martes, 10 de enero de 2012

1 - Ánimo


No fue el tiempo el que hizo perderme en una maldita nube de algodón, no fue el viento el que me destruyó como un espantapájaros sin estacas aquel día, fueron las tantas noches de llantos sin sentido y si ni siquiera sentido tenían mis llantos, ¿Quién podía decirme que me esperaba al amanecer? No fueron los gritos de los niños los que me despertaron, no fue la desesperación que sentía tras haber visto la puerta cerrarse, fueron las gotas de la lluvia las que me lastimaron, fueron el “hola”, “te quiero” y “hasta nunca”. No fue el haber visto mi oscuro reflejo en el espejo el que me cosificó, no fue el haber sentido su mano y su cuerpo alejarse de mi alma, fueron las rosas las que han llorado, fue la primavera la que murió. No fue ese inmundo cuervo negro el que me dijo que estaba solo, no fue ese triste payaso que veía al despertar, fueron las continuas noches que no recibía respuestas de mi cuerpo: “-Levantate y viví de nuevo…” me decía hacia dentro, pero nada me motivaba para volver a empezar. No eran las películas que veía las que tanto, tanto y tanto me hacían llorar, no era el ver mi cuerpo desgastado ya casi sin vida, era la decepción del mundo entero, era el color gris, el blanco y el negro.

   Alienación, delirios, demencia, enajenación, esquizofrenia, locura, manía, paranoia, psicosis, trauma, trastorno, el mundo encontró varias maneras de denominar el hecho de desprenderse de la realidad y vivir en un mundo un poco diferente, pero yo… yo no estoy loco, ni enfermo, prefiero que me reconozcan como un escritor que buscó su inspiración en otro lado de la mente, en otro lado de la verdad, en una frontera que nadie conoce y nadie nunca va a poder llegar, un poeta que murió, un ave que nació, una flor marchita en primavera, una hoja seca que voló por el cielo del otoño más frío, una persona a la que le faltan piezas para completar su rompecabezas, un niño que no halló el sentido de la vida, pero pudo conocer gran parte de su mundo interior, reconózcanme por lo que fui, soy y siempre seré, un rebelde.
   Y “hola” me dijeron tantas personas que tan rápido se desvanecieron, el tiempo las mató, el frio las congeló y la niebla las perdió, recuerdo el nombre de pocas, pero los rostros de muchas y mientras más conocía a las personas, más estúpido me parecía el rumbo que tomaba el mundo. Claro, también fui aquel hombre que luchó por cambiar las cosas, pero a veces la vida te obliga a vivir por inercia: nacer, aprender a caminar, hablar, llorar, reír, enamorarse, sentir, gritar, volver a llorar y morir, y, ¿Dónde está el paso que indica ser? Si las personas diferentes deben vivir en mundos diferentes, elijo un lugar frío en una montaña lejos de todo, que mi habitación tenga una ventana grande para ver la lluvia caer, un escritorio y un lápiz para desahogarme, en el rincón, una cama cómoda para volver a ahogarme y que no haya ningún espejo, no quiero verme morir en mi reflejo, quiero ser siempre el payaso que fui una vez, el que recuerdo, donde abrí los ojos y sonreí, donde grité y soñé y no éste idiota, triste asesino de su pequeño niño que tenía miedo de verlo crecer. Era igual a mí, pues, había salido dentro de mí, era mi alma, mis risas y mis llantos, eran mis recuerdos los que lo hacían saltar y reír, era mi angustia la que me dijo que no podía seguirlo arrastrando conmigo, pero si hoy estoy triste y arrepentido por haber matado al niño que alguna vez fui, ¿Por qué no existe un Dios para traerlo de nuevo conmigo?

   Y lloré, me pasé cuatro días seguidos llorando sin sentido, porque nada podía hacer para parar la lluvia, sólo esperar, esperar a que un milagro suceda, pero, si yo no creía en los milagros, pues, estaba esperando una sorpresa. Había días que tenía que adaptarme al mundo, levantarme, abrir la ventana, pintar mi rostro y reír. Reír mientras jugaba con mis globos, pero si mis globos ya no tenían colores, ¿Por qué motivo resistir? Porque la vida es alegría, porque era muy joven para morir, porque si nada podía hacer para calmar mi desesperación tenía que encontrar una solución a mis problemas. Tantas respuestas predecibles me daban nauseas. Si nadie podía sentir lo que yo sentía, pensar lo que yo pensaba, y soñar como yo soñaba, ¿Por qué mierda creen que me conocían? Si la vida no es tan fácil como todos se imaginan, pero es fácil vivir con los ojos cerrados, viviendo como si la vida ya estuviera escrita en un papel que nunca va a existir.
No entiendo.
No entiendo.
No entiendo.
 Me costaba entender porque el mundo giraba sólo de una manera, y si, ¿un día frena? Estoy seguro que sería una de esas personas que se lanzarían desesperadamente al vacío con tal de bajarse de esta esfera. Gris, siempre gris, parecía que los colores quedaron en un cajón diferente del pintor que eligió los colores de mis días, es tan difícil pensar que todo un día puede mejorar estando en el ojo de la tristeza, siendo la lágrima que cae en el charco de la tormenta, mezclándose con las demás, siendo tan “normal”, tan “igual”, tan algo que nunca quise ser… uno más.
   Porque en mis sueños ya no aparecía mi niña, significaba que aquel niño que fui ya no tenía corazón, ¿Dónde lo había perdido? Me siento tan frío. Me siento tan distante a lo que era yo. Es tan feo decir “hoy ya no soy yo”, porque mi yo murió con esas personas que buscaban un mundo mejor, murió al ver visto caer las lágrimas de tantos ángeles, murió al escuchar tantas veces decir “adiós…”
   Y me seguía contradiciendo a medida que pasaba el tiempo, ya que el rebelde que buscaba otra vida, esa vida que encontró es tan diferente a la soñada. El gris no se veía tan frío en los cuadernos y el miedo no parecía tan real cuando dormía, pero la vida es vida, y tiene esto, esto y un poco de esto. A pesar de no saber todos sus nombres podía decir que no los quería conmigo, conocía la mirada de aquel niño que un día me dijo que nada estaba escrito, era yo, era mi reflejo en el espejo el que me mantenía esperanzado que la angustia de sentirse decepcionado tras nacer no iba a matarte. Pero hizo algo mucho peor, obligó a matar lo mejor de mí… mi empatía…
   Ya no podía sentir. Ya no podía reír, no podía comer, apenas podía escribir lo que pasaba dentro mío. Perder el alma no era tan distinto a sentirse vacío, pero, lo que en verdad era insoportable era sentirse nadie en este mundo, sentirse un llanto, un poco de viento, un fantasma, un niño apenado, un libro sin leer, un disco rayado, un animal lastimado, un triste payaso que todos iban a olvidar mañana. Entonces pensé y me dije hacia dentro, que si mañana el Sol no salía significaba que yo aún seguía ahí con vida, puesto que años de tristeza me hicieron razonar que el Sol no era uno de mis mejores amigos, sino que la lluvia siempre venía conmigo al amanecer, entonces volví a hablar con la lluvia y le pedí por favor que corriera mi maquillaje de una vez por todas, pero nuevamente no encontré respuestas y suspiré.

   Desperté y me enfrenté con todas las personas que fui alguna vez, el niño me preguntó: ¿Dónde estoy?, el joven sólo me miró, bajó su mirada y no dijo nada, el adulto desesperado: ¿Quién soy? Gritó con todas sus fuerzas y el anciano avejentado dijo: hace tiempo que quiero estar muerto. Pero no podía, no podía responderles a ninguno porque ni yo mismo me conocía, entonces me senté, lagrimeando rogué que sepan disculparme, me acosté en el suelo y mirando el techo dije una y otra vez: Animo, animo, animo, animo, animo, animo, animo, animo…
   Podía decir que había sido un día extraño, pero si decía que tan extraño era sentir un vacío en mi pecho, una vez más estaría fingiendo, y así nuevamente me cosifiqué, agachado con la cabeza baja me sentía tan destrozado tras no saber cómo empezar a cambiar el mundo. Quería despertarme y gritarles a todos que yo en verdad era alguien, pero el mundo es tan inmenso fuera de mi habitación, tan sordo, tan ciego, tan triste. Pasé cuatro días más pensando en mi existencia. A veces me gustaría estar muerto y ver como la gente vive en mi ausencia, pero mi funeral va a ser tan triste, viendo llorar a tantas personas que nunca me conocieron de verdad, conocieron sólo una parte, la que pudo adaptarse a la verdad, pero que nadie olvide mi parte poeta, la parte de aquel niño triste sin corazón, la parte gris, blanca y negra. Será que miles de veces quise morir para evitar ser conformista, será que millones de veces encontré problemas donde no los había porque siempre busqué la manera de ver las cosas distintas y será que más de diez noches lloré en vez de reír y más de diez tardes fingí en vez de morir, será por tantas cosas que siempre caminé en vez de correr, será por tantas cosas que siempre soñé con buscar un mundo mejor, dentro mío, en mi mente.
Nadie puede decir que le pertenece, porque la corona está bien puesta sobre mi cabeza, y si intentan sacarla, que más, me agacharía para luego levantar la mirada y ver al idiota que quiso arruinarme.
   -Cuánta gente extraña para un mundo tan extraño…- dije una vez bajo la nieve. Estaba en mi cuarto durante el tercer día de cautiverio, creo, o no sé quizás sólo fue el primero, pero a uno no le importa tanto el tiempo cuando la preocupación más grande es saber que mañana va a estar aún peor, entonces dejé que el viento pueda derribarme, a pesar de ya estar tan abajo, siempre duele una nueva caída. Era como una pluma, liviano y débil. Y desperté, desperté una vez más, y, -Ya es hora de madurar… me dijeron más de quince voces, sin siquiera pensar que a pesar de mi angustia y mis llantos de niño yo hacía mucho tiempo había madurado, ahora sólo el tiempo me envejecía. Me envejecía de una manera extraña, sin arrugas en mi piel y sin entristecer mi cabello, las marcas de la vejez estaban dentro mío. Sabía que era raro que con sólo dieciseis años pasaba días y días sentado esperando mi muerte, pero, ¿Qué más podía hacer? Si las cosas tanto habían cambiado y a mí ni siquiera me avisaron de que la lluvia estaba por venir. Si sabía me hubiese refugiado, buscaba un Septiembre en mi calendario, pero alguien ya se me había adelantado quemando cada una de las hojas del almanaque que indicaban los meses de primavera. Qué triste me siento, tenía que fingir, sabía que tenía que fingir, tenía que mostrarle mi mejor cara al mundo para que me dejaran seguir jugando este juego de locos, pero, ¿Quién en verdad era el loco? ¿Ellos o yo? Quién sabe, quizás era yo por seguir en una corriente que no era la mía, quizás eran ellos por actuar como personas sin corazón, quizás era yo por pretender aprender lo que nunca nadie me iba a enseñar, quizás eran ellos por fingir conocerme con sólo ver mis sonrisas, quizás era yo, sí, era yo el loco que no entendía el mundo. Pero, bueno, no podía hacer nada sabiendo que en el fondo todos de alguna manera teníamos que mentir. Entonces, me miré al espejo y maquillé mi rostro de varios colores, azul, verde y rojo, ahora sí me veía feliz, estaba preparado para decirle a alguien que toda mi vida hasta ahora, había sido sólo una prueba, que desde mañana podía empezar a vivir de nuevo. ¡Ay! Que frío que tengo, pero que más, tenía que mentir, tenía que mentir… y entonces, sonreí… no era valentía mostrarle mi mejor cara al mundo, era simplemente lo peor…