que eran para mí mis hermanos y mis padres, los momentos que había vivido con ellos eran tan especiales pero por dentro sabía que no podía defraudar a la verdadera historia que nos esperaba a mí y a los otros cinco payasos tras tomar ese veneno. Quedaba sólo una semana y ya no quería ni siquiera dormir, no podía dejar de pensar en mis amigos y en todo los que estábamos dejando ir, se me ponía la piel de gallina recordando las veces que reíamos de pequeños mientras jugábamos a los soldados, -Amigos en mi caballo entramos los seis, y juntos podemos cabalgar y volver al pasado, recordando y recordando las sonrisas pueden volver, y cuando el tiempo pase y seamos grandes nos reiremos al contemplar la luna y anhelar el ayer, porque ayer fuimos soldados, hoy somos payasos, pero mañana podemos ser lo que deseemos otra vez, solamente hay que aprender a esperar… dije murmurando al escribir detrás de una foto con nuestras extrañas apariencias y sonreí…
   Necesitaba estar cerca de Sofía y a pesar de que ella ya dormía profundamente, siempre iba a formar parte del club de los siete. Que hermosa foto habían elegido para poner en su lápida, su cara siempre tan angelical transmitía la paz necesaria que ella siempre quería, y: -¿Qué hago?- dije arrodillado delante de su tumba dándome cuenta que todo se me iba de las manos. Sofía era cómo mi hermana y siempre me ayudaba en la toma de decisiones, pero en ésta no estaba, y como verán era una decisión fundamental. Apoyé una flor junto al gorrito de invierno que ella me había dado y recordaba las veces en que peleábamos como gladiadores, muertos de risa sabíamos que no teníamos nada que perder, pero nunca imaginé que todas esas risas se iban a convertir en sólo esto: una tumba y seis fosas. Sofía no me hablaba y no me llegaba una señal de ninguna parte cómo para aceptarlo y verlo como si fuera aunque sea una pista, en ésta decisión estaba totalmente solo y creía que lo mejor era dejarse llevar. Dejar pasar el tiempo de nada me servía, pues, mientras más cerca se venía el día mi cuerpo sólo empezaba a temblar, ya casi ni reaccionaba, todo me decía que el final estaba a punto de comenzar.
   Por momentos pensé en contarle a mi madre, pero ella no iba a entenderlo y mucho menos poder soportarlo, seguramente que si le hubiese contado iba a ir corriendo y hablar con los padres de cada uno de los chicos, no digo que arruinando su loca idea sino que simplemente atrasándola aunque sea unos días más. Cuando a mis amigos se les metía una cosa en la cabeza, era muy difícil hacerlos volver atrás. Igualmente no lo hablé con nadie, el nudo que sentía en mi garganta era tan grande como la incertidumbre de no saber qué hacer, miles de veces imaginé el momento de mi muerte, pero, ¿estaba realmente preparado para enfrentar algo así? No lo sabía, una vez más no lo sabía. Fueron los días más largos y más tristes, el mundo se había vuelto añicos y en lo único que pensaba era en el rostro de mis amigos. Fumaba un cigarrillo tras otro en mi ventana, imaginando un mañana totalmente distinto ¿Qué pasaría si todo lo que deseamos se vuelve realidad?  Y tantas preguntas utópicas para tapar mi miedo a dar el paso que mis amigos pisaban con tanta seguridad. Una de esas noches fui solo al cine, recuerden que les dije lo mucho que me gustaba ir y la emoción que sentía en el momento que las luces se apagaban y la película estaba por comenzar. Era Lunes creo, y por cierto el cine estaba vacío, a la gente de mi ciudad al parecer no les gusta ir mucho al cine. En cambio yo, buscaba hacer las cosas que realmente me llenaban para aclarar tantas dudas que tenía en mi cabeza. A pesar de que el tiempo había pasado, yo no había dejado de pensar en Luna, y si esos eran de mis últimos días, necesitaba despedirme de ella con tan sólo una mirada. Entonces fui hasta su casa, eran alrededor de la una y media de la madrugada, pero sabía que ella siempre se quedaba pintando frente a su ventana hasta casi las tres, y bueno, pasé a ver si tenía un poco de suerte. Mientras caminaba pensaba que decirle, imaginaba varias cosas de que hablar pero no sabía como ella en verdad iba a reaccionar al verme, quizás ni si quiera bajaba a saludarme o tal vez cerraba su ventana para hacer como si no estuviera ahí, pero tantas hipótesis volando ni si quiera se acercaron al momento exacto que fue cuando llegué y como dije ahí estaba, pintando como siempre uno de sus cuadros surrealistas y la mejor pintura que podía ella pintar era su rostro en el momento que me vio frente a su casa, esperando a que ella bajara. Por cierto, lo hizo sin pensarlo, en menos de cinco minutos estábamos frente a frente.
