jueves, 12 de enero de 2012

15 - Jesus Don’t Want Me For A Sunbeam



   Pude haber entendido que el “-Perdón mi amor, pero no puedo seguir con esto…” era un adiós definitivo, pero el despertar totalmente ajeno a mi cuerpo todas las mañanas me hacía sentir una especie de cucaracha, ¡y yo no quería ser otro insecto! Ya bastante con mis delirios emocionales que ahora se habían convertido en marcas por toda mi piel. No quería aceptar que no existían los motivos suficientes para que Luna regrese conmigo. Volver a ser el héroe de sus sueños ¿Para qué? Si ella había elegido sepultar todo lo que habíamos guardado en nuestra especie de caja de Pandora. Durante los primeros días después de haberla perdido evitaba mandarle cualquier tipo de semejanzas que a ella pueda hacerle dar cuenta cuanto aún la necesitaba, intenté hacerme el maduro diciéndole al mundo la odiosa frase de: “-Lo hicimos por el bien de ambos.- “, cuando alguien me preguntaba qué era lo que había pasado y en el fondo ambos sabíamos que esta distancia me estaba matando.
   “-Es un tiempo de transición-“, decía como si entendiera que todo lo que habíamos construido juntos había sufrido un ataque, matando las rosas después de tanto verlas llorar, pero siempre fui bueno fingiendo y el último en olvidar. Hasta a veces podía implantar en mi cabeza una mentira y terminaba yo mismo creyéndomela. Pero efímero era el tiempo de colores cuando Luna ya no estaba, me drogaba más que nunca para evitar responsabilizarme de mis motivos personales de masoquismo emocional: Pasarme horas escuchando The Cure y recordando la imagen dura de ella abrazándome aquel amanecer en el que me dijo: -Tranquilo, todo va a estar bien-. Pero los amaneceres estaban por estallar cuando a ella se le empezó a notar su cambio de comportamiento conmigo, esos silencios fríos e incómodos que se daban cuando estábamos juntos; ¡Y estallaron! Cuando entendí que ya todo había terminado. Que insistir era en vano y fingir odiarla no valía la pena, no podía permitirme olvidarla, así que simultáneamente a aquel profundo dolor intenté de a poco seguir con mi vida.
   -¿Estás seguro que querés hacer esto?- preguntó Sofía.
   -Está totalmente decidido- contesté apoyando la caja en el suelo.
   Le mostré una por una las cosas que había guardado de Luna. Sofía decía que era demasiado tierno haber conservado todo y que si yo quería ella podía guardar la caja hasta que yo lo pensara mejor. Pero no, tanta ternura me hacía sentir un mediocre después de haber dado todo, por eso había cosas que intentaba evitarlas para hacer a un lado el dolor, aunque sea por un rato.
   A pesar de siempre hacerme el duro, el punk y el chico malo, sufría de una sensibilidad inmensa; mis amigos a veces me trataban de afeminado, vivíamos bajo el lema de “Los chicos no lloran”. Pero no podía evitarlo, lo juro, a veces me moría por dentro y no podía dominar lo que pasaba a lo largo del día. Me la pasaba enteramente asombrado al ver mi reflejo en el espejo diciendo una y otra vez la frase “ese no soy yo” mirando para abajo y luego diciendo: “-este soy yo…” señalando una fotografía que tenía en mi habitación con Nacho y Luciano el día de mi cumpleaños. Un juego para seguirme automintiendo con un intento de solucionar esas horribles sensaciones que se contraponen con el deseo de volver a sentirse como ayer. Tengo un enorme problema con respecto al cambio.
   La miré y le di a entender que ya estaba listo para matar el recuerdo de Luna, por eso empecé a quemar la caja en el puente donde una y otra vez reímos como locos con mis amigos después de tantos porros, porros y porros.
