Luna cada día sonreía menos, extrañaba ver
aquellas sonrisas, guías de mundos inexistentes para todos y estandartes de mi
locura. Ella reía, yo me perdía en ella, era algo raro, lo sé, una especie de
simbiosis entre la felicidad y el delirio que me hacía creer que mañana todo
iba a estar bien, como si ella sería todo en el mundo, pero bueno, sí, ella era
todo para mí. Últimamente mi felicidad dependía de todo lo que a ella le
pasaba, si reía todo estaba bien, si lloraba, el mundo se derrumbaba, ¿acaso es
bueno depender sólo de una persona? ¿Acaso todo pierde sentido cuando esa
persona cierra los ojos? mis fantasías se volvían perversas cuando ella cerraba
la puerta y el niño moría. ¡Que idiota! ¿Por qué depender de ella? Ah sí,
cierto, ella en tan poco tiempo me cambió la vida. Poco a poco fui creciendo en
sus brazos, lamentaba no saber volar lo suficiente como para empezar a ser un hombre
y no morir como un cadáver de un niño eterno, narices rojas en una noche tan
oscura fueron perdiendo su color y el último muñeco de cera se derritió solo,
solo, sólo uno faltaba, menos yo, todos estaban en el suelo, que imagen más
extraña, que recuerdo más horrible. Pequeños misántropos que se los llevó el
viento, tan fácil, tan triste, varias veces pensé en mi vida ¡qué asco! sentir
para después fracasar, mierda, hubiese elegido nunca perderme en una pintura y
jamás conocer el surrealismo tan ajeno de mi propia alma. Bueno, basta de
metáforas, puedo pensar, pero ¿cómo matar lo que quedó de aquel poeta?
Recuerdo aquella tarde. Sofía era una amiga perfecta. Ya se habrán cansado de saberlo, pero yo nunca me voy a cansar de decirlo. Sabía de mi angustia y mientras dormía ella se me tiró encima, mi madre la quería demasiado como para dejarla entrar en mi cuarto a cualquier hora. Ella siempre tan energética, yo siempre tan apagado. Fuimos al puente de la ciudad, rápidamente ella sacó marihuana mientras yo terminaba un cigarrillo. El puente, era nuestro puente, sí, podía decirlo así, porque era donde siempre nos encontrábamos más que nada cuando queríamos aislarnos de tantos idiotas que viven en nuestra ciudad, no es que no soporte vivir rodeado de gente, sino que no soporto la falsedad que veo día a día. Sonrisas fingidas seguidas de puñales, al carajo el mundo, elijo vivir en el planeta que nosotros creamos. El humo salía de mi boca mientras ella ya empezaba a reírse, me ponía de tan buen humor verla reír mientras sus ojos se cerraban, tenía la sonrisa más hermosa de todo el universo, ella era como una hermana para mí, a pesar de no tener la misma sangre, compartíamos algo mucho más importante, un corazón. Nos recuerdo caminando tranquilos paseando a su perro Pelito, que inquieto, se movía para todas partes, ladraba a todos los autos, a las motos e incluso a las bicicletas, Pelito era de esos perros que jamás se quedaban tranquilos para poder acariciarlos un rato, hasta que se cansaba y se tiraba, pero rápidamente se dormía sin importar el lugar ni la hora. -¿Qué hay de Luna?- me preguntó, ella sabía del dolor que sentía tras recordarla, pero nunca me iba a dejar olvidar algo tan hermoso. Sofía siempre me hacía resaltar lo más esencial de todo con sus preguntas. –Su mirada- le contestaba cuando me preguntaba qué era lo que más extrañaba. –Porque sus ojos tenían algo distinto, me llenaban de alegría- le respondía cuando pedía que me justificara. Y ahí era cuando Sofía me abrazaba diciéndome que ella nunca iba a dejarme, que una hermana nunca abandona a su hermano, que a pesar de la distancia, en el viento, siempre hay algo que hace suspirar a las personas cuando se identifican con otras personas, y yo sí que me identificaba con Sofía, era como verme en un reflejo, era sonreírle a mi reflejo, hablarle a mi reflejo, llorar con mi reflejo. Sofía era como yo quería verme siempre, sonriendo a pesar de todo, libre de prejuicios mundanos, perdido en un amor adolescente. Corazones libres y salvajes iban a cambiar el mundo.
