-¿A qué hora toca la banda?- preguntó Sofía.
-Doce y algo supongo- contestó Simón. Luciano y Tomás tenían otras cosas que hacer, ellos siempre conseguían algunas chicas para estar y luego aparecían borrachos a donde estábamos, sin importar el lugar. –Amo esta canción- dijo Sofía, y: -¿de quién es?- pregunté. Ella siguió cantando un buen rato y luego contestó. –Es Soja- dijo. –Que ganas de estar bien loca- sonrió y todos reímos. A Nacho le encantaba como sonaba el estéreo de su auto, entonces siempre subía a todo volumen la música, Juan miraba por la ventana cuando nos dijo que no iba a fumar más, no le creíamos nunca, él siempre decía que iba a dejar de fumar pero nunca lo hacía. Agarramos la calle nueve, calle del centro en mi ciudad, en la heladería siempre había algún grupito de pendejos que te miraban raro sin darse cuenta que en dos o tres años íbamos a estar en el mismo lugar. Sin más retrasos cambiamos de vehículo, auto por submarino nos venía perfecto a cada uno de nosotros. Siempre hay suficientes frustraciones para pensar que el mundo es una mierda, pero a veces hay motivos tan sencillos que limpian fácilmente la oscuridad de tu cabeza, y ahí te ves, con la cabeza nueva pensando que el mundo es rosa, tus amigos se ríen unos con otros y vos enamorado de cada uno de ellos elegís estar por siempre ahí, sumergido en el humo y a pesar de que nunca pensaste que ibas a saber naufragar, a veces el destino te deja que largues una fuerte carcajada.
-No flashees- me dijo Simón. Él siempre me decía lo mismo cuando me veía colgado.
-Hijo de puta-
Todos rieron.
Se acercaba la hora en que iba a tocar la banda, y Nacho, siempre que estaba loco estacionaba el auto en cualquier parte para que nos tranquilicemos un poco y él no tener que manejar así, en el tema de nuestra seguridad vial Nacho siempre fue el más consciente, sólo en eso, no olviden su demencia para otras cosas. Recuerdo que el muy forro una noche totalmente borracho nos metió en un quilombo infernal, no es exagerado el término infernal para aquel momento, porque el salir corriendo agitado de una fiesta con casi trece monos que quieren verte muerto es una buena ocasión para utilizar ese término: Infernal. Como dije, Nacho borracho le encantaba mandarse alguna que otra de las suyas, siempre aprovechó su cara de ángel, y el ser rubio y ojos claros, eso le encantaba a algunas chicas. En las fiestas siempre llegaba y empezaba a tomar hasta que se desinhibía por completo y ahí la fiesta empezaba para mi amigo, nos dábamos cuenta que ya estaba listo cuando lo veíamos bailar, Nacho nunca bailaba sobrio. Esa noche estábamos invitados a una fiesta de los chicos de una escuela de agricultura y ganadería, con sólo decir eso ya pueden imaginar el ego de algunos de sus alumnos. En mi ciudad estaban los que veían a ese lugar como un colegio perfecto, un buen camino para el futuro adolescente y los que lo veíamos como una escuela pupila donde sus alumnos se creían mejores, más hombres por ir a vivirse lejos de sus padres y sólo se bañaban todos juntos. Supongo que había que tener mucho cuidado que a nadie se le cayera el jabón. Bueno, de vez en cuando ellos hacían fiestas, lograban reunir a toda la burguesía de 25 de Mayo, camisas dentro de los pantalones, boinas y cuentas sobre hectáreas y cosechas ¡Que mierda me importa! Por eso cuando iba a una de sus fiestas enseguida iba a la barra y siempre al mismo rincón donde estaba la gente más parecida a mí, ya saben de quienes hablo, mis amigos o algunos más que a pesar que no compartimos a eso que se le llaman “momentos especiales” les tenía cierto aprecio, siempre manteníamos vivo nuestro espíritu punk. Bueno… a Nacho siempre le encantaron las chicas con novio y para no quedarse solo, siempre llamaba a su dúo, el mejor dúo rompe parejas que se podía formar en mi grupo: Nacho y Tomás. Dos amantes del sexo infiel, siempre decían que mientras más adrenalina, mayor excitación y ahí se pasaban las fiestas, donde veían el anillo iban los dos y realmente no sé como hacían, pero siempre lograban romper alguna que otra pareja de vez en cuando o a veces el