jueves, 12 de enero de 2012

13 - 142 Días de Primavera

 


   A veces me pregunto hacia dentro si murió aquel niño que alguna vez fui. A veces me respondo –No lo sé- y otras veces con sólo ver mi reflejo en el espejo, enseguida, angustiado digo que sí. Murió aquel poeta que mi padre dijo un día que iba a ser, murió aquel amor que Luna me ofreció cuando nos conocimos, nos miramos y juntos nos dijimos: -Amo perderme en tu mundo-, murió aquel niño feliz que dibujaba sonrisas por todas partes y se marchitó aquella flor en primavera. Cada noche deseaba despertar a la mañana siguiente sintiéndome como antes me sentía, pero las emociones habían partido y empecé a ser una marioneta controlada por el ayer. Cada día era la misma función sin correr la hoja del mismo guión, la monotonía ya me aburría, pero que más, si era mi única amiga, entonces fingiendo sonreía.
   Extrañaba llorar al ver las fotos de Luna, aún recuerdo el día de lluvia en el que me dijo: -Perdón, mi amor, pero no puedo seguir con esto- y yo tan desesperado como deprimido le ofrecí nuevamente todo, pero ella no quiso aceptar nada de mi viejo mundo y partió, partió dejando un inmenso dolor en mi alma después de 142 días de primavera. Volví a mi casa y la vida era tan diferente sin ella, escribía estrofas por todas partes pero nunca podía terminar una canción, entonces, después del invierno más largo dejé de intentarlo y me dediqué a no sentir nunca más. La vida con el alma vacía era tan oscura, me sentía tan poco voluble que pensar en reír o en llorar era inalcanzable, empecé a ser un fantasma que presenció el fallecimiento de cada una de sus emociones y riendo como la vida me lo pedía una vez más levanté mis brazos y grité como un loco.

   Las personas se reían de mí sin siquiera entender lo que pasaba dentro mío, yo ya no quería transmitir los mensajes falsos que daba en mi vida, solamente quería sentarme frente a mi ventana y ver la lluvia caer, así que, delante de tanta gente corrí un poco mi maquillaje y me quité la horrenda nariz que me escondía en un extraño y hermoso mundo, en un mundo lleno de colores y de falsas emociones, un mundo que me condenaba a reír por siempre y llorar a escondidas por las noches, un mundo de poesías sin sentido, de canciones sin oído, y: -Miren ese horrible payaso- gritaban los niños, sin siquiera imaginarse que más que un payaso yo era una persona, una persona que creaba mundos felices llenos de fantasías y sonrisas. Pero mi sonrisa murió con el tiempo, y mi tiempo se congeló con el frío. Ya había dejado de ser ese actor del amor que antes era en el gran escenario de la vida, entonces,  me arrodillé en medio de la función y el silencio avergonzado de mi actuación me pedía que me fuera y que vuelva cuando pueda reír de nuevo, pero yo, con mi mirada fija enfocada al público, sin decir una palabra les decía: -¡Miren! Yo ahora soy como ustedes, apaguen sus risas y controlen sus llantos- agaché mi cabeza y con la certeza de que había hecho lo correcto me paré y dejé caer la flor marchita de los sueños de mi alma, y, derramando una última lágrima, cerré los ojos y dije: -Fin-              