Cómo leerán, lejos estoy de la cronología, tampoco me importa el qué dirán, yo simplemente deseo que me recuerden no como un imbécil adicto a la heroína, sino cómo un corazón distinto que entre diarios y orgasmos de mano dejó su vida en un par de cuadernos.
Varias veces hice mis propias películas caseras, eran una mierda para todos porque yo solo las entendía, pero que más, me hacía tan bien verlas, recuerdo una a la que titulé: El Globo Violeta. Mi padre me preguntó que quería decir y con sus ojos nada se veía, pero con los míos claramente gritaba: soledad, angustia y franqueza. Espero que algún día puedan verla, aunque seguro voy a morir sin convertirme en un director de cine, este mundo no espera globos violetas sino comedias para pasar el rato y luego volver a la rutina estúpida de todos los días, maldita indiferencia, que tanto, no entiendo los reconocimientos a tantos soldados que murieron peleando por un pedazo de tierra mientras que otros tantos nunca aparecieron en los noticieros por pelear con sudor y lágrimas por un mundo sin armas. Si estamos en un mundo con polos tan distintos ¿Por qué nos quieren enseñar lo bueno de amar a la bandera? Voy a decir que soy extranjero del mundo. Sin país, sin color, sin religión, sin sociedad, sin, política, yo sólo soy un poco de música que hace crecer a niños con sueños, mientras varios de mis compañeros deseaban casas inmensas y trabajar en empresas, yo sólo quería una hamaca para dejar pasar el tiempo mirando el cielo. ¿Vago? Díganme como quieran, por lo menos en mí quedaba algo que muchos ya habían perdido: la esencia. Odiábamos al mundo, porque el mundo nos odiaba a nosotros, y no queríamos crecer para ver por siempre las cosas de esa manera, esa continua anarquía de sensaciones revueltas que dependía de una bipolaridad extrema adolescente. Primero odiábamos, pero después aprendíamos a valorar, y cuando valorábamos nadie nos podía alejar de ello.
Fumaba un cigarrillo a oscuras, sólo se veía
las cenizas consumirse. En la otra cama de mi cuarto: Nadie. Nacho no pudo
quedarse a dormir esa noche, que solo me sentía, varias veces pensé en
suicidarme en menos de dos horas de la madrugada, no podía pegar un ojo y sólo
imaginaba mi cuello atado sin si quiera pensar de donde colgarme, la angustia
era demasiado grande como para pensar un plan perfecto. Y recordé, recordé las
veces que con mis amigos moríamos de la risa mientras enloquecidos manejábamos
a toda velocidad en el auto de Luciano, íbamos por un camino de tierra,
sabiendo que nada se iba a interponer en nuestro paso, poníamos la música alta,
Luciano amaba el punk de Ramones mientras que otros preferían los Sex Pistols,
pero el dueño del auto, siempre elegía la música, cuando yo manejaba ponía Boom
Boom Kid o depende mi estado de ánimo quizás a veces ponía algo más tranquilo o
algo más metal, pero siempre la música acompañaba nuestras charlas, nuestros
gritos y nuestros chutes. Recuerdo la única vez que chocamos, fue contra un
perro que se cruzó, el auto no se dañó pero lamentablemente matamos al perro, nunca
sentí tanta lastima al ver un animal, juro que se me caían las lágrimas, pero
no lo vimos, el perro se cruzó y el caminó estaba demasiado oscuro como para
ver todo alrededor. Todos un poco shockeados empezamos a andar más tranquilos.
–Nos vemos mañana chicos- les dije al bajar del auto y entrar a mi casa. Mi
mamá gritaba, mi papá también, mi hermana dormía y mi hermano no estaba,
intenté rápidamente volver a salir antes de que se dieran cuenta que había
vuelto, pero: -¿A dónde te vas ahora?