chico nunca se enteraba. Luciano era de otro estilo, iba a buscar a aquellas perras que estaban ebrias, esas chicas fáciles que le hablas un poco y se terminan dejando llevar a cualquier lado, Lucho también siempre tenía buenas anécdotas que contar un domingo por la tarde mientras fumábamos en la laguna. Simón se la pasaba vagando, de un lado a otro, nunca se podía estar mucho tiempo con Simón en una fiesta porque no sabías donde ibas a terminar, o con quien, o cómo. Juan siempre terminaba tirado, ya era conocido al entrar a la fiesta como “el chico que iba a terminar mal” cada vez que iba a la barra, había algún que otro imbécil que ya le estaba contando cuántos vasos iba tomando, o apostaban cuántos vasos más iba a durar, Juan siempre fue de tomar mucho, no le pasaba como a mí, que una vez que ya estaba roto no puedo seguir tomando, Juan podía romper varias veces, pero nunca frenar. Y bueno, yo durante las fiestas siempre estaba con Sofía, varias personas creían que Sofía y yo en algo andábamos porque íbamos para todos lados juntos y ya saben: “Pueblo chico… Infierno grande…” pero no, Sofía y yo éramos hermanos que no se cansaban nunca de hacer de las suyas: jugábamos fondos, nos reíamos de estupideces, hablábamos con personas que no hablábamos nunca y cuando queríamos encontrar algún amorío efímero íbamos a aquellas parejas que estaban bailando, Sofía con el chico, yo con la chica y bueno, no hacíamos algo tan distinto a lo que Nacho y Tomás hacían, nada más que ellos eran más sádicos en el momento de disfrutar jactándose al otro día. Sigo… esa noche no fue a lo que se le puede decir una noche perfecta, eran alrededor de las cuatro y cuarto de la mañana, momento boom de la fiesta pero a la vez sabes que ya está por decaer, es en el momento en que todos se descontrolan y que parece que en el aire hay una especie de polvo que incita a los más violentos a empezar su show. Con alcohol encima todo show masivo descontrolado se disfruta. Sofía estaba retándome a otro fondo, sus ojos ya se daban vuelta y estaba toda despeinada, me causaba mucha gracia cuando se ponía así porque se le daba por demostrar cariño, y me abrazaba, me decía cuánto me quería, a cada persona que pasaba le decía que éramos hermanos aunque no nos parecíamos y todo terminaba con Sofía en la esquina vomitando, diciendo: No tomo más, lo juro. Pero sábado nuevo, promesas rotas. Tras un fondo más de vodka, vi un revuelto de gente y se escuchó una botella rota. Los dos nos dimos vuelta y vimos a Nacho tirar un golpe a Gonzalo, un mono de aquel colegio. Yo sólo buscaba quien era el que había partido la botella y después de tanta búsqueda lo ví. Era Leandro, amigo de Gonzalo, tremendo imbécil, un hijo de puta, ya estaba midiendo la cabeza de Nacho para romperle una botella. Bueno… soy pacifista de corazón, y en mi cuello siempre llevo una cadenita con el signo de la paz, pero cuando un amigo está en problemas hay que olvidar todo tipo de ideologías, por eso: -Sosteneme esto- le dije a Sofía y le di la cadenita y enseguida corrí hasta Leandro dándole un fuerte golpe en su rostro, casi nunca soy de pegar, pero mi hermano siempre de pequeño quería entrenarme persiguiéndome por toda la casa golpeándome, por eso conocía el lugar justo en donde embocar una buena trompada. Obviamente, la fiesta se descontroló, estaban los que saltaban para nuestro lado y los que apoyaban la burguesía, siempre ellos eran más, porque ya saben, era un colegio pupilo de varones y nosotros muchos amigos no teníamos, por eso, si no puedes con ellos… tenés que correr fuerte. Y así fue como hicimos, le grité a mi hermano que lleve a Sofía hasta la casa en auto y él quería meterme a mí también ahí, pero no, no podía abandonar a mis amigos, por eso todos corrimos, Nacho y Tomás se meaban de la risa mientras corrían y de vez en cuando se daban vuelta y le gritaban: -Cornudo- o le hacían gestos sosteniéndose sus genitales, dicho el misterio, saqué mi conclusión: Estábamos corriendo porque ellos una vez más habían hecho de las suyas. ¡Pero no me molestaba! Al contrario, me encantaba verlos reír de esa manera.