-¿Qué hacés acá?- preguntó confundida con su sonrisa angelical.
-Vine hablar con vos…- contesté.
-Pero ¿pasó algo?-
-Sí. Necesitaba hablar con alguien.-

-No me asustes Teo, contame que fue lo que pasó…- ella dijo y ahí fue cuando empecé a contar todo lo que pasaba dentro mío con respecto a la decisión del club de los payasos melancólicos. Al principio Luna lo tomaba como una idiotez, como una idea delirante no más, pero cuando se dio cuenta que cada palabra que le decía iba en verdad, sus lágrimas empezaron a caer a tal punto que desesperada me abrazó y: -No quiero que lo hagas- me dijo en el oído casi sin respiración, pero mientras más cerca la veía más como un amigo ella me sentía y en verdad no podía aceptar su amistad después de haber sentido su corazón tan dentro de mí. Yo le dije que no sabía que hacer, que no sabía que pensar, que más que en mí pensaba en los demás. Ella tenía bien en claro nuestra forma de ser, sabía que mis amigos eran capaces de hacer cualquier cosa, y por eso se dio cuenta que todo era verdad. Ella lloraba mientras yo la abrazaba, -no quiero que este sea nuestro último abrazo- me dijo y yo totalmente callado no supe que decir. La agarré de las manos y: -Tranquila- susurré, era para hacerle entender que quizás todo iba a estar bien por la mañana, faltaba sólo un día y ni si quiera se me ocurría que era lo que debía estar pensando Juan, Nacho, Simón, Tomás o Luciano, hasta estoy seguro que Fernando, Nicolás, Flavio o Bruno podían llegar a reaccionar haciendo lo mismo después de enterarse de la terrible noticia. Y así iba a extinguirse la adolescencia poco a poco en mi ciudad…
-Tenés que revertir esto…- dijo Luna. Pero como revertirlo si nadie de mi grupo creía en un futuro, entonces: -Voy a intentarlo- contesté, pero solamente para que ella pudiera dormir tranquila. –Quiero verte amanecer- me dijo acariciando mi rostro y secando una de mis lágrimas.
-¿Me vas a recordar por la mañana?- ella preguntó.
Y yo casi destrozado contesté: -Y hasta que el cielo se venga abajo-.
Abrazados ambos llorando dejamos pasar un toque el tiempo en silencio mientras recordaba tantas cosas. Cabizbajo flexioné mis rodillas y apoyé mi cabeza sobre ellas, Luna, a mi lado apoyó su cabeza sobre mi hombro izquierdo, y con la presión de tener tanto destino sobre mí nunca me sentí tan inútil.
-Me voy- le dije.
-Te acompaño- ella contestó parándose rápidamente, tomando mi mano para levantarme más rápido. Intenté convencerla diciéndole que quería caminar solo, porque era la verdad, por primera vez en mi vida quería estar realmente solo para poder pensar que hacer. Le dije que se quedara tranquila, que no iba a pasar nada malo mañana, dejar a tantas personas suspirando un deseo de paz lo único que traía en mí era angustiarme cada momento un poco más. Luna besó mi mejilla y me dijo cuánto aún me quería a pesar de todo. –Lo sé muy bien- contesté y caminé para mi casa y una vez más el tiempo jugó conmigo. Rápidamente el momento había llegado y ahí estaba, mis amigos y yo frente a frente con la historia que iba a cambiar la historia de mi ciudad.
   Simón había llevado su cámara y: -va a ser una excelente película- dijo moviendo sus ojos y yo miré para ambos lados para ver el rostro de cada uno de mis amigos. Una especie de ritual había comenzado y ellos habían elegido morir de la manera en la que habían elegido vivir, rápidamente y en silencio. Mientras Juan preparaba los últimos chutes, Tomás y Nacho hablaban de música como si no supieran que era lo que estaban por hacer, estaba por morir la misantropía adolescente frente a mis ojos, la filosofía, la poesía, la locura y la verdad. Ellos sabían que yo estaba casi arrepentido y no me forzaban a dar ese paso que ellos estaban por dar, sino que me decían que lo piense tranquilo, que todo iba a estar bien igual. Estábamos hablando de morir, no de jugar un videojuego y volverlo a reiniciar, esto era la muerte y no había vuelta atrás después de meter esa aguja en nuestras venas íbamos a quedar congelados para siempre y sin poder gritar, nadie nos iba a despertar. Ese veneno junto a la heroína era una mezcla mortal, nuestros músculos iban a endurecerse y algo dentro nuestro iba a estallar, yo no quería contar la historia, quería ser uno más, pero mi otro yo no me dejaba seguir el plan, no podía dejar de llorar, parecía un extraño dentro del grupo, pero mis amigos siempre comprendieron que hay que ponerse en el lugar de los demás.