   -Ya estoy curado- dije y sonreí, pero luego empecé a llorar, pero volvía a reír y volví a llorar, y volví a reír para no quebrar, pero en vano a veces es ocultar lo que sentís y entonces quebré completamente. Sofía me abrazó fuertemente y empezó a llorar conmigo porque ella sabía lo importante que Luna era para mí. Pero entiendan, para mí fue muy duro el momento de decirle “Adiós” a gran parte de mi vida. Entonces me quedé mirando fijo un punto en el horizonte y le agradecí a mi amiga por convertirse siempre en más que un pañuelo, más que en un oído, Sofía era dueña de una empatía inmensa que la ayudaba fácilmente a convertirse en otro Teo.
   Mi otro yo y yo, abrazados como hermanos sentados en el puente dejamos pasar un largo rato para que el frío y el viento nos echen.
   Esa noche fuimos al cine, fumamos antes de entrar para ver la película desde otra realidad. Tan interesante se veía la película que yo no pude prestarle ni un minuto de atención, no podía pensar en otra cosa que no era el haber dejado ir a la persona que me había cambiado la vida. Ya nada era tan divertido como verla preocupada con sus estudios, su teoría sobre el fracaso a futuro y luego sus sonrisas avergonzada diciendo que se sentía una estúpida por tomarse todo tan a pecho. Luna era muy inteligente, pero se exigía demasiado seguir siendo la chica perfecta. Y ya nada era tan frustrante como recordar aquella discusión en el parque que duró hasta a mi habitación, donde ambos dijimos cosas de más y jugando con el orgullo ninguno susurró un perdón; portazo y adiós. Al otro día nos dimos cuenta que no podíamos ser tan idiotas y enseguida todo volvió a la normalidad, o quién sabe, por algo me angustia tanto recordarlo, quizás aquella tarde fue el principio del final. Luna tenía un temperamento bastante particular a pesar de su rostro angelical y yo siempre fui muy soberbio en los momentos de discusiones a pesar de sólo ser una rata; pero incrementando yo mismo mi súper yo en los días de Septiembre me sentía realmente mejor cuando jugaba con mi ego.
   Luna era mi complemento perfecto para sentirme completo, pero luego pasó la primavera y las peleas eran cada vez más seguidas, los llantos más largos, los gritos más fuertes y la típica frase: Ya nada es como antes.
   Me paré de mi butaca y me fui del cine sin siquiera haber pasado los cuarenta minutos de la película. Empecé a caminar como un loco sin rumbo logrando una extrañeza con mi propio cuerpo: Este no puedo ser yo. No podía ser un engendro melancólico que iba a sufrir el resto de sus días, no podía ser la mierda del universo al verme todo el tiempo en ruinas y no podía dejar de pensar en aquel sentimiento inconsciente que había muerto muy dentro de mí: la felicidad. Últimamente me pasaba gran parte del tiempo preguntándome ¿qué carajo era la felicidad? Ahora entiendo por qué nacho estaba enfadado conmigo después de aquella noche. Sofía al verme salir apurado del cine salió detrás de mí y empezó a seguirme. Le expliqué que necesitaba estar solo, que ella ya había hecho demasiado por mí, que quería que se divirtiera, que lo que menos quería era contagiarle mi angustia. Pero ella era demasiado buena como para abandonarme en un momento así. Entonces le grité, le dije: -Andate- estaba muy sacado por lo mal que me sentía y ella sólo respondió: -No quiero que estés triste- y me miró con sus ojos claros llenos de lágrimas y se dio vuelta. Sofía no lo tomó muy bien el no aceptar su compañía pero tiempo después de estar parada en la esquina frente a mí lo entendió y se fue camino a su casa, ni siquiera volvió al cine para terminar de ver la película. Aquel día quise estar sin ella y ahora daría lo que fuera por volver a verla aunque sea apagar un cigarrillo con su pie usando su gorrito de invierno mientras se encerraba en su mundo escuchando música con sus auriculares que parecían orejeras. Ella siempre se preocupaba por mí, recuerdo la noche que le mandé ese mensaje: No puedo dormir. Estoy depresivo, me voy a cortar las venas. Te amo hermana. Y ella enseguida empezó a llamarme, pero yo había tirado el celular lejos de mi cama y como a la noche siempre lo ponía en silencio no había visto sus llamadas. No era que iba a suicidarme, sólo era una expresión, pero ella siempre me creyó capaz de todo por eso al otro día no quería perdonarme lo mal que se sentía por no haberla atendido el celular. Me dijo que hasta había llamado a uno de los chicos para que fueran para mi casa porque las cosas no andaban bien. Pero mis amigos hacía mucho me conocían y sabían que un día todo está perfecto y al otro día la perfección importa una mierda y luego la mierda duele de verdad. Por eso le dijeron que esté tranquila, que si un día yo decidía suicidarme no iba a avisarle a nadie. Pero bueno, al otro día Sofía estaba demasiado enfadada conmigo como para escuchar música compartiendo el sillón.