Siempre me voy por las ramas. ¿Por dónde me había quedado? Ah sí… en la escena del submarino ya estacionado. Hartos de reír tanto y delirar un buen rato, decidimos partir para el bar. Entramos y la banda ya estaba tocando, Flavio tocaba la batería y Juanes cantaba, el resto de la banda no me importaba, yo iba a ver a mis amigos. Admito que siempre sufrí de una sensibilidad muy importante y que como consecuencia mi mente se perdía fácilmente. Juanes siempre lograba ponerme la piel de gallina cuando cantaba temas como Creep ya que sentía que lo único que le faltaba era señalarme con su dedo y hacer un intervalo para decirme que me lo estaba cantando a mí y sólo a mí. El tenía una facilidad inmensa para hacer que el público se lo quede observando, una mezcla de Thom Yorke con Ian Curtis, Juanes siempre era el dueño de un ambiente extraño cuando cantaba, un ambiente que mientras lo escuchabas te hacía pensar a la vez en algo que a vos te estuviese pasando, era algo loco, ¡algo muy loco!
-Es genial- susurró Sofía mientras apagaba un cigarrillo. A ella le encantaba ir a ver bandas a bares y más si era una banda de algún amigo nuestro. Hacían otros temas geniales cómo: Ceremony, Jesus don´t want me for a sunbeam (versión Nirvana), Perfume de vos, Strange Attraction, Metamorfosis Adolescente y varios más, sólo nombro mis preferidos. El caso es que su música llegaba a mí como una revolución emocional que me dejaba un largo tiempo helado.
Terminó el show y fui directo hacia la barra, Juanes iba a tomarse una cerveza: -Que bien suenan, cada vez mejor…- le dije abrazándolo, hacía tiempo que no lo veía y encima lo valoraba como a cualquiera de los demás, Juanes era una persona de esas pocas de encontrar.
-¡Teo! ¿Qué haces tanto tiempo? Mil años que no te veía.-
-Sí. Estamos medio perdidos boludo, tenemos que juntarnos un día de estos…-
-Cuando quieras, vos sabes que siempre me prendo-
Y sí… Juanes nunca te decía que no cuando lo invitabas a hacer algo, eso era lo mejor de él. Me convidó un poco de su cerveza, pero yo enseguida compré otra, a los cinco segundos Sofía también vino para donde estábamos y pagó una más, aunque nunca queríamos que ella gaste dinero, era la mujer del grupo, teníamos que ser un poco caballeros, pero Sofía siempre quería que la tratemos como si fuese una más.
Muchas veces cuando estábamos juntos, me daban unas ganas horrendas de salir disparando del lugar donde estábamos y correr a mi cuarto, llegar a mi cama y agarrar uno de los cuadernos y empezar a desahogarme, Nacho sabía ese problema y decía que la solución era llevar siempre algo para anotar en el bolsillo, muchas veces lo hice, seguí su consejo, pero para escribir no sólo necesitaba una hoja, sino el mundo sólo para mí. Sentir esa especie de necesidad de contar todo lo que pasa dentro tuyo, es como querer llorar o reírte con vos mismo, porque nadie te entiende más que vos. Sólo vos, tu cuaderno y los destellos y chispas de tu habitación, pero luego sentís que todo vuelve a ser una mierda, que lo único que hacías era escribir idioteces que a nadie le interesan, que eso lo sentiste o sólo viste vos; o empezás a preguntarte sobre el sentido de las cosas, ¿Por qué esto nunca cambió? ¿y por qué yo cambié tanto con el tiempo? ¿Por qué actúa esa persona de tal manera y yo soy tan distinto? ¿Por qué el Principito tuvo que conocer la Tierra? ¿Por qué hay películas que arruinan grandes libros? ¿Por qué hay remakes que arruinan grandes pelis? ¿Por qué hay personas que arruinan tantas cosas? Hasta que llegas al punto de preguntarte ¿que sentido tiene todo esto? ¿Por qué sigo escribiendo? Y ¿Por qué me estoy preguntando todas estas cosas? Nada mejor que el camino directo al baño para volver a sentirse así, consumir cualquier cosa con tal de volver a ver las cosas diferentes, porque aprendiste que tantas veces lejos del mundo, es mejor quedarse ahí lejos.