Nunca estás en casa, nunca ayudás en nada…- gritaba mi madre al ver mi
maniobra, y no podía contestarle nada, porque creo que tenía razón, yo nunca
ayudaba en las tareas del hogar, cuando no estaba afuera de mi casa, estaba
encerrado en mi cuarto fuera del mundo, no sé que era peor para ellos, tenerme
a cinco cuadras como quedaba la casa de Sofía, o tenerme en un lugar que nunca
van a alcanzar como donde estaba cuando me encerraba en mi cuarto a escuchar
música y a fumar un rato. Varias veces mi mamá me llamaba para cenar, pocas
veces yo respondía, cada día más inhumano, cada segundo más vacío, poco a poco
sentía que lo poco que me quedaba estaba muriendo, ahora hasta podía escuchar
los gritos de aquel filosofo llorando dentro de mí. Y: -Vos no mueras- rogaba mientras lloraba, al saber que sólo quedaba
el diablo dentro de mí, el diablo nunca moría, no moría nunca por nada ni nadie
y menos lo iba a hacer por mí. Deseaba verlo partir de mi cuerpo, viendo
renacer cada uno de mis sueños, maldita heroína que va a reírse el día de mi
muerte viendo llorar a mi madre y a mi padre, mi abuela nunca lo iba a poder
comprender, quizás al leer esto ya no quiere ni reconocerme como nieto, pero
bueno abuela, los tiempos han cambiado.Recuerdo aquella tarde. Sofía era una amiga perfecta. Ya se habrán cansado de saberlo, pero yo nunca me voy a cansar de decirlo. Sabía de mi angustia y mientras dormía ella se me tiró encima, mi madre la quería demasiado como para dejarla entrar en mi cuarto a cualquier hora. Ella siempre tan energética, yo siempre tan apagado. Fuimos al puente de la ciudad, rápidamente ella sacó marihuana mientras yo terminaba un cigarrillo. El puente, era nuestro puente, sí, podía decirlo así, porque era donde siempre nos encontrábamos más que nada cuando queríamos aislarnos de tantos idiotas que viven en nuestra ciudad, no es que no soporte vivir rodeado de gente, sino que no soporto la falsedad que veo día a día. Sonrisas fingidas seguidas de puñales, al carajo el mundo, elijo vivir en el planeta que nosotros creamos. El humo salía de mi boca mientras ella ya empezaba a reírse, me ponía de tan buen humor verla reír mientras sus ojos se cerraban, tenía la sonrisa más hermosa de todo el universo, ella era como una hermana para mí, a pesar de no tener la misma sangre, compartíamos algo mucho más importante, un corazón. Nos recuerdo caminando tranquilos paseando a su perro Pelito, que inquieto, se movía para todas partes, ladraba a todos los autos, a las motos e incluso a las bicicletas, Pelito era de esos perros que jamás se quedaban tranquilos para poder acariciarlos un rato, hasta que se cansaba y se tiraba, pero rápidamente se dormía sin importar el lugar ni la hora. -¿Qué hay de Luna?- me preguntó, ella sabía del dolor que sentía tras recordarla, pero nunca me iba a dejar olvidar algo tan hermoso. Sofía siempre me hacía resaltar lo más esencial de todo con sus preguntas. –Su mirada- le contestaba cuando me preguntaba qué era lo que más extrañaba. –Porque sus ojos tenían algo distinto, me llenaban de alegría- le respondía cuando pedía que me justificara. Y ahí era cuando Sofía me abrazaba diciéndome que ella nunca iba a dejarme, que una hermana nunca abandona a su hermano, que a pesar de la distancia, en el viento, siempre hay algo que hace suspirar a las personas cuando se identifican con otras personas, y yo sí que me identificaba con Sofía, era como verme en un reflejo, era sonreírle a mi reflejo, hablarle a mi reflejo, llorar con mi reflejo. Sofía era como yo quería verme siempre, sonriendo a pesar de todo, libre de prejuicios mundanos, perdido en un amor adolescente. Corazones libres y salvajes iban a cambiar el mundo.
Cómo leerán, lejos estoy de la cronología, tampoco me importa el qué dirán, yo simplemente deseo que me recuerden no como un imbécil adicto a la heroína, sino cómo un corazón distinto que entre diarios y orgasmos de mano dejó su vida en un par de cuadernos.
