lunes, 23 de julio de 2012

1 - Por favor... escuchame






   Dicen que siempre algo llueve; y esa vez dudé dos o tres veces que era lo que caía del cielo: colores, momentos o alfajores. ¿Qué eran? No podía saberlo. Pues, me estaba dando cuenta que cada día me hundía más y más en todo lo que eran mis sueños: sus abrazos, caminaban todo tipo de lagartijas coloreadas queriendo formar un arcoíris; a la mierda bicharracos, nadie en mí podía formar un corazón. Empezó a llover. Corrí las gotas de mis mejillas, no quería que ningún marciano pensara que yo estaba llorando en este extraño planeta, las plantas crecían distintas a la tierra, pero que más, si toda persona se adapta a lo desconocido. Un marciano se acercó y quiso tocar mi rostro, enseguida me corrí para que ni siquiera me rozara, tenía miedo de su piel amarilla casi tirando a dorada. Me miró de arriba abajo y me preguntó que era lo que tanto pensaba al ver el cielo: -No pienso nada- respondí, -hace tiempo que miro ciega al cielo.- El marciano revoloteaba con su mirada las estrellas, pensé que iba a decirme algo sobre ellas, pero muchas veces me equivoqué en mis premoniciones; canté una y otra vez aquella canción que hablaba de mundos distintos, pero la noche caía asesinando lo poco que quedaba del Sol. La lluvia había puesto gris el día y las nubes le terminaron de quitar el color. Tras el anochecer todo parecía más tranquilo, el silencio totalmente mudo me pidió que me callara. –No estoy hablando- dije y nadie respondió. Solamente faltaba que el marciano dejara de mirarme, pero eso tampoco nunca pasó. El marcianito a cada rato se hacía más pequeño, quería gritarle que no me dejara sola, su silencio había quedado muy dentro de mí. Todos gritamos, hasta incluso cuando te das cuenta que a un desconocido no lo vas a ver más. No conocer a alguien y que ese alguien forme una vida sin vos; lejos están los sueños de un Truman Show desconocido, yo no era nadie para nadie salvo para mí: Sofía. Ese era mi nombre. Sabiduría. Creo que mi papá me llamó así por su gran maestro Sócrates, muchas veces quiso enseñarme el amor a mi propio nombre pero yo muchas más veces tapé mis oídos y fingí indiferencia.
Tenía miedo de mostrarme contenta y que los marcianos empiecen a crecer otra vez. Muchas veces me dijeron que el miedo era cosa del pasado, pero tantas cosas quedaron atrás que si tuviera que olvidar todas mi mente estaría vacía, distintas eran las noches que existía aquella emoción que había en mí tras sentir que se acercaba mi cumpleaños, nunca iba a pensar que aquella noche en el techo el último regalo que alguien me iba a dar era ver aquella estrella fugaz. No cargué mi deseo por completo, pues aquella adrenalina nunca llegó.
   “-¿Qué es el miedo?-” me pregunto todo el tiempo. No sé si existe una respuesta razonable para eso, pues tantos duendecitos varias veces me dijeron que gritara todo el tiempo, algo en mí tenía que salir. ¡Estallar, estallar, reventar! ¡Cantá chica loca, bailá al ritmo de The Smiths! ¡Sacá lo mejor de vos todo el tiempo! Esos son mis consejos para crear un mundo distinto. Un mundo entero. Porque luego… todo pierde el color, los payasos caen y dejan de sonreír, los marcianos se enojan y los duendecitos comienzan a lloran. Todas aquellas canciones que un día te hicieron gritar de alegría teniendo aquella loca idea de que el mundo era totalmente tuyo se vuelven horriblemente tristes tras darte cuenta que las personas cambian, que las emociones se pierden y como me dijo un pequeño payasito mirando para abajo: Solo las cosas no sienten. Lo miré y él me miró, me entregó su corazón guardado en una caja. Me pedía que encendiera un cigarrillo y luego de a poco quemara su alma, aquellas tardes en el parque se incendiaron como esas lágrimas suyas cuando perdió aquel extraño juego llamado: amor. Me pedía ayuda su corazón y yo nunca supe cómo entender a las personas, pero todo cambió cuando abrí bien grande los ojos y me di cuenta que no era la única gaviota entre los marcianos. No era tan extraña la vida cuando conocí a mis amigos, porque tanto tiempo de sentirme diferente al planeta hizo que piense que ya no estaba tan sola. Sus miradas de niños sensibles me enternecieron desde el primer momento en que los ví, parados en aquella fiesta ¿qué miraban para todos lados? Nunca se los pregunté, ya que había tantas cosas increíbles por escuchar. Me dieron a entender que creer en extraterrestres ya no era tan loco y si en cambio así lo era, que importa, si en cada lluvia un loco se tira a la calle a pensar. Poetas dementes, malditos e insolentes; prendieron fuego mi mente hasta que de repente la nieve cayó. Nuestros bracitos aún pequeños golpeaban contra los muebles tras dejarnos caer, teníamos varios moretones después de perder el conocimiento, conocer al Diablo y su máquina de deberes: Estar, estar y estar siempre ahí… en su infierno, es nuestro infierno.
   Intenté cambiar de destino pero no quedaba otra opción. Todo algún día va a ser distinto, pero perdí mis ojos y lamento demasiado no poder verlo, perdí mi corazón y lamento muchísimo no volver a llorar, perdí mi tristeza, mi alegría y mi sueño de ser Cenicienta, perdí las ganas de gritar.
   -¿Papá?-
   -Sofía, son las tres de la mañana, ¿Qué hacés despierta? Mañana tenés que ir a la escuela-
   -Papá… ¿Dónde está mamá?-