   Nacho a veces se guiaba por instintos, actuaba como un animal, constantemente pensaba como muchos más que entre Sofía y yo había mucho más que una amistad a tal punto que podía no hablarme por días y yo sin entender lo que él sentía lo llamaba, le escribía y hasta le tocaba bocina para ir a dar vueltas en el auto de mi mamá; pero él me esquivaba sin decirme que era lo que tanto le molestaba.
Hasta que un día lo agarré cuando salía de su casa y le pedí explicaciones:
   -¿Che boludo que mierda te pasa que ya no me hablás? ¿Tan rápido podés borrarme de tu existencia?-
   -No me pasa nada-
dijo, él tenía la misma habilidad que yo para ocultar rápidamente lo que le pasaba por dentro.
   -Dale Nacho nos conocemos, me doy cuenta cuando algo te pasa, hace días que no te veo-
   -Y bueno, si hace días que no nos vemos no podes caer así de la nada y acusarme como que algo me pasa.-

   Yo sólo lo miré como diciéndole que había dicho una idiotez y luego me encendí un cigarrillo. Le ofrecí uno y él lo aceptó.
   -¿Querés que vayamos a dar una vuelta? Lo estacioné acá a la vuelta porque sabía que si lo veías frente a tu casa ibas a lograr que algo cayera del cielo con tal de no salir conmigo…- dije bromeando pero a la vez toda broma tiene algo de verdad.
    Tardó unos minutos en contestar, él nunca hablaba cuando estaba fumando, decía que si no hablaba podía pensar en algo distinto y si lograba pensar en algo distinto su mente se iba más allá, y si su mente se iba más allá se le ocurría alguna que otra pintura, y si podía pintar Nacho era feliz.
   -Bueno vamos… ¿tenés algo de heroína?-
   -No. No tengo nada…-
   -Mierda-

   No dije nada, sólo miré para abajo pensando donde podíamos conseguir esa tarde un poco de caballo, pero Nacho interrumpió enseguida mis pensamientos diciendo que podíamos ir a lo del primo. Volver a lo de aquel gordo sádico que disfrutaba viendo cómo los niños caían en el infierno, quería decir que no, pero mi cuerpo pedía otra cosa, entonces caminamos hacia el auto y casi sin hablar llegamos a su casa.
   -¿Qué haces Nacho? ¿Cómo estás?-dijo el gordo hijo de puta.
   -Bien. Todo bien. ¿Te acordas de Teo?-
   -¡Como voy a olvidarlo! ¿Todo bien Teo?-
  -Bien-
En realidad no me sentía para nada bien, tampoco me caía para nada bien, pero él era uno de los dueños del tren que nos llevaba directo a un mundo sin sentido.
   -Veníamos por algo de heroína- Nacho tampoco hablaba demasiado con su primo de otros temas que no sean drogas. Decía que era un chico bueno pero que había tenido una vida dura. Esa era la excusa de Nacho para defender a su primo.
   -Algo siempre me queda en la reserva…- dijo riendo con esa sonrisa de mierda que él siempre tenía. Me ponía nervioso el momento de esperar consumir heroína, no sé si eran las ganas ya de tenerla revoloteando dentro de mí, o los nervios de no saber cómo iba a despertar después. Pero siempre me pasaba lo mismo antes de volver a enfrentarme con el diablo.