Varias veces hice mis propias películas caseras, eran una mierda para todos porque yo solo las entendía, pero que más, me hacía tan bien verlas, recuerdo una a la que titulé: El Globo Violeta. Mi padre me preguntó que quería decir y con sus ojos nada se veía, pero con los míos claramente gritaba: soledad, angustia y franqueza. Espero que algún día puedan verla, aunque seguro voy a morir sin convertirme en un director de cine, este mundo no espera globos violetas sino comedias para pasar el rato y luego volver a la rutina estúpida de todos los días, maldita indiferencia, que tanto, no entiendo los reconocimientos a tantos soldados que murieron peleando por un pedazo de tierra mientras que otros tantos nunca aparecieron en los noticieros por pelear con sudor y lágrimas por un mundo sin armas. Si estamos en un mundo con polos tan distintos ¿Por qué nos quieren enseñar lo bueno de amar a la bandera? Voy a decir que soy extranjero del mundo. Sin país, sin color, sin religión, sin sociedad, sin, política, yo sólo soy un poco de música que hace crecer a niños con sueños, mientras varios de mis compañeros deseaban casas inmensas y trabajar en empresas, yo sólo quería una hamaca para dejar pasar el tiempo mirando el cielo. ¿Vago? Díganme como quieran, por lo menos en mí quedaba algo que muchos ya habían perdido: la esencia. Odiábamos al mundo, porque el mundo nos odiaba a nosotros, y no queríamos crecer para ver por siempre las cosas de esa manera, esa continua anarquía de sensaciones revueltas que dependía de una bipolaridad extrema adolescente. Primero odiábamos, pero después aprendíamos a valorar, y cuando valorábamos nadie nos podía alejar de ello.
Rebeldía adolescente, el sueño fracasado, corazones rotos y agujeros con años y años de angustia. El mundo me pedía que sonriera más, que parecía un amargado, yo me reía por dentro al ver a tantos idiotas demostrando una felicidad fingida, una angustia exagerada, mientras tantos jugaban a ser poetas en las redes sociales de internet, mi diario era lo único que me ayudaba a sentirme vivo. Poco a poco, las emociones se fueron marchando, salieron varios trenes de las estaciones de mi ser, el niño murió hace tiempo, el amor se suicidó, la tristeza ya se estaba cansando de siempre lo mismo pero la soledad quería casarse a toda costa conmigo. Personificar emociones hace quizás que piensen que estoy un poco loco, y, ¿Por qué no? Quizás ya hace tiempo perdí el punto de encuentro con mi razón. A la mierda la cordura, prefiero aprender costura y empezar a cocer tantas heridas que en mi vida me hice, por confiar en personas que no debía confiar, por pensar que existía un “siempre” para la felicidad, por sentir que lo puro nunca se vuelve impuro, por reír en la miseria al igual que en la verdad, nunca distinguí la fantasía de la realidad, pero bueno un ex poeta con corazón en manos me dijo que no esté asustado frente a la tormenta pero yo no pude hacerle caso y casi mancho mis pantalones por el miedo que sentía, no de morir, sino de volver a llorar, a veces preferiría la peor de las muertes antes que esto, vivir sin nada adentro. Y ahogado en un vaso de vodka lo único que quiero ahora es volver a ver a Sol, aquella prostituta que abrió su corazón para escucharme un rato sin siquiera cobrarme, descargarme aquella noche fue mejor que cualquier orgasmo. Quizás la próxima vez que la vea, pague con todos mis ahorros para desvirgarme con ella, o quizás, quizás, quizás, aún no sepa que decir.
-¿Qué te está pasando?- me preguntaba cada mañana mi madre al despertar cómo si no hubiese visto mi mundo hecho añicos, a los niños llorando y el fuego en mi habitación, los mayores a veces se hacen los que no entienden para pasarla mejor. Luna últimamente había estado viajando mucho, no puedo negar que no espero que en una de sus llegadas se asome a mi puerta rápidamente y grite mi nombre, grite que me extrañó tanto todo este tiempo y el cielo vuelva a cambiar de color. Yo la miraría a sus ojos, me perdería nuevamente en ellos. Acariciaría su rostro y: -No te imaginas cuánto te necesitaba- le susurraría al oído mientras fuertemente la abrazo.
Pero Luna consiguió olvidarme seguramente, nadie puede acordarse de mí ya que no hay nada bueno que recordar. Por eso deseo estar sentado en la cima de una montaña esperando que el cielo se caiga, lluvia de cometas que destruyan la tierra, yo sólo voy a estar sentado, masturbándome y silbando alguna que otra melodía. Lo único que quedaría de mí, sería esto, un diario inmundo. Y bueno, unas mil colillas de cigarrillos que he tirado, mis películas seguirán en mi cuarto y unos treinta sueños sin cumplir. Aún no, aún no, aún no… quiero seguir contando un poco más momentos que me quedan en mi cabeza, jamás olviden las sonrisas de las personas que tan feliz les hicieron. Olviden, mejor no me hagan caso, no soy ejemplo de nada como para dar consejos.
