jueves, 12 de enero de 2012

16 - El Campo de Centeno

 

   Ya no podía soportar todo esto.
   Los días eran todos iguales, todos los días eran hoy, y ese mañana tan esperado nunca llegaba, y eso que lo esperaba, lo esperaba casi todas las tardes de este otoño sentado en la estación como si fuese un pasajero que venía en ese tren que nunca aparecía.
   El diablo se aprovechaba de mi tristeza, y entre la agonía que me traían los recuerdos y la desesperación de no volver a ser el de antes me pasaba casi todo el día perdido en el tren de la heroína, iba casi en el último vagón, lo compartía con alguno de mis amigos, o con otras personas que buscaban el mismo destino que yo, iba de a poco apresurándome a tirar mi vida a un mundo vacío, lleno de fantasías irreales que nunca me iban a satisfacer en verdad, consumía distintas drogas para no pensar en todo lo que había cambiado, me drogaba para dejar de ver en mi reflejo a aquel perdedor que me daba vergüenza, la heroína me servía para vivir en un mundo de mentiras cómodas, la heroína me estaba llevando al final de mi vida y yo nunca le solté la mano. Estaba cada vez más flaco, más pálido, más avejentado, cada día que pasaba sentía la mierda en mí, parecía de treinta y ocho años y creo que aún sólo tenía dieciséis.
   “-¡Es acá!” me dijo. Y al mirar hacia arriba y luego para abajo enseguida me di cuenta que estaba donde todo había comenzado. Estábamos todos. Estábamos todos drogándonos una vez más en la casa de Juan. “-Pasame una…” dije, y enseguida Lucho reaccionó y me pasó una jeringa que quizás ya estaba usada por alguien, o quizás no, quien sabe. Sabía que a él le asombraba la manera de como yo temblaba, pero no podía evitarlo, ya a veces era parte de mí, Lucho parecía preocupado, pero también tenía claro que para formar parte de este grupo tenías que dejar atrás todo tipo de sentimientos y mirar hacia delante con una mirada sin pánico, con una mirada seria sin darle oportunidad alguna a que la lastima te lastime aunque sea tu mejor amigo el que esté hecho mierda, uno siempre tiene que demostrar fortaleza.