   Y ahí quedaba todo como si hubiese sido otro de mis cuentos…

   Bueno… dije un día que no quería ser un poeta que vive angustiado soñando con volver a ser, pero, con la mirada en otro planeta, las nubes ya no son de algodón, sino algo que nunca realmente quise ver. ¿Qué pensará la gente de mí? ¿Qué soy un idiota? ¿Qué soy un fracasado? ¿Qué vivo triste por algo en vano? Puedo responder la tercera pregunta solamente y la respuesta es no. Imaginen un mundo distinto, donde todo lo que pudiste ver, lo viste, donde todo lo que quisiste lo tuviste, donde todo era todo y su nada seguía siendo todo para mí, pues, recuerdo una ventana y ella con su mirada en mí, mientras empapado por la lluvia intentaba hacerle creer que todo mañana iba a estar bien, que no necesitaba nada, que mis maletas estaban vacías porque aún seguía esperando la llegada de otro Septiembre. Parado en el último día del noveno mes nunca deseé tanto que no llegue el anochecer, quería seguirla viendo reír como si la lluvia no hubiese perdido nuestras fotos, quería sentir que decir “adiós” era lo mismo que decir “vuelvo en un rato”, quería, quería, quería que crezca una rosa en el medio de la nieve.
   -No toques más esa música- dije lentamente mirando a ese payaso sentado en mi habitación. Pidió respuestas. Se las di.
   -Me hace sentir que estoy muerto- le dije y él sólo me miró.
   Pidió que me justificara. Le respondí. –Es que siento que ya no soy nada- contesté y él lagrimeó. -¿Por qué llorás? Pregunté.  ¿Por qué mirás siempre para atrás? Contestó con otra pregunta. –Porque por más cuentas que hagas nada te va a decir de que se trata sentir- dije- ¿y como es eso?, seguía preguntando mientras que niños y viejos se unieron por un rato. La guerra al fin había terminado y: -No voy a decirlo- dijo casi llorando, cambio un corazón por algo más esperado, un regreso.  Luna se había ido el día que el cielo había cambiado de color, como lamentaba no haberme acercado a la ventana en primavera, si hubiese visto que la tormenta estaba por venir, aseguro que hubiese agarrado mis cosas y me hubiese ido a cualquier lado con ella con tal de volver a ser lo que fuimos alguna vez.
   Muchas veces quise parar el tiempo, pero la vida con sus cosas me dijo que no era bueno para eso. Imaginé a Luna en el momento justo en que cerró la puerta, dejé pasar cinco días sintiendo la soledad viendo cómo salía de mi cuarto la persona que me cambió la vida. –Te voy a extrañar tanto…- susurré, pero cuando el mundo está pausado inútil es esperar una respuesta. Con sólo parpadear todo volvió a su normalidad, o mejor dicho, empezó la vida sin ella. Mis papás no entendían que con sólo dieciséis años podía estar tan angustiado a tal punto de no querer moverme, de dejar las cosas como estaban, no me interesaba bañarme ni mucho menos acomodar las cosas del suelo, todo perdía sentido a medida que me iba quedando más solo.  Pensé en cuánto, cuánto y cuánto iba a extrañarla, me angustiaba sólo el hecho de pensar en un mañana tras darme cuenta que iba a ser igual a hoy o tal vez peor, imaginen que si ya extraño sus ataques bipolares, ¿Cómo no voy a extrañar verla tirar rosas desde su habitación? Es como si una parte de mí murió con su “adiós”, todos los días morir un poco tras ver a la gente alejarse de mí, era como construir un barco arruinado y prepararse para navegar sabiendo que enseguida te vas a hundir. Ya no quería conocer más gente, ya no tenía fuerzas para decir mi nombre, presentarme, hablar de mis familiares, decir que una vez fui feliz, contar sobre mis cuentos, mis sueños, mis libros favoritos, bla  bla bla, tantas palabras sin sentido ya, quien quiera conocerme tendrá que aceptarme como el cadáver del niño que alguna vez fui, que mis sonrisas están bajo la nieve, que mi piel está blanca no por alejarme del Sol, sino porque hace tiempo que vivo maquillado como un payaso inmundo. Algo rotundo mi dolor, pues, conocí otro mundo y luego quedé ciego, sordo y mudo, perdido completamente me sentía un extranjero en mi propia habitación.