Estés donde estés, niño querido, poeta triste, corazón lastimado, ¿hace cuánto no nos vemos? Podríamos juntos ir a tomar algo, un chocolate caliente para vos y una medida de whisky para mí, quizás quieras saber cuánto has cambiado. Unos diez minutos con vos, podrían ser eternos en mis sueños, no te imaginás hace cuánto tiempo que no cierro los dos ojos al acostarme, el cerrado no quiere ver nada y el otro lagrimea por los dos. Pequeño niño, quizás te de vergüenza mi disfraz, pero los de Superman se habían agotado y Batman hace mucho tiempo que no viene por acá. Y bueno, ahora soy esto, un payaso. Soy exponente de la nueva generación de adolescentes en mi habitación, somos tres en el grupo: mi pasado, mi presente y mi futuro, todos nos parecemos un poco, pero bueno hoy soy más alto que ayer, pero mañana estaré arruinado, no quiero que llegue ese día al verme angustiado frente al espejo. ¡Carajo! Harto de decir malas palabras tampoco quiero aprender a hablar de nuevo. Son muchas poesías las que he escrito, son muchas noches las que he llorado. Maquillado mi cuerpo por completo, ya parecía bastante contento. Salí a la calle, todos me miraron tan extraño y así pintado llamaba mucho más la atención. Volví a entrar a mi casa y rápidamente fui a la parte de atrás, me senté en el suelo, me encendí un cigarrillo y: -No fumes acá- mi mamá me dijo y a la mierda con ella ni loco lo iba a apagar. Abrí mi diario y pensé en Luna. Podía decir que no iba a esperar, que me angustiaba ver todo de tan lejos. Podía gritar "Hasta nunca", que me iba y no me extrañen porque no iba a volver, que olviden las cartas, las fotos también. Podía pensar en un mañana distinto, pero, ¿cómo? si la verdad es que me encantaba ver todo de esa manera y si tenía en claro lo bien que me hacía sentirme así, ¿cómo iba a poder transformarme en el asesino de mi mismo? Sentirme así en verdad me hacía sentirme vivo, por eso decidí no alejarme, volver, volver y volver sabiendo que ahí también me iba a encontrar nuevamente conmigo. Algo en mí me decía que siga torturándome, pensar en Luna era hostigarme a mí mismo pero a la vez era soñar un poco más. No es que sea un maldito cursi, sino que ella era lo único que me quedaba en pie, pues como olvidar las noches en las que a oscuras intentábamos hacer el amor cada vez que una de mis manos levantaba su remera, ella enseguida decía que no. Tal monotonía ahora me da gracia, un juego estúpido el de Luna, podía dejarme bien en claro que ella aún no quería hacerlo si sabía que cuando me ponía caliente en lo único que pensaba era en el sexo, detrás de estos ojos negros también había un cuerpo lleno de hormonas.
Luego era cosa de masturbarse todos los días acostados en el césped con mis amigos uno al lado de otro, crecimos viendo como la televisión nos pintaba un mundo del asco, pero que carajo, si nosotros mientras nos masturbábamos éramos sólo nosotros y lo que podíamos fantasear. Vengo de un mundo de cejas caídas y fruncidas, ¿tenés algo que decir? ¿No? Lo sabía, pues es raro cuando después de conocer tanto a alguien se vuelve un completo extraño y está bien, ya somos extraños para el mundo, o sea que mañana lo seré quizás para Luna también y pueda aprender a odiarla. Que loco sería, haber malgastado mi vida dándole lo mejor, para que de un día para el otro diga: Nunca quise haberte conocido. Desearle lo peor, sentir que si ella no aparecía mi vida iba a ser distinta. Insultar su recuerdo, rogar su olvido, y muerte a las flores de Septiembre. Nunca voy a llorar lo suficiente e inútil quien lea y piense que esto es una historia de un corazón enfermo, pues no, no entendieron que quise decir. Al que más extraño es a aquel niño que estaba dentro de mí, no hay día que no me arrepienta el haber faltado a su funeral, hubiese gritado para revivir su pequeño cuerpo, hubiese dicho: -No es tu hora, quedate conmigo- y siendo un niño eterno me volvería a acostar.