   Caí al suelo.
   El diablo una vez más se apoderó de mí y todo de repente se volvió horriblemente hermoso. Escuchaba cantar a los cuervos negros de la muerte, los escuchaba cantar tan cerca de mí, ya no quería volver a moverme, quería pasarme el resto de mi vida así. Si la heroína me llevaba por mal camino, es porque yo elegí caminar así. No comprendía nada del mundo, o quizás tan sólo me encantaba estar colgado del caballo, pero era hermoso lo que sentía y a la vez era lo peor. El mundo a toda velocidad a mi espalda, hacía mucho tiempo que no había tiempo para mí.
   -¡Aaaaa!-  Grité con todas mis fuerzas. El otoño nuevamente se volvió tan frío, ya estaba cansado de todo esto, el año pasado no llovía tan seguido, los árboles sin vida no me traían tanta angustia, me llevaba mucho mejor con mis padres, y mis amigos eran únicos, en el otoño del año pasado ni siquiera conocía a Luna, y un año después, la perdí después de haber vivido los mejores momentos, después de haber sentidos las mejores cosas por dentro, después de haber pasado por tanto, después de haber pasado por tanto la perdí y puedo asegurarles que no puedo soportarlo. No puedo soportar verme solo, de salir de mi casa enfrentarme con el día gris sabiendo que hoy no hay nada para mí, que el ayer murió y su tumba está fuera de mi alcance, sabiendo que las semillas que le dieron vida a mi árbol ella se las llevó, y ahora las ramas están rotas, las hojas en el suelo y hasta ese pájaro que había puesto su nido se mudó a un lugar mejor, no podía soportar que nada me quedaba y mucho menos podía soportar verme en el espejo sin siquiera hacer nada.
   Entonces me paré y vi el cementerio de las adicciones, mis amigos estaban todos tirados en el suelo por causa de la heroína, caminé a través de ellos, sin querer le pisé la mano a Juan, pero igual él no reaccionó, ya no sabía que pensar, ya no sabía como empezar a decir que no quería seguir con esta mierda.
   -Éramos tan perfectos amigos…- dije mientras veía todo a mi alrededor, ¿Qué nos pasó? Estoy seguro que ninguno de pequeño soñó que el futuro iba a ser sólo esto. Elegí crucificar al pequeño soldado, quemar vivo al joven príncipe, ahogar al marinero, destruir al caballero, balear al escritor y acuchillar a mi musa después de conocerla, matar mi último sueño antes de concebirlo, para empezar a vivir así, de esta manera, sin alma, que mi existencia sea como el monstruo debajo de mi cama, horrible, extraño e inexplicable. Que mi destino sea como la puerta secreta que nunca se va a abrir, ya que elegí tirar la llave por el aljibe del valle en el que aquel principito fue quemado,    “-¡Amén!”  dije desconcertado al ver los cadáveres de lo que algún día quería ser y dejé caer una lágrima al suelo. Dios, ¿Dónde estás? Por favor no quiero saber de tu muerte.
   Caminaba desesperado por el campo de centeno, parecía un espantapájaros que había dejado sus estacas lejos de su cuerpo y quería conocer el mundo que lo hostigaba, había tirado su sombrero al suelo y su cuerpo hecho de paja se iba despedazando por cada paso que daba. Imaginaba a todos los niños que alguna vez se acercaron a mí corriendo por el gran campo, “-Vení a jugar, vos tenés la pelota…” me decían sonriendo invitándome a su inofensivo juego, pero yo, yo y sólo yo, podía ver que yo no estaba para eso, por eso agaché mi cabeza y una vez más rechacé la invitación de aquel pequeño. Seguí caminando y me enfrenté con mi madre, “-¿Podés ayudarme con esto?” decía mi madre muy ocupada como para ver lo mal que yo estaba, en mí ella se reflejaba, yo era lo que ella siempre quiso ser y nunca yo deseé,  “-dale, dale, tenés que ser un buen chico…” susurraba mi madre mientras desembolsaba cada una de sus compras, sin si quiera pensar que yo ya no era el niño que ella vio crecer. Otra vez cerré mis ojos y seguí con mi camino. La lluvia cada vez era más fría en este horrible lugar. Los dinosaurios y los monstruos que ayer me atormentaban gritaban con tanta furia queriéndome hacer daño, yo cabizbajo iba rompiendo cada planta gramínea de tallo delgado. “-¿Dónde vas?” me preguntaron y yo enseguida reconocí esa voz, “-¿Dónde estabas?” pregunté, aunque no podía verlo, sabía que el que me hablaba era mi padre, “-Eso no importa, ¿Dónde vas?” volvió a preguntarme y yo sin contestarle me senté en el suelo, tapándome con gran cantidad de centeno. “-Busco encontrarme a mí mismo, busco un camino para caminar, busco un remedio para evitar la desesperación, busco un amigo, busco respuestas, busco una vida.” dije agachando la mirada y entre carcajadas él solamente dijo la palabra: “Hijo…” y no se lo escuchó más.  A él me quería parecer desde los siete a los dieciséis, luego descubrí algo muy importante: que él era lo mejor, de lo mejor. Pero yo también lo era y sin competencias estúpidas dejé de identificarme con él, ya que todo lo que me había dado yo lo había olvidado, no por idiota ni por egoísta, sino que de nada servía que yo viva su vida porque mi empatía estaba muerta, mi corazón helado y cada uno de mis sueños ya estaban perdidos. ¿Y yo? Yo seguía siendo un esclavo y el diablo se había convertido en mi nuevo padre y en un nuevo amanecer. Nada era tan puro como la nieve dentro de mí ¿y qué? ¿Qué? ¿y qué decir después? Si estaba enamorado de lo peor de mí, no podía arrepentirme de todo lo que había hecho, sino que debía convertirme en el asesino de mi propio ser, ya que ni sabía en verdad quién mañana iba a ser, tenía que transformarme en una especie de kamikaze emocional que se arriesgaba todos los días a perder todo lo que tenía. Nada de Edipo y mucho menos de Narciso, yo odiaba absolutamente todo lo que tenía que ver conmigo, pero el mundo se había vuelto un lugar tan absurdo para mí, pues, meses de soledad en el invierno había hecho explotar cada uno de mis sentimientos cubiertos por el hielo, entonces nada me importaba, vivía mis días totalmente nulo, totalmente blanco, totalmente vacío… mi pequeño principito no soportó la presión del cambio, por eso murió. Pero todo cambia, lo sé. Pero. ¿cómo seguir los años que me quedan de pie si hoy, sin corazón, ya me creo muerto, enterrado y totalmente olvidado?
   -Yo también abuelo- contesté hacia dentro cuando él me dijo que no quería seguir sufriendo, acostado a mi lado el pobre viejo sabía que no le quedaba mucho más, él con ochenta y cinco años, yo con dieciséis, compartíamos la misma angustia, él deseaba volver a sanar y sentirse bien, yo deseaba no volver a despertar. ¿Para qué? Si en verdad no me interesaba pertenecer a este mundo. No me imagino siendo grande sintiendo esto por dentro, más allá de todo sé que algún día voy a morir, pero me convertiría en el poeta fracasado del planeta y el planeta sería un hogar de desilusiones y un autosacrificio de  no intentar autodestruirse sería mucho trabajo para alguien sin mañana. Mi corazón había sido suplantado por una especie de caja negra que fabricaba sueños efímeros, mi vida cotidiana era una monotonía continua que siempre iba a continuar así, nada me emocionaba, nada me excitaba para volver a gritar y levantarme con una sonrisa y como consecuencia de mi giro existencial surgió mi nihilismo, mi sentimiento inconsciente de culpa, mi malestar por haber perforado con un clavo la pequeña cabeza del niño que fui. Lo maté, lo maté yo mismo y no puedo seguir con esto dentro. En mi vida aprendí un extrañamiento interior que me alejaba de todo lo que supuestamente me hacía bien, pero papá, yo no soy quien vos creíste que era, hace tiempo murió aquel hijo perfecto con el que vos soñabas, pero tengo que recordarte que también murieron las sonrisas de los monstruos que vos me contabas, ahora los monstruos sólo saben gritar, y tengo miedo, tengo mucho miedo en verdad, pero papá, no te preocupes, aún tenés dos hijos más, en cambio yo, sólo tengo un corazón. Yo nunca quise ser así, pero cuando aprendí a caminar lloraron vos y mamá, cuando aprendí a escribir desearon que sea un poeta y cuando aprendí a llorar ustedes se olvidaron cómo se hacía en verdad y dejaron de llenarme, y ahora solamente lloro solo ¿acaso dejé de ser su centro de atención? Parece que olvidaron que yo sigo siendo un niño. Más triste que nunca me detuve un momento a llorar. Dios, ¿Dónde estás? Por favor, no quiero saber de tu muerte.
   Caminaba llorisqueando por el campo de centeno, angustiado, enloquecido realmente, buscando la realidad, viendo mi vida oscurecerse poco a poco. Creía estar en un sueño y creo no haberme confundido, todo era tan extraño cuando abrí los ojos y desperté. Empecé a caminar como un loco buscando la puerta, pero no la encontraba, todo estaba demasiado oscuro en mi habitación tras despertar y desaparecer el centeno, un sueño más en el gran cementerio, pero la angustia en mí seguía intacta, el gris seguía tan perverso y mi alma había sido profanada. Enterrado en un mundo tan triste no quería ver más allá de lo que veían mis ojos. Agarré cada una de mis cosas y las tiré por la ventana, los pequeños muertos en mis sueños gritaban y lloraban, pero yo estaba más sordo que nunca y eso nada me impedía hacer. Prendí fuego todos mis cuadernos, con mis poesías y mis dibujos dentro, con los cuentos que nunca empecé a escribir, con las canciones que nunca iba a cantar, cada uno de los sonetos que imaginaba se borraron rápidamente tras haber intentado empezar a vivir de nuevo. Pero no lo logré, miles de veces intenté volver a empezar, poner “reiniciar” como si mi existencia fuera un video juego, después de tantos “game over” quería jugar otro juego, pero en esta guerra yo no tenía armas y mi ejercito nunca había entrenado para combatir algo así, yo estaba solo. Estaba solo, solo y sólo conmigo para enfrentarme a mi mismo.