   Al pasar el tiempo las cosas habían cambiado demasiado. Me recuerdo frente al espejo todo despeinado, quería un cambio en mí, tras que ya estaba mucho más flaco, quería verme aún diferente. Me teñí el cabello de rojo, no para simpatizarle a la gente, sino para ver que se sentía tener el cabello rojo, algo sin sentido, lo sé. Mi vieja se enojó mucho al verme así, pero con el tiempo lo aceptó. Dentro de todo no me quedaba tan mal, sino que había que aceptar que era un color diferente al de los demás. -¿Por cuánto tiempo te lo vas a dejar?- me preguntó. -¿Por cuánto tiempo me vas a mirar así?- me hubiese gustado responderle pero sin embargo le dije que no lo sabía. No me interesaba el tiempo, el rojo era sólo un color y en mi cabeza se veía bien, nada más que en mi familia me decían que parecía un loco, pero si loco está el que hace lo que realmente quiere, por más absurdo que sea lo que busca, pongan en mí un chaleco de fuerza y enciérrenme de por vida en un manicomio.
   Siempre me gustó hacer lo que se me dé la gana y lo he demostrado en mi vida, lo sé muy bien y no me arrepiento absolutamente de nada, pues, bueno sí, tal vez de algunas cosas. Me recuerdo de pie una noche, Luna llorando en su habitación, según ella las cosas no le estaban saliendo del todo bien. Decía que pocos éramos los que la entendíamos, en un mundo tan distinto al soñado por varios, sentarse a pensar en la habitación era quizás la única solución. La abracé, ella quería algo diferente. Había confiado en mí y yo entonces sabía del idiota de su padre. A él sí que no le importaba absolutamente nada, cero empatía, menos simpatía y excelente falsedad, el padre de Luna todas las noches llegaba borracho e insultaba a todos en su casa, hasta a veces las golpeaba a ella y a su hermana. La vida de Luna estaba en varios papeles del servicio social, Luna temía el irse de su casa para empezar a estudiar y dejar sola a su madre con aquel imbécil. Yo nada podía hacer, solamente escucharla y a veces ofrecerle escaparnos juntos a cualquier lado. Pero Luna siempre decía que huir no era una salida, pero obvio, no era una salida sino una nueva vida, bueno no importa. Lloró aquella noche hasta que sus lágrimas se secaron completamente, me abrazó muy fuerte más de diez veces y me dijo que no quería nunca alejarse de mí, pues, tantas promesas rotas con el tiempo son las que me hacen pensar que nunca hay que prometer algo, hasta las personas más sinceras pueden herir a alguien.
   Ella sentada en su cama, escuchando música con sus auriculares, no podía escuchar lo que pasaba dentro mío mientras la miraba. De vez en cuando fijaba sus ojos en mí y: -¿Qué pasa?- me preguntaba, pero yo con mi cabeza le hacía entender que no pasaba nada. Amaba repetir los momentos como si fueran figuritas que iba a pegar en el álbum de mi vida, creo que si tengo que elegir la portada del libro sobre mi vida con Luna sería del día que juntos fuimos hacia la nada. Éramos sólo ella, un par de árboles y yo, entre tanta paz nos sentíamos los reyes del planeta. Quería decirle: -Por siempre juntos- pero a pesar de no saber que iba a pasar mañana, sí sabía que era lo que quería, eso. Estar por siempre entre sus brazos sin preocuparme por absolutamente nada. Al carajo el mañana, ¿Quién quiere pensar en un mañana sintiéndose tan bien en el presente? Pues creo que ese fue mi peor error, el pensar que lo tenía todo y de un día para el otro la peor tormenta de otoño me empapó. Sin paraguas para no mojarme, desnudo completamente nunca me sentí tan puro. El día que la perdí me di cuenta que mi vida no era vida sin ella. Nuestra historia de amor se había hecho cenizas y el viento la había volado muy lejos de mi habitación. Sólo quedaban los recuerdos, las heridas y nunca una cicatriz. Y como olvidar la noche en la que me dijo: -Y hasta que el cielo se venga abajo- sonriéndome, haciéndome entender que ella siempre iba a estar a mi lado. Extraño tanto verla correr de un lado a otro, por favor, pido que si alguien lee lo que escribo, corra rápidamente hasta su casa, le explique cuánto la necesito y que venga a buscarme antes de que sea demasiado tarde. Pues, les juro que me estoy ahogando, viéndome envejecer frente a un puto espejo y entre la heroína y mi imaginación que se muere, ya tengo reservado un lugar en el cine. Quiero morir viendo una película para niños, rodeado por ellos, sólo van a pensar que estoy durmiendo, los niños nunca miran mal a alguien.
   Y recuerdo… recuerdo aquel chiste de ese pequeño niño pelirrojo, -Toc…toc- dijo y Luciano le preguntó ¿Quién es?... –Ton…to…- le contestó el pequeño y largó una carcajada, todos nos reímos aunque Luciano se enojó porque un chiquito de seguramente seis años le dijo tonto. El chiste no era tan gracioso, pero si hubiesen visto sus rostros se estarían riendo como lo estoy haciendo yo. Luciano empezó a decir que no podíamos reírnos de esa idiotez, que el chiquito era un maleducado, pero los niños son asombrosos, nunca sabes que es lo que te van a responder. Hasta cuando estábamos drogados molestábamos a Luciano con aquel chiste de Toc-toc, siempre dije que si algo te hacía reír, no había que olvidarlo por más estúpido que sea, juntando momentos divertidos en la caja de Pandora nada podía ser tan triste, a pesar de que llueva, llueva y llueva por todo el invierno. Nunca me sentía mejor que cuando me reía a carcajadas con mis amigos o con Luna. Ellos se llevaban muy bien, hasta varias veces tuve que decir que no, porque querían que Luna venga con nosotros a ver el atardecer, Sofía decía que Luna era una chica excelente, y sí, no lo dudo, por eso no quería que Luna conozca el infierno en el que nosotros nos habíamos metido el día que atravesamos nuestras venas con agujas y silencio. Encima cada día estábamos peor, por eso lo mejor que pude hacer fue separar los mundos. Mis amigos por un lado y Luna por el otro, mi corazón dividido en dos y en el medio estaba el diablo. Luna se daba cuenta que estaba enganchado en algo, pero su inocencia le hacía sólo pensar que la marihuana era la que me estaba matando poco a poco, pues no mi amor, te hubiese invitado a que pasaras años a sentarte con nosotros mientras reíamos como locos en el techo de la casa de Nacho. Me duele tanto darme cuenta que varias veces jugué a ser Dios y ahora sólo soy un esclavo en el infierno, tantas veces hice lo que quise y ahora ni siquiera puedo ser dueño de mi propio cuerpo. -Todos los caminos conducen a Roma- dice el dicho tan popular, pues, para personas como nosotros todas las calles a la noche te llevan a un lugar aún más oscuro para no ver los rostros de tus amigos caer en un mundo de mierda. Nuestro conejo blanco estaba perdido por tanta nieve y no pudo indicarnos otro camino más que ese. Un placer que dura un rato, no es felicidad, porque cuando se acaba te das cuenta que tenés un poco menos de lo que tenías cuando empezabas a salir. Lo digo yo, que a pesar de que mi familia tiene el dinero, nunca quise robar como lo han hecho otros, pero yo también fui un perro y sí, que hasta a veces entregué mi cuerpo a pervertidos insolentes que con tal de tocarme un poco el pene me daban el dinero suficiente para que yo vaya y consiga más heroína, más heroína y más heroína. Morí, morí y morí, morí el día en que me di cuenta que todo lo que tenía lo había dejado bajo la lluvia, nunca cuidé nada de lo que tuve y tan arrepentido como angustiado quería gritarle a alguien para que me despierte, no quería seguir soñando esa pesadilla porque estaba creyendo que hasta mis sueños ya había perdido.
   Luna perdida en un desierto, mientras que los niños se acercaron y me dijeron: -Idiota, no sos un hombre nuevo- tanta lástima daba ver el fuego mientras con Sofía a mi lado encendíamos cada uno de los recuerdos que ayer eran momentos, sueños y sonrisas. Mi vida a la mierda, mientras que Luna buscaba algo con que volver a sonreír, ella sabía que podía estar bien sin mí, mientras que yo gritaba en una nube que nunca iba a poder volver a sentirme bien. Puntos tan extremos parecieron nunca haber compartido la misma cama a oscuras para escuchar un poco de música.