   -Lo único es que no tenemos mucho dinero, queríamos saber si nos hacías un poco de precio- ahí enseguida le cambió la cara, siempre antes de venderte un poco de droga te decía esa frase: “Cuentas claras conservan la amistad” y entonces, si no había dinero mucho menos amigos en el infierno.
   Cerró su caja y llamó a Nacho para que vaya solo a la habitación. El término “solo” en esa situación era como decir: Vení sin tu amigo que tenemos que arreglar algo que él no puede saber. Nacho fue y yo le susurré que si pasaba algo me dé una señal como las que hacíamos cuando éramos niños. Siempre que estaba aburrido en alguna parte me ponía a ver su biblioteca, un día me dijeron que viendo la biblioteca de uno podías darte cuenta al ver los libros que leía como era más o menos la persona. Nunca supe descifrar muy bien ese enigma, pero el primo de Nacho tenía muchísimos libros de los que yo nunca había escuchado hablar. Uno me llamó la atención, no sé si era por su tapa llamativa o sólo porque me gustó el nombre: “El Guardián entre el Centeno”. Mientras se escuchaban susurros de cómo hablaban en la otra habitación, yo empecé a hojear el libro y a leer partes y a cada rato me parecía cada vez más interesante. Tiempo después Nacho y el primo salieron.
   -¡Vamos!- dijo Nacho.
   Yo me acerqué hacia su primo para saludarlo y: -¿Me prestás este libro?- pregunté.
   -Sí, pero cuando lo termines me lo traes y a ver cuando puedo leer algo tuyo. Quiero saber si escribiste algo sobre mí.- dijo entre risas y yo miré a Nacho.
   -Quería saber que hacían mis amigos- dijo como justificando el por qué le había contado a su primo sobre lo que me gustaba hacer.
   -Bueno. Nos vemos pronto.-
   -Vengan cuando quieran. Ya saben, mi casa es su casa- dijo de forma tan morbosa, pero entre líneas capturé el sentido de la oración: Todos compartimos el mismo techo, el mismo infierno. ¡Qué mierda!
   Subimos al auto y Nacho puso ese disco de los Red Hot Chili Peppers que a Sofía le gustaba tanto. Notaba su entusiasmo al cantar cada una de las canciones, antes pensaba que ese incremento en su buen humor era por vivir la previa a consumir heroína, esa sensación de adrenalina como cuando uno corre asustado que puede correr cuadras y cuadras sin cansarse, pero estaba equivocado, con el tiempo entendí que Nacho amaba ese disco porque le hacía recordar momentos con Sofía de los que yo nunca me había enterado. Fuimos por Juan y Sofía, aquella noche nuestra amiga tenía la casa para ella sola porque su familia había salido de viaje. ¡Perfecto podíamos hacer lo que se nos diera la gana! Y bueno… compramos unas pizzas, escuchamos música y luego hicimos una ronda en la habitación y empezamos con lo esperado. Era complicado ver la imagen de mis amigos preparados para caer, recordaba todavía muchas imágenes de quienes habíamos sido ayer: risas, llantos, peleas, nuestros primeros cigarrillos ¿y ahora esto? El tiempo se había vuelto bipolar con el correr de los años y no pudimos ponernos firmes para soportar el cambio. Poco a poco fuimos cayendo como soldados derribados por la nieve, mi brazo temblaba, podía sentirlo pero yo no quería moverme. Por mi cabeza pasaban muchas cosas: películas, recuerdos, un piano, dos gatos, ocho pares de gemelos y Luna también estaba ahí, en mi cabeza, que buen momento para olvidarla, quería exigirme ya no sentir nada por ella, pero luego me preguntaba que significaba ¿sentir? Si cuando el diablo estaba muy dentro de mí apenas podía pronunciar la palabra corazón, y si no existía en mi mente, no existía en mi mundo. Ya está. Ya estaba pensando que me estaba por morir, quizás me había excedido y se aproximaba una sobredosis. ¡Qué loco! Iba a morir como tantos músicos que me pasaba horas y horas escuchando en mi cuarto los días grises de tormenta.