Intente irme a mi casa, pero cuando le dije la idea a Sofía ella me miro con su carita de princesa de cuentos de hadas para que me quede un rato más, y me convenció, ella siempre lograba convencerme y yo siempre fui un estúpido en el momento de decir “No”. Me ofreció un cigarrillo y yo la miré, lo puso en mi boca, me dio fuego y sonrió, y enseguida yo ya estaba en otra, pensando que todo iba a ser genial como si la noche estuviese en pañales. Siempre vivía las noches con mis amigos, como si fueran continuas despedidas para vivirlas siempre como la última noche, es un método que aplicaba ciertos conocimientos psicológicos para poder autoenfermarce y joder un poco más tu cabeza. ¡Mierda! Nunca me cansaba de joderme.
Como nunca, pasaron un tema de Boom Boom Kid en el bar, seguramente era porque Juanes había estado con su banda, y él recordaba lo mucho que a mi me gustaba Boom Boom Kid.
-Que buen tema- dijo Juan y yo aún bajo el efecto de todo lo que habíamos fumado, con un movimiento extraño de cabeza le di a entender que tenía toda la razón del mundo, era una canción muy buena. Era aquella canción que su estribillo decía:
Y no me importa lo que digas que me importa que pensás, no estoy loco, yo no estoy solo…
Y todos nos miramos y esa parte de la letra se merecía un abrazo grupal mientras estábamos en la mesa. Nunca nos importó mucho la manera de cómo el mundo juzgaba, que el mundo hiciera lo que se le dé la gana, mis amigos y yo veníamos de un lugar muy lejos donde no existían las mismas reglas.
La noche estaba terminando y siempre había dos o tres caminos para seguir con tal de no irse a dormir hasta que el Sol saliera por completo: Seguir fumando marihuana, ir en búsqueda de compañía o ir a comer algo a la panadería. Tenía hambre, lo admito, tenía mucha hambre pero sabía que siempre después de la panadería a todos les daba sueño y se iban a dormir, por eso enseguida descarté esa idea y por eso sólo quedaban dos. Sofía esa noche estaba más pila que nunca, entonces no daba la situación para dejarla sola con su fiesta en su cabeza, así que sólo quedaba una opción: Volar un poco más. Nos subimos al auto y fuimos hasta la laguna para ver el amanecer, a pesar de que todos nos tildaban como estereotipos del mundo perdido, no olviden que éramos dueños de un planeta de cristal. Éramos los chicos raros de la ciudad y era el tiempo de los chicos raros; nada era mejor que ir hacia la nada y pensar en todo lo que nos rodeaba, todo lo que podíamos ver y hasta incluso lo que ni siquiera sabíamos si existía o no; sentados en el techo del auto y otros en el suelo, no dejábamos de enloquecer ni un minuto.
-Dale idiota, apurate…- le decía Juan a Fernando. Él siempre tardaba en fumar y yo me moría de la risa mientras veía como discutían por ver quién tenía más fuerza. Siempre Juan terminaba en el suelo y ¡Cómo no! Si Fernando era el chico más rudo que yo conocía. La laguna era un lugar perfecto para filosofar mientras estábamos en el aire, pero no piensen mal, no éramos chicos malos, nunca molestábamos a nadie, sólo queríamos sentir la inmensidad de ver las cosas diferente. Yo ya estaba muy arruinado, Simón no dejaba de reírse de mi cara y: -Te voy a cagar a trompadas- le decía porque odiaba que se burlaran de mí, pero a la vez no podía plantarme y ponerme serio, si estaba más loco que un sombrerero, no podía cagar mi buen humor porque un tarado como Simón se reía de mí. Entonces compartimos carcajadas y enseguida recordé de nuevo porque los quería tanto: porque todos en el fondo éramos unos niños que seguían jugando al nunca crecer.