   Maldita angustia, maldito corazón, maldita frialdad, maldito frío en mi habitación. Te extraño joven poeta, flores jóvenes, puertas abiertas ¿Qué quiero? ¿Qué necesito en realidad? Maldita inocencia, maldita presencia de hoy: chispas, nieve y silencio ¿Por qué? Si Luna decía, decía y decía que la vida mañana seguía, pero mi amor, ¿cómo pudiste haber olvidado que nunca aprendí a terminar una canción? Perdido entre las tejas del techo de mi casa, quise volver a ver para abajo, varias veces pensé cómo hacerle entender a mis hermanos que yo nunca quise ser alguien tan extraño, pero, ¿cómo? Si en el momento del reparto, la belleza y la inteligencia eran mucho para mí, siendo capaz de tomar sólo algo, enseguida lo guardé en mi armario. Monstruo mata sueños, ¿Dónde está el poeta que nadie vio crecer? ¿Será que nunca para nadie fue tan importante como para mí? ¿O será la angustia de haber crecido lo suficiente? Pues, empalado en una maqueta, fingí mucho tiempo ser sólo un muñeco, maldita marionetista la inercia, muy joven mi pasado: te quiero, te extraño y te lloro día y noche, hasta maldita la madera de mi silla que hace doler mi espalda, maldita las hojas de mi cuaderno, maldito vaso vacío, maldito cenicero lleno, maldita almohada mojada, malditas fotos, maldito ayer, maldito hoy, maldito mañana. Maldito mundo que no entiendo…