   Ya que era complicado acostarse, piensen que aún mucho más difícil era despertarse. Me recuerdo sonriendo, aplaudiendo a Juan después de haber tocado con su guitarra aquella canción. Yo tenía un cigarrillo, una bufanda y mi mente perdida, hacía bastante frío, como era de costumbre, siempre hacía frío en mi ciudad. Era una tarde bastante absurda, ya saben, aquellas tardes en la que los planes ni aparecen, ideas nuevas mucho menos y lo único accesible es la suerte. Pues, a veces la teníamos pero otras veces pasaban semanas sin cosas nuevas y bueno, ahí era cuando sacábamos pasaje en el tren de las adicciones, ya saben de eso también, alcohol, música y luego heroína era una perfecta combinación, pero no es eso de lo que les quiero hablar de aquella tarde sino la profundidad de los ojos de Luna cuando me miraba tararear esa canción. No me imaginaba el final, les aseguro, perdido en la claridad de sus ojos no podía pensar en algo tan malo. Yo le sonreía y ella miraba para abajo y se reía, claro que suena cursi, pero a veces lo cursi es tan hermoso y otras veces es del asco. Me repugna ver a la gente de la mano caminar cuando miro por mi ventana sabiendo que Luna jamás iba a volver a decirme: -te quiero, te extraño, te necesito-, no es de egoísta, bueno, quizás un poco sí, pero, ¿qué hice yo para merecer esto? Si ayer todo era motivo de risas, flores y varios colores y hoy mi habitación está escarchada por el hielo, cubierta de un silencio tan agudo que hasta los tímpanos de un sordo pueden romperse, gris por todas partes y angustia, soledad y recuerdos. Mierda, que triste me siento.