   Listas las armas, los payasos se acercaron al medio de la habitación, yo recostado no quería ver más nada. Y:-Esperen- dije, no podía dejarlos hacer eso. –Entendé que no hay forma que vuelva atrás- dijo Juan y ambos asintieron su cabeza, bajando su mirada y pisando lo poco que quedaba de sus corazones. Era yo solo contra los cinco y: -Tomi, amigo, ayudame, vos nunca hiciste esto- le dije desesperado al verlo con una jeringa en manos, intentando convencerlo que esto era aún peor de lo que antes veníamos haciendo. Tomi, muerto de miedo temblaba pero él quería ser el primero, y: -dale, adelante- dijeron los demás y enseguida imaginé a aquellos niños del maíz que éramos cuando íbamos al campo de Juan, nunca imaginé que todo iba a terminar así.
   -Tranquilos. Estando tan abajo no vamos a volver a caer- Simón me miró a los ojos y dejando caer una lágrima inyectó la mezcla mortal en sus venas y yo quedé mudo al verlo actuar, lo había hecho, Simón lo había hecho sin siquiera recordar la vez que dijimos que nada nos iba a derribar, pero: -Nada va a cambiar mi mundo- él siempre decía pero ahora ya no podía hablar tras dejarse caer y todo hipnotizados por su acción dejamos un silencio infernal en la habitación. Luciano fue el segundo y Juan el tercero, ambos cayeron al igual que el primero y nada, yo ya no podía hacer más nada porque miraba hacia arriba y el cielo se me venía encima, no podía dejar de sentir que los estaba traicionando. Nacho y Tomás les siguieron, a Tomás le temblaba demasiado las manos ya que nunca había dejado entrar al diablo dentro suyo, pero como en todo, siempre hay una primera vez, lástima que para Tomi fue la primera y la última.
   Totalmente destrozado quería ser el siguiente, pero no pude, así que sentado al lado de los cuerpos de mis hermanos me pasé llorando horas y horas. Mi madre me llamaba al celular, creo que se había imaginado que algo malo pasaba por la forma en que me vio salir de mi casa, pero no le contesté, no atendí su llamado porque no sabía que le iba a decir, me sentía un cobarde, un idiota, un traidor. Y sí, ahora sí que no tenía nada en la vida porque sonreír, sin sueños, sin amor, sin amigos, solamente la soledad y yo, y aquel espantapájaros que enfocaba mis destino. El club de los payasos melancólicos sin duda iba a ser la noticia más impactante de nuestros tiempos, pero, ¿iba a estar preparado realmente para contarla?
   Se los veía a todos en paz, ¿Qué deberían estar sintiendo? ¿Dónde estaban? Nunca creía que iba a tener que vivir para ver esto.
   Después de un rato largo con el peor dolor dentro de mí, ya era algo tan inhumano que no sabía cómo explicar lo que pasaba dentro mío. Llegué a mi casa y mi madre desesperada me dio una cachetada y luego me abrazó, se pasó horas preocupada llamándose con las madres de los chicos para ver donde estábamos, siempre supieron que hacíamos los que se nos de la gana, pero mami no puedo más y llorisqueando pedí otro abrazo. –¿Qué te pasa?- preguntó y mi hermanita apareció en la cocina y se quedó dura al verme llorar así. No sabía cómo decirles que todos mis amigos habían tomado aquella decisión, por eso me quedé en silencio y fui hasta mi habitación. Mi hermano estaba ahí leyendo mi diario, llorando nunca pensó todo lo que yo sentía al verlo subir y subir y yo siempre tan abajo, mi ascensor nunca funcionó. Él también me abrazó, pero nunca un abrazo me dolió tanto en mi vida como el de él, ya que parecía otra despedida. No podía hablar con nadie así, por eso me acosté en mi cama, cerré la puerta con llave y esperé a que el mundo se diera cuenta de lo que había pasado. No después de una hora, mi madre intentó entrar desesperada, yo recostado no iba a abrirle, no quería dar ningún tipo de explicaciones, por lo visto ya habían encontrado los cuerpos de los ángeles sin alas. La policía llegó a mi casa y la gente del barrio miraba como si nada. La puerta parecía que se caía de los golpes que mi padre le daba para abrirla. Gritaban mi nombre y Luna me llamaba una y otra vez al celular. El club de los payasos melancólicos ya estaba en la televisión como noticia principal del canal de nuestra ciudad. La puerta forzosamente se abrió y entraron mi mamá, mi papá y un oficial, yo los miré y ellos miraron como yo sentado en mi cama no podía decirles nada, porque ya no era nada, sólo era una cosa que estaba ocupando lugar.
   Sabrán el después, pueden imaginarlo y yo ya no tengo ganas de seguir contando esto, perdón por la rapidez, pero imaginen el dolor que me causa recordarlo. Luego vinieron los periodistas, los abrazos, los llamados, la contención, me quitaron mi diario, revisaron mis discos, veían que era lo que leía, le tomaron fotos a mi cuarto, agarraron mis poesías, observaban todo mientras yo moría por dentro. Lo único que no se llevaron fueron dos fotos que había bajo mi almohada: Una en la casa de Nacho que todos teníamos los dedos en V, Sofía aún sonreía, Simón sacando la lengua, Juan parecía que gritaba, Luciano haciendo una de sus muecas graciosas, Tomás siempre galán, Nacho con su cara de demente y yo feliz de estar rodeado por ellos. Y la otra foto era con Luna, ella sonriendo siempre hermosa y yo, siempre extraño, mirándola de reojo mientras estábamos sentados en el molino del campo de su familia.
  
   Siempre voy a extrañarlos…

   Fui un testigo mudo para el mundo, nunca dije nada acerca de ellos. Y durante días dejé de hablar hasta conmigo mismo ya que continuamente me observaban y sabía que planeaban mandarme a una de esas granjas de rehabilitación y contención hipócrita. Si hubiesen escuchando cuándo gritábamos nunca iba a suceder esto. Era el único que quedaba en pie, y estaba seguro que si hubiese sido al revés, alguno de los otros iba a saber sobrellevar mejor aquella situación, pero, yo no, yo no podía tras no dejar de pensar en todo lo que había perdido. Me pasé días y días callado en la comisaría, los oficiales pensaban que algo muy extraño había detrás de esto, dieron hipótesis idiotas como: Asesinato por deudas con vendedores de heroína. Yo sólo los miraba porque no podía gritarles lo mucho que odiaba que quieran ocuparse de un caso tan importante como era el de mis amigos, y si querían etiquetarlos de alguna manera no tenían que hacerlo de “Drogadictos” porque ellos eran increíbles. Yo solamente tenía la conclusión del caso: Fantasmas en un mundo imaginado. Pero eso era demasiado poético para una oficina, por eso sólo los pusieron en el cajón de los demás adictos. Se hicieron cientos de charlas en diferentes escuelas para prevenir el uso de drogas, poniendo como ejemplo principal a mis amigos, ahora eran ellos a lo que nunca se tenía que llegar. Pero, ¿Por qué? ¿Por qué todos hablaban de ellos como si se hubiesen pasado noches lagrimeando mientras escuchaban a Juan y Nacho cantando mientras tocaban la guitarra? O ¿Por qué no recuerdan a Luciano como el Casanova que era mientras reía? o ¿a Simón como un visionario? O ¿hasta a Tomás por su sinceridad? Yo era el fantasma que seguía vivo, callado y solo, porque cuando ellos se fueron, me di cuenta que nunca, jamás nos entendieron.
   “La Heroína mata”. “Heroína asesina”. “La Heroína es una mierda”. Decían los carteles de las madres desesperadas cuando salían a las calles a protestar para que encierren a los que nos facilitaban el camino hacia el diablo. No dudo que la heroína era lo peor de mi vida, pero lamentaba decir que ella no había matado a mis amigos, sino que la frialdad y la indiferencia del mundo era quien había sido culpable de la caída de aquellos payasos, pero claro, es más fácil culpar al otro, en vez de darse cuenta que el mundo no está girando más. Estancados, nos estamos muriendo por dentro, en algunos años quizás ya los niños no crezcan, sino que van a nacer siendo robots sin sentimientos, apáticos, de hielo, sin corazones. Y la pureza se va a extinguir al igual que los amaneceres, al igual que las poesías y las canciones, los dibujos, las flores y los colores, y yo no quiero ver eso, no quiero formar parte de un mundo indiferente. No quiero.