   Un ruido inmenso tapaba mis oídos. Le agarré fuertemente la mano a papá y solté mi globo, ya se veía muy alto para poder alcanzarlo. Mami estaba en el suelo y su auto dado vuelta. -¿Respira? ¿Respira?- preguntaba gritando mi papá desesperado.
-Sofía... Corré hasta lo de la abuela- me ordenó mi papá como si hubiese hecho algo malo. Y entonces corrí, corrí aquellas cuadras llorando sin mi globo tras no saber por qué mi mamá tenía sangre en su rostro, ¿Cómo estaba? Y papá porqué salió detrás de la ambulancia. El tiempo se volvió inesperables sentada en aquel sillón frente a mi abuela que miraba preocupada por su ventana intentando comunicarse con mi papá. Se la podía ver temblando mientras me hacía la leche y: -¿Por qué temblás abuela?- preguntaba yo cada cinco segundos, -Nada Sofía, tranquila, sentate a merendar- después de media hora el teléfono sonó, mi abuelita me dio mi gorro y fuimos en el auto de mi tía al hospital. Me dejaron sola en el auto con mi payasito de cera y yo no quería jugar más, quería saber todo el tiempo ¿cómo estaba mi mamá? ¿Por qué papá salió tan rápido? Y… ¿por qué temblaba mi abuela?
   Vi a papá por la ventana sostenerse la cabeza y prenderse un cigarrillo, él nunca fumaba delante de mí y esos lentes negros sólo a mí me hacían invisible, yo podía verlo muy bien. Bajé con Ánimo, mi payasito de cera, corriéndolo a abrazar, me abrazó desesperado y me levantó tras no compartir más mi altura pequeña, mis pies estaban en el cielo, mis brazos alrededor de su cuello y sus lágrimas en mi rostro. Mi abuela me tomó de la mano y se sentó conmigo en un banco de afuera del hospital.
   -Sofía… por favor, escuchame-
   Yo sólo la miré y enseguida sentí que algo no andaba para nada bien.
   -Mami ya no está. Está en el cielo con el abuelo, juntos los dos-
   Cuando entendí que mami ya no volvía a mi casa para cenar, ni tampoco se aparecía en mi cuarto a seguir con mi querido “Frankenstein”, ni la encontraba para poder abrazarla y sentir su perfume y que sus ojos vengan a mí como dos caballitos celestes en la lluvia, cuando me di cuenta que mami ya no iba a volver parte de mí se fue con ella. Ahora hay alguien que me cuida desde el cielo, pero… ¿cómo?

  Mi cielo se incendió el día que papá puso aquella foto de mamá sonriendo en una fiesta sobre la chimenea. Cada tarde gris de invierno mientras estaba sentada en el fuego miraba la foto y me preguntaba por qué se había ido. ¿Quién iba a hacerme la leche? Pues, después de aquella tarde en que mamá se fue la abuela jamás dejó de temblar. Ahora ella está todo el tiempo acostada mirando para el techo o para el suelo mientras apaga un cigarrillo y luego enciende otro. Dejé de ir a dormir a su casa porque demasiado humo ocupó mi lugar, sus tosidos me provocaban insomnio y sus llantos me hacían llorar. Papá me dijo que dejó de trabajar a la tarde para pasar más tiempo conmigo, incluso los viernes podía dormir en casa porque la casa ya no iba a estar sola. El lugar de mamá en su trabajo lo ocupó la tía de María, es una persona que me agrada mucho, pero ¿quién podía ocupar el lugar de mi mamá en mí? Nadie. Eso lo aprendí tras empezar a vivir con un vacío todos los días al despertar, tras escuchar como mi casa se venía abajo porque papá no dejaba de llorar. Empecé a ir a un psicólogo pero nunca supe bien ¿para qué? Si yo sabía muy bien que no quería hablar con él. Volvía sola de la escuela, me sacaba ese maldito uniforme y me acostaba en mi cuarto sin almorzar a pesar de que siempre papá o la abuela me dejaban comida caliente. Nunca quise almorzar sola. Los almuerzos semanales después del colegio empezaron a ser una comida suprimida en mi vida para convertirse directamente en una merienda distinta con papá. Él nunca comprendió porqué comía papas fritas o ensaladas a las cinco de la tarde, pero él no me retaba, desde que mamá murió papá ya no tiene fuerzas para nada.
   Tras pasar el tiempo me convertí en alguien más grande, comencé a fumar cigarrillos como papá y mi abuela. Empecé a cantar y a escribir mis propias canciones, no soñaba con ser una estrella de rock, yo soñaba con tocar corazones. Empecé a maquillarme y a elegir mi ropa según lo que yo quería que estuviera de moda, me alejaba de aquellos estereotipos de chicas que parecían robots todas vestidas iguales, a mí sólo me importaba cómo quería ser yo, con todo, con mi ropa, con mis discos, con mis gustos en general.
   Comencé a leer otras cosas que no me daban en el colegio, aprendí que lo que me decían en mi escuela católica, no era lo que en verdad creía yo. Me di cuenta que hacerme vegetariana era algo bueno, si no lastimas a un segundo o a un tercero ¿cómo podría ser algo malo? Sentí que tenía que revelarme como decían aquellas personas que me gritaban para que cantara y que mis gritos sobrepasen el sonido de esa botella de papá en su habitación. Me rebelé contra todo lo que había aprendido en mi vida y empecé a construir mi propio camino. Él que en verdad quería. Yo aún creía en unicornios…
   ¿Y piensan que he